Silencio cómplice
Francisco Olaso
Revista mexicana Proceso # 1741, 14 de marzo de 2010;
El Vaticano enfrenta un nuevo escándalo por pederastia en un coro alemán dirigido por el hermano del Papa. Mientras los testimonios de las víctimas salen a la luz, el propio Joseph Ratzinger podría ser cuestionado: durante cinco años, el internado donde se cometían los abusos estuvo bajo su jurisdicción como arzobispo de Munich y Freising.
BERLÍN.- Manfred van Hove tiene 65 años, pero aún recuerda bien al sacerdote Friedrich Z: “Tenía cara de cerdo y apestaba a cigarro“, declaró el lunes 8 al Welt Online.
En 1956, Manfred van Hove tenía 11 años, era alumno del Internado de Ettal y miembro de su célebre coro de niños, los Gorriones de la Catedral de Ratisbona (Regensburg, en alemán).
Van Hove acusa a Friedrich Z., entonces vicedirector del internado, de haberlo incluido como parte de un harén de púberes. “Nos hacía llamar bajo cualquier pretexto. Por ejemplo, que quería hablar sobre nuestras notas, y cuando uno estaba en su cuarto, muchas veces él nos desnudaba”.
El hombre acusa también a otro cura, Georg Z., de haber participado en los abusos. Van Hove ha dicho que demandará al obispado de Ratisbona para que le pague una compensación.
El Internado de Ettal tiene fama de ser uno de los mejores colegios de Alemania. Sus alumnos disfrutan de una extraordinaria educación musical. Su coro, mundialmente conocido, es el equivalente alemán a los Niños Cantores de Viena.
El internado está en un monasterio benedictino del siglo XV. El folleto con que se presenta asegura que, a pesar de ser una institución católica, de algo más de mil años de antigüedad, sus métodos y su orientación son modernos, y “no se pretende llevar a nadie a la santurronería; incluso aceptamos alumnos de confesión protestante”.
Hoy estas palabras suenan a publicidad hueca. A comienzos de marzo se hizo pública la acusación de los primeros exalumnos contra sus exmaestros, todos sacerdotes, por abusos sexuales y violencia corporal. El 2 de marzo, la fiscalía allanó el internado. Dos días más tarde, la revista Der Spiegel consultó al obispado de Ratisbona. Hasta entonces, a pesar del escándalo que se extiende desde enero a un número cada vez mayor de instituciones católicas en Alemania, este obispado había preferido guardar silencio. Der Spiegel contaba ya con testimonios de terapeutas del estado de Baviera, que han tratado a varias víctimas. Hombres como Manfred van Hove, quienes durante su niñez integraron el famoso coro y hasta hoy sufren el trauma del contacto con clérigos abusadores.
Un detalle nada menor hace el caso aún más grave: durante tres décadas, entre 1964 y 1994, periodo en el que se cometieron abusos, el director del coro fue Georg Ratzinger, el hermano mayor de Joseph Ratzinger, el actual Papa Benedicto XVI.
Joseph Ratzinger fue arzobispo de Munich y Freising entre 1977 y 1982. Bajo su jurisdicción estaba el obispado de Ratisbona.
En un parco comunicado en el Osservatore Romano y en una entrevista con la Radio de Baviera, publicados el viernes 5, Georg Ratzinger se limitó a afirmar que nada sabía sobre los casos de abusos. “Si hubiera sabido de los excesos, los habría denunciado”, dijo. Cuatro días más tarde, el 9 de marzo, admitió que él también había propinado bofetadas en la cara a los niños del coro. “Antes la bofetada era el modo de reaccionar frente a los errores o la merma intencional del rendimiento”, dijo. Sobre la práctica de golpes en el internado algo había oído, pero jamás supo sobre su dimensión. El hermano del Papa ratificó que nunca supo sobre casos de abuso sexual.
Castigos corporales
El compositor y director de teatro Franz Wittenbrink fue uno de los primeros exalumnos en hablar. Gran parte de su carrera y sus vaivenes llevan aún la marca de esa época. Hijo de empresarios católicos ultraconservadores, alumno del internado hasta 1967, su odio hacia lo vivido en ese sitio lo llevó por una errática carrera de mecánico, impresor, basurero, camionero y hasta militante comunista, para recalar, finalmente, en el teatro y la música.
Wittenbrink es uno de los pocos que se atreve a hablar en público sobre su caso. “Se trataba prácticamente de un sistema de castigos sádicos destinados a obtener placer sexual”, dijo el compositor durante una entrevista que Der Spiegel publicó el martes 6.
“El director del internado, Z, elegía entre nosotros a dos o tres niños y se los llevaba a su dormitorio”. Allí había vino tinto y los chicos se debían masturbar con él. “Todo el mundo lo sabía”, cuenta Wittenbrink. “Que el hermano del Papa, director del coro desde 1964, no estuviera enterado, es para mí inexplicable”.
Wittenbrink sugiere que esos abusos indujeron al suicidio a uno de sus compañeros en 1966, un año antes de terminar el bachillerato.
Otro exalumno del colegio, que no ha querido dar su nombre, dijo a la misma revista que, a finales de la década de los cincuenta, un sacerdote católico –al que sólo menciona con la inicial M– propinaba a los niños duros castigos corporales. Era usual que hiciera desnudar a los alumnos de ocho y nueve años en su cuarto, y les diera fuertes palmadas en el trasero. En algunos casos, de acuerdo con la víctima, hubo penetraciones.
Los testimonios de abusos se extienden ya a 20 de los 27 obispados alemanes. Da la impresión de que fueron guardados en un oscuro rincón de la memoria, y ahí se hubieran quedado, silenciosos. Pero ahora, desatada la catarsis, ésta crece día a día.
El Arzobispado de Munich encargó la investigación de lo ocurrido en el Internado Ettal al abogado Thomas Pfister. Éste se ha visto “inundado de correos electrónicos y cartas”, en su mayoría anónimos, provenientes de exalumnos.
Hasta ahora el número de víctimas asciende a 100 y las acusaciones recaen sobre 10 clérigos. “En su mayor parte, las acusaciones se refieren a castigos desmedidos y continuos que se acercaban a rituales sádicos”, informó el abogado durante una conferencia de prensa convocada por el obispado de Ratisbona.
Pfister habló de monjes que llevaban niños a su cama y de heridas provocadas por castigos corporales, que luego eran curadas en la enfermería del internado. El abogado habló de una cultura sistemática de hacerse de la vista gorda y silenciar los hechos.
A su lado, con cara de tensión antes que de vergüenza, el sacerdote Johannes Bauer confesó: “He sido parte de esto y he castigado de manera brutal y humillado a mis alumnos. Me avergüenzo profundamente”. El sacerdote confesó haber golpeado con violencia a sus alumnos en las nalgas. Dijo estar dispuesto a someterse a una terapia. Dos autoridades del colegio, su director, Maurus Kraß, y el abad Barnabas Bögle, renunciaron a sus puestos.
El 7 de marzo, el obispado de Ratisbona dio un informe en el que se admitían cinco casos de abuso sexual y violencia contra los alumnos. Uno cometido contra un seminarista en Leiden; los otros cuatro, contra miembros del coro. Los autores, un exvicedirector y el otro exdirector del internado, habrían sido condenados por la justicia en 1958 y 1971, respectivamente. Ambos murieron en 1984. Se trata, claramente, de los dos curas que Manfred van Hove y Franz Wittenbrink nombran como Friedrich Z y el director Z. Tras pasar dos años de cárcel, la iglesia trasladó a Friedrich Z a un internado de niñas en Suiza.
Otro de los inculpados es el sacerdote Magnus, muerto en 2009 a los 76 años. Sus víctimas lo culpan de forzarlos a compartir con él la ducha y de manoseos obscenos. El propio Magnus dio información bastante más comprometedora, pocos meses antes de morir, en un escrito titulado “Confesión”. Ahí contó que “los alumnos venían regularmente a mí, aun durante la noche, buscando un contacto corporal sexualmente estimulante que no impedí”. Describe abiertamente su preferencia por alumnos de 14 y 15 años. Por la noche se acostaban en la cama junto a él y dejaban que él los satisficiera.
El abogado Pfister menciona también a un sacerdote al que llama R, quien hizo su amante a una alumna de 16 años. En la computadora de otro cura se encontró pornografía infantil. Uno más ha sido denunciado por dos alumnos que lo acusan de abuso sexual supuestamente cometido en 2005. La iglesia envió a este clérigo a una terapia, pero no lo entregó a la justicia. Más tarde lo envió de urgencia a un convento benedictino en Sajonia. Estos casos no han prescrito. La fiscalía investiga.
“No se debe creer que el monasterio de Ettal de entonces es el mismo de ahora”, recalcó el abogado Pfister. Pero aceptar sin más los abusos sexuales de tres religiosos muertos y la moderada culpabilidad de otros pocos en activo se parece más a una cortina de humo que a la voluntad de esclarecer todos los casos. Nuevas acusaciones hacen sospechar que incluso en la escuela preparatoria para el ingreso al internado, que alberga a niños de nueve a 10 años, hay casos de abuso.
Juguetes sexuales
El obispado de Ratisbona se ha comprometido a entregar un informe preliminar, a finales de marzo, con los resultados de la investigación abierta la semana pasada. Por lo pronto, el internado comunicó que han enviado cartas a todos los exalumnos para pedirles que den su testimonio sobre los abusos sufridos.
A los casos de ultrajes en instituciones católicas se ha sumado el del internado laico del liceo Odenwaldschule, en el Estado de Hesse. Reconocido como uno de los mejores de Alemania, con un costo de más de 3 mil dólares mensuales, unos 25 alumnos han acusado a sus profesores de haberlos usado como juguetes sexuales.
Según la ley alemana, los delitos sexuales prescriben a los 10 años de cometidos. En caso de que la víctima sea un menor, la prescripción se extiende hasta 10 años después de que la víctima alcance la mayoría de edad, o sea, a los 28 años. Miembros de toda la clase política han expresado su intención de modificar la ley para extender dicho plazo a 30 años. El pedido encuentra apoyo dentro de la Iglesia católica, que ahora intenta moverse desde el incómodo lugar del acusado.
El camino de las víctimas es arduo. Los sentimientos bloqueados durante años se expresan en temblores, pesadillas, molestias estomacales o cardiacas. En el fuero interno el daño no prescribe fácilmente. “Yo tengo cuatro hijos”, dice Manfred van Hove: “¿Cómo les explico lo que pasó?”. El hombre todavía sueña con el cura Z. “Lo veo suspendido en el aire y con su boina vasca sobre la cabeza. Él sonríe apenas. Y yo me despierto”.
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