¿Debería
proscribirse a los partidos extremistas?/J an-Werner Mueller is Professor of Politics at Princeton University. His most recent book is Contesting Democracy: Political Ideas in Twentieth-Century Europe.
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Syndicate | 1 de noviembre de 2012
Las
medidas severas tomadas por el gobierno de Grecia contra el partido de extrema
derecha griego Amanecer Dorado han reanimado un interrogante perturbador que
parecía haber desaparecido con el fin de la Guerra Fría: ¿existe un lugar
dentro de las democracias liberales para los partidos aparentemente
antidemocráticos?
Sin
duda, las democracias liberales se han sentido amenazadas desde la caída del
comunismo en 1989 -pero la amenaza principalmente provino de terroristas
extranjeros, que normalmente no forman partidos políticos ni ocupan bancas en
los parlamentos de estos países-. Entonces, ¿los partidos extremistas que
intentan competir dentro del marco democrático deberían ser proscriptos o una
restricción de estas características a la libertad de expresión y de asociación
minaría en sí misma este marco democrático?
Por
sobre todas las cosas, es crucial que estas decisiones les sean encomendadas a
instituciones no partidarias como los tribunales internacionales, no a otros
partidos políticos, cuyos líderes siempre se sentirán tentados a proscribir a
sus opositores. Desafortunadamente, las medidas tomadas contra Amanecer Dorado
se identifican esencialmente con los intereses del gobierno, en lugar de ser
percibidas como el resultado de un criterio cuidadoso e independiente.
Frente
a esto, la autodefensa democrática parece un objetivo legítimo. Como señaló el
juez de la Suprema Corte de Estados Unidos Robert Jackson (quien también fue el
principal procurador de Estados Unidos en Núremberg), la constitución no es “un
pacto suicida” -un sentimiento del que se hizo eco el jurista israelí Aharon
Barak, quien enfatizó que “los derechos civiles no son un altar para la
destrucción nacional”.
Sin
embargo, el resultado de tanta autodefensa democrática, en definitiva, puede
ser que no quede ninguna democracia por defender. Si el pueblo realmente quiere
terminar con la democracia, ¿quién lo va a detener? Como dijo otro juez de la
Corte Suprema de Estados Unidos, Oliver Wendell Holmes, “si mis compatriotas
quieren ir al infierno, yo los voy a ayudar. Ese es mi trabajo”.
Así
las cosas, parece que las democracias están condenadas si prohíben y condenadas
si no prohíben. O, en el lenguaje más elevado del filósofo liberal más
influyente del siglo XX, John Rawls, este parece ser “un dilema práctico que la
filosofía por sí sola no puede resolver”.
La
historia no ofrece ninguna lección clara, aunque a muchos les gusta pensar lo
contrario. En retrospectiva, parece obvio que la República de Weimar se podría
haber salvado si se hubiera proscripto al Partido Nazi a tiempo. Como todo el
mundo sabe, Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, se regodeó
después de la Machtergreifung & (toma del poder) legal de los Nazis
diciendo: “Esto será por siempre una de las mejores bromas de la democracia:
les dio a sus enemigos mortales los medios con los cuales aniquilarla”.
Sin
embargo, una prohibición tal vez no habría impedido el desencanto general del
pueblo alemán con la democracia liberal, y de todas maneras siempre habría
venido después un régimen autoritario. De hecho, mientras que Alemania
occidental prohibió un partido neonazi y al Partido Comunista en los años 1950,
algunos países -particularmente en el sur y el este de Europa, donde se llegó a
asociar a la dictadura con la supresión del pluralismo- han extraído
precisamente la lección contraria en cuanto a impedir el autoritarismo. Esa es
una razón por la cual Grecia, por ejemplo, no tiene estipulaciones legales para
proscribir a los partidos.
El
hecho de que Grecia, de todos modos, esté intentando en efecto destruir a
Amanecer Dorado -el parlamento acaba de votar para congelar el financiamiento
estatal del partido- sugiere que, en definitiva, la mayoría de las democracias
querrán trazar la línea en alguna parte. ¿Pero dónde, exactamente, se la
debería trazar?
Para
empezar, es importante reconocer que la línea tiene que ser claramente visible,
inclusive antes de que surjan los partidos extremistas. Si ha de imponerse el
régimen de derecho, la autodefensa democrática no debe parecer ad hoc o
arbitraria. En consecuencia, los criterios para las prohibiciones deberían be
detallarse con antelación.
Un
criterio que parece universalmente aceptado es el uso, estímulo o al menos
condonación de la violencia por parte de un partido -como evidentemente sucedió
con el papel que tuvo Amanecer Dorado en los ataques contra los inmigrantes en
Atenas-. No existe tanto consenso respecto de los partidos que incitan al odio
y están comprometidos con la destrucción de los principios democráticos
medulares -especialmente porque muchos partidos extremistas en Europa se
esmeran por enfatizar que no están en contra de la democracia; por el
contrario, luchan por “el pueblo”.
Pero
los partidos que intentan excluir o subordinar a una parte del “pueblo” -por
ejemplo, los inmigrantes legales y sus descendientes- están violando principios
democráticos medulares. Incluso si Amanecer Dorado -un partido neonazi en
apariencia y contenido- no se hubiera involucrado en actos de violencia, su
postura extrema contra los inmigrantes y su incitación al odio en un momento de
gran agitación social y económica lo habrían convertido en un candidato
plausible para una proscripción.
Los
críticos advierten sobre una situación resbaladiza. Cualquier desacuerdo con la
política inmigratoria del gobierno, por ejemplo, podría llegar a calificarse de
“racista” y resultaría en una restricción de la libertad de expresión. Algo
como el clásico patrón norteamericano -el discurso que se cuestiona debe
plantear un “peligro claro y presente” de violencia- es por lo tanto esencial.
A los partidos marginales que no estén conectados a la violencia política y no
inciten al odio probablemente se los debería dejar en paz -por más desagradable
que pueda resultar su retórica.
Sin
embargo, los partidos más próximos a asumir el poder son una cuestión
diferente, incluso si prohibirlos pudiera parecer automáticamente
antidemocrático (después de todo, ellos ya tienen diputados en los
parlamentos). En un caso famoso, la Corte Europea de Derechos Humanos concordó
con la prohibición del Partido del Bienestar de Turquía mientras era el miembro
sénior de una coalición gobernante.&
Es
un mito que las proscripciones convierten en mártires a los líderes de los
partidos extremistas. Muy pocas personas recuerdan quién lideraba a los
neonazis y los comunistas alemanes en la posguerra. Tampoco sucede siempre que
los partidos tradicionales pueden recortar el respaldo a los extremistas
eligiendo selectivamente sus quejas y demandas. Algunas veces esta estrategia
funciona y a veces, no; pero siempre implica jugar con juego.
Prohibir
a los partidos no tiene que implicar silenciar a los ciudadanos que se sienten
tentados a votar por los extremistas. Sus preocupaciones deben ser oídas y
debatidas; y a veces la proscripción se combina mejor con esfuerzos renovados
en materia de educación cívica, enfatizando, por ejemplo, que los inmigrantes
no causaron los males de Grecia. Es verdad, estas medidas podrían parecer
condescendientes -pero estas formas de compromiso público son la única manera
de evitar que el anti-extremismo termine pareciéndose al extremismo.
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