El País, 29 SEP 2012;
Considerado el mejor policía del mundo, Naranjo quiere erradicar la palabra guerra y centrar su misión en la disminución de la violencia y la protección de los ciudadanos
Óscar Naranjo, durante la entrevista. / PEP
COMPANYS
Los suaves modales del general colombiano Óscar Naranjo (Bogotá,
1956) contrastan con lo que se pude esperar de un hombre con su hoja de
servicios: más de 30 años trabajando en la seguridad de su país combatiendo al
narcotráfico y a la guerrilla. Considerado el mejor policía del mundo –la
detención del capo Pablo Escobar y el descabezamiento de las FARC se cuentan
entre sus méritos- se retiró hace unos meses y cambió de empleo. El presidente
electo de México, Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional
(PRI), lo contrató como asesor de seguridad para hacer frente al problema de la
violencia.
Su fichaje ha sido acogido con recelo por parte de la opinión
pública mexicana, desde sectores
militares a las organizaciones de víctimas pasando por la izquierda, que
desconfía de un asesor extranjero que goza de la plena confianza de EE UU. El
general acepta la polémica pero no admite que le acusen de ser un agente de los
gringos y al tiempo de tener vínculos con el narcotráfico. Ni que le culpen de
la muerte de tres estudiantes mexicanos durante el bombardeo del campamento del
líder de las FARC, Raúl Reyes, en Ecuador en 2008. “Yo estaba ahí, pero fue una
operación de Estado, que no dirigí, contra el segundo hombre más buscado en
Colombia por terrorismo”, afirma.
Naranjo propone una nueva política de seguridad para México donde
estará erradicada la palabra guerra y tendrá por objetivo la disminución de la
violencia y la protección de los ciudadanos
¿Cuál es su diagnóstico de la violencia en México y qué diferencias
tiene con la de Colombia?
-Soy contrario a establecer paralelismos. En el caso de México la
violencia no está atravesada por 50 años de estructuras guerrilleras o
terroristas como en Colombia. Creo que
en México en los últimos años ha tratado de explicarse la violencia a través de
una sola causa, la del narcotráfico, lo que es un error. Pero hay tres
elementos que debieran generar optimismo: no
es una violencia generalizada en el país; las tasas de homicidios por 100.000
habitantes no llegan a ser comparables con las que tuvo Colombia, tiene
Honduras o El Salvador… Y hay una especial sensibilidad por las víctimas
entre la ciudadanía, que me parece fundamental. No sucedió en Colombia ni en
Centroamérica, donde la violencia pasó un poco desapercibida hasta que casi
colapsa esos Estados.
-La gente está hasta la
madre de la palabra guerra aplicada al crimen organizado…
-Instalar la palabra guerra en el marco de una política de
seguridad pública es un error garrafal. Por varias
razones, la primera es que desconoce un principio elemental de un Estado de
derecho donde el delincuente no es un enemigo a aniquilar; el delincuente es alguien al que el Estado debe someter a la ley y
resocializar. Segundo, es un tema que polariza alrededor de la seguridad y
la propia palabra no aparece como un valor, sino como un problema. Y tercero,
es generar en la mentalidad criminal un estado de certidumbre: mientras me
matan, yo mato. Por tanto, la gran oportunidad que hay hoy, y lo he discutido
con el presidente Peña, es que buena
parte de la política de seguridad debería legitimarse no a partir de la lucha
contra el delito sino a partir de la sensibilidad por las víctimas. La
seguridad no es un fin en sí mismo; es un camino para generar convivencia y
asegurar derechos y libertades.
-Ha mencionado a las víctimas pero el Movimiento por la Paz que
lidera Javier Sicilia no vio con buenos ojos su nombramiento, ¿qué mensaje les
envía?
-Esa actitud es consecuencia de un valor que está en crisis en
México: la confianza. Todo está bajo sospecha, nadie cree en nadie. El mensaje
que yo lanzaría a los mexicanos, y particularmente a las víctimas, es que
pueden tener la certeza de que llegamos aquí con una convicción, pero también
con resultados, y es que mi obsesión durante los últimos años fue disminuir la
violencia y en buena parte lo hemos logrado. Hace años, la tasa de homicidios
(en Colombia) era de 78,80 por 100.000 habitantes, todavía estamos lejos de una
cifra razonable, pero la dejamos en 32 por 100.000. Les diría a las víctimas
que las entiendo y sé de su frustración y de su tragedia, pero que hay que
abrir un espacio para escuchar y para confiar.
-¿Por dónde empezar a disminuir la violencia?
-Hay dos dimensiones: la primera es que las políticas de seguridad
deben ser de Estado y no de partido, para que se genere un consenso nacional. También es necesaria una nueva narrativa
que signifique que más importante que combatir el delito, es proteger la vida,
derechos y libertades de la gente. En términos prácticos, es imperativo
tener estrategias diferenciadas contra el crimen, que no pueden ser simplemente
un conjunto de acciones para vencer al narco.
-¿Está a favor de que los militares libren esta guerra?
-Creo que con instituciones como las nuestras, tan débiles ante un
desafío como el crimen trasnacional, resulta justificable que se emplee la
fuerza militar. Pero uno debería usar la fuerza militar en misiones que le sean
connaturales como el control fronterizo, la interceptación aérea o marítima, y
también, en algunos casos, para hacer inteligencia territorial sobre unos
fenómenos. Es un error que un problema que es típicamente delincuencial se
ataque con un instrumento típicamente militar. En Ciudad Juárez hubo un
despliegue de soldados que para nada impactó en el número de homicidios; salieron
esos efectivos de allá y los homicidios empezaron a caer.
-¿Cree que la estrategia del presidente Felipe Calderón generó
parte de la violencia?
-No. La dinámica de la
delincuencia organizada se mueve como en tres o cuatro fases: la primera es una
fase de irrupción en la sociedad en el marco de una zona de confort. Llega el
narcotraficante, empieza a comprar propiedades, a generar incluso empleo, a
repartir unas migajas de su opulencia económica y la sociedad se asombra un poco de la llegada de ese señor, pero lo
tolera. Eso se vuelve tan atractivo que empiezan a participar otros actores
criminales lo que les lleva a enfrentarse entre ellos. Tercera etapa: uno de
esos actores tiene la fuerza para someter al resto y ya, como el Estado ha
tenido que intervenir, ese señor
transita a un terrorismo selectivo. Y
lo primero que hace es tratar de aniquilar periodistas para silenciar esa
realidad y luego mata a fiscales, policías y jueces. Y después, no conforme
con eso, se lanza a un terrorismo indiscriminado, que es la etapa que vivió
Colombia con Pablo Escobar. Creo que en
México estamos en una fase intermedia entre el enfrentamiento entre
organizaciones y un afán de esas organizaciones por silenciar a sectores de la
sociedad mexicana. Eso hubiese pasado con o sin intervención del presidente
Calderón. En Honduras y Guatemala no hubo nunca declaraciones de guerra contra
el narcotráfico.
- Sin embargo, los discursos de guerra se han mantenido en otros
espacios, como los spots de televisión, y eso perpetúa la dinámica de
enfrentamiento y aniquilamiento…
-Los funcionarios tenemos
unas tentaciones muy grandes de mostrar resultados para obtener prestigio y
muchas veces su presentación lejos de crear confianza, genera miedo. Es un
poco lo que veo en México. Además, aquí cada resultado lo muestra la fuerza
institucional que lo logra, el Ejército, la Marina, la Policía Federal… Cuando realmente debería ser el éxito de un
Gobierno, de un Estado contra el crimen.
-¿Implica necesariamente el negocio de la droga tanta violencia?
-En el caso latinoamericano enfrentarse el narcotráfico más que una
decisión por disminuir la oferta y la demanda es una decisión por defender
principios democráticos. Porque en Latinoamérica, a diferencia de otros
lugares, la acumulación de dinero del narcotráfico sí está en capacidad de
comprar un Estado. Entonces, aquí enfrentarse al narcotráfico significa contener
la posibilidad de tener más narcoestados. Cuando me preguntan cuál es mi
evaluación del Plan Colombia, digo que hoy en Colombia hay una democracia, con
todos sus defectos, vigorosa.
-¿Hace falta por tanto más colaboración con EE UU?
-Sería un error que México se resistiese a tener aliados
internacionales que lo respalden políticamente. Frente a un fenómeno trasnacional, lo lógico es tener alianzas. Si
uno actúa sobre la lógica de que es más importante el respaldo político que el
apoyo material, creo que se hará un gran avance. Por mi experiencia, avanzar
contra el crimen en un mundo globalizado implica relaciones globalizadas. Y estas incluyen a EE UU.
-¿Va Peña Nieto entonces a incrementar la cooperación con EE UU?
-México tiene una tradición política que ha sido muy celosa de no
permitir operaciones por parte de extranjeros en su territorio. Pero eso no
implica que México rechace la cooperación, en un mundo globalizado, donde la
inteligencia, el tratamiento de la información, es el factor más preventivo
contra la violencia. Creo que aquí hay que abrir mucho más el espectro de
colaboración para que la información se procese a tiempo y no nos sorprendan
los fenómenos criminales. En el presidente veo una persona totalmente abierta a
una modernización institucional y de mentalidad en estos temas.
-Se dice que el cansancio ante la violencia llevó a muchos
mexicanos a elegir a Peña Nieto para que pacte con los criminales.
-Primero, yo me he vinculado
como su asesor externo sobre una convicción que él me transmitió: que no habría
pacto con el narcotráfico. Segundo, estoy convencido de que lo que se
acumuló en los últimos seis años deja abonado un terreno para producir una
inflexión en esta dinámica criminal. El
presidente Peña no parte de cero; aquí hubo unos cambios, de fortalecimiento
institucional que han implicado el desgaste de esas organizaciones
violentas. Tercero, me he vinculado también sobre la certeza de una nueva
visión política cuyo primer objetivo es disminuir la violencia.
-¿La imagen internacional de México es peor que la realidad?
-Creo que el talante mexicano -la gente está cansada pero no ha
claudicado- ha sido un blindaje para el prestigio de México en el exterior y lo
prueba el alza en la inversión extranjera. Es verdad que ha habido algunos
pequeños descensos de visitas de turistas, pero en general, a diferencia de lo
que pasó en Colombia, la gente no duda de que México es un país pujante, que
tiene la fortaleza para superar el problema. Eso no quiere decir que la
comunidad internacional no esté un poco impresionada por lo salvaje y bárbaro
de las modalidades delictivas en México.
-¿Cuál es el truco para acabar con esta psicosis?
-Creo que en el imaginario de América Latina quedó la idea de que
seguridad es igual a autoritarismo y que es problema de jueces y delincuentes.
El mérito colombiano de los últimos años es que volvimos a lo fundamental, a
que sin seguridad no hay libertad ni prosperidad. Hay algo que me preocupa más
que como policía, como simple ciudadano: ¿Hasta dónde el hecho de mostrar la
muerte tan repetidamente la instala en la cotidianeidad y hace que parezca
normal que maten? Una narrativa que eleve la voz de las víctimas y ahogue la
voz del victimario es crucial.
-¿Es posible hacer ese cambio de política sin los medios?
-Veo en México una cosa muy importante con los medios, perdón que
me meta en una cosa tan doméstica. Creo que el drama que está viviendo la
prensa local no es acompañado solidariamente por el conjunto de la sociedad,
incluyendo los medios. Me parece grave. Pero por otro lado, la pluralidad de
las empresas periodísticas es tan alta que hay libertad para opinar,
visibilizar y mantener vivo el problema; eso no pasa en otras sociedades
latinoamericanas. El solo hecho de que
aquí informen es ya una gran ayuda.
-¿Es partidario de emplear unidades especiales contra el crimen
organizado?
-Cuando uno tiene un panorama institucional como el de México,
hacia el que hay una desconfianza general, habría que emprender dos caminos:
uno a medio y largo plazo para producir reformas estructurales que transformen
esas instituciones, y otro para responder de manera inmediata al problema. Y la
verdad es que los grupos de élite, que no son necesariamente comandos de
choque, son necesarios. Por ejemplo, imagino en los próximos meses un grupo de
élite de contadores e ingenieros financieros reconstruyendo el mapa de las
finanzas del narcotráfico para que el Estado mexicano lo confisque.
-¿Y grupos de élite para atrapar a los jefes de los carteles?
-Sí. Creo que aquí se imponen operaciones quirúrgicas contra la
delincuencia, se trata de actuar con inteligencia con operaciones muy
puntuales.
-¿Puede prometer que no habrá una profundización de la guerra?
- Habrá una política de seguridad que tiene por fundamento la
reducción de la violencia. Atacará a los grupos criminales, pero no se trata de
tener una política contra el narcotráfico a toda costa sino de avanzar en lo
fundamental que es proteger la vida, la libertad y los derechos de la gente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario