Las
cumbres iberoamericanas, en perspectiva/Enrique Iglesias es secretario general iberoamericano.
Publicado en El
País | 5 de noviembre de 2013
Hace
unos días culminó la XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefas y Jefes de Estado y
de Gobierno en la Ciudad de Panamá, con la lamentable ausencia de su majestad
el rey de España, verdadero inspirador y fundador de estos encuentros.
Casi
un cuarto de siglo de cumbres anuales continuadas no deja de ser un logro
destacable cuando en el mismo período de tiempo el sistema de Estados
interamericano, el más antiguo colectivo político de las Américas, convocó en ocho
oportunidades a sus jefes de Estado.
Antes
del evento político y durante el mismo ocurrieron muchas cosas. En particular
que 300 empresarios altamente representativos de las empresas iberoamericanas
se encontraron para dialogar con varios jefes de Estado bajo los auspicios del
Consejo Empresarial de América Latina (CEAL), constituyéndose en el mayor y más
representativo encuentro empresarial que acompaña la Cumbre Iberoamericana.
Destacados
representantes de los medios de comunicación evaluaron juntos los desafíos y
las tendencias globales de la comunicación en el mundo moderno.
Más
de 150 personas que representaban a ciudadanos, Gobiernos, empresas,
instituciones y fundaciones de la sociedad civil iberoamericana fueron
convocados para fundar un proceso de innovación ciudadana iberoamericana,
semilla de una futura ciudadanía iberoamericana.
Una
semana antes de la cumbre, presidentes y parlamentarios de 19 países se dieron
cita en la Ciudad de Panamá para debatir los desafíos a futuro de nuestra
comunidad. Lo mismo hicieron representantes de gobiernos locales y de la
sociedad civil. Inspirados por las recomendaciones de un grupo de reflexión
presidido por el presidente Ricardo Lagos, los jefes de Estado y de Gobierno
aprobaron medidas para renovar el funcionamiento de las cumbres. Se trata de
concentrar sus prioridades, cambiar su periodicidad y sostener un encuentro de
alto nivel sobre la cooperación que prestan a la comunidad iberoamericana las
cinco instituciones de cooperación, llamadas, también, a fortalecer su
cooperación e integración de programas y acciones en sus países miembros.
Como
en anteriores oportunidades, no todos los jefes de Estado convocados
concurrieron a la cita por problemas de agenda que bien podemos entender cuando
hoy las cumbres iberoamericanas, a diferencia de sus primeros años, deben
compartir el tiempo de los mandatarios con una docena de eventos que reclaman
su asistencia. Esas ausencias ocurren regularmente en todos los encuentros de
este nivel. Las veteranas cumbres iberoamericanas no tienen por qué ser una
excepción. Pero es importante destacar que, en todo caso, estuvieron presentes
sus cancilleres o altos funcionarios. Ninguna silla estuvo vacía. Todos los
países estuvieron en la cumbre.
¿Podría
concluirse a partir de estos hechos que la comunidad iberoamericana se enfrenta
a una pérdida de vigencia respecto a sus objetivos originales? El mundo cambia
vertiginosamente; nuestros países también: por eso las cumbres deberán
adaptarse a las nuevas realidades y cambiar con ellas. ¿Se habría agotado el
ciclo de la cooperación iberoamericana?
Sería
difícil que este inmenso espacio de más de seiscientos millones de personas que
comparten dos lenguas predominantes, historia, tradiciones y cultura, dejen de
constituir un colectivo único de naciones; un colectivo que mantiene una
capacidad de diálogo político más allá de las diferencias ideológicas o la
diversidad de sus sistemas políticos o económicos.
Sería
difícil entenderlo, también, si no dejáramos de valorar la cooperación
económica que comparte el espacio iberoamericano, donde España es el segundo
inversor extranjero; donde más de 600 empresas operan en América Latina y
muchas otras buscan hacerlo; donde se abre un inmenso potencial para el futuro
de estas empresas en la región, y para las empresas latinoamericanas en la
península Ibérica.
Sería
difícil también de entender si no apreciamos las relaciones humanas que se han
construido en el seno de esta comunidad y los múltiples vínculos de cooperación
que han promovido los organismos de la cooperación iberoamericana, como son los
programas de educación, la construcción de un sistema de seguridad social
integrado, un entramado pujante de cooperación jurídica, o una creciente
dinámica de conocimiento y trabajo conjunto de las juventudes iberoamericanas.
Relación humana que, por decenas de años, alimentara vigorosos flujos
migratorios de la península hacia América y de América hacia la península. Pero
que en estos últimos años se concentran en flujos de talentos que migran desde
España y Portugal hacia América Latina, fortaleciendo la calidad de sus
recursos humanos, apoyo de un verdadero espacio laboral iberoamericano.
Sería
igualmente difícil de entender que no se valorara el aporte de variados
colectivos culturales trabajando conjuntamente desde el cine a los museos,
desde el teatro a la música, desde las bibliotecas a las artesanías, a lo que
los propios Gobiernos agregan nuevas áreas culturales de cooperación para
fortalecer el espacio cultural iberoamericano.
Creo,
por tanto, que las cumbres son solamente la punta de una pirámide de
cooperación que tiene sus raíces en historias compartidas; en encuentros y
desencuentros y en capacidad de diálogo y cooperación, más allá de sus
diferencias, porque enfrentan problemas similares y comparten esperanzas y
sueños.
Las
cumbres deberán continuar como aporte a todo ese entramado de relaciones
sociales, económicas, culturales o políticas; deberán hacerlo modernizándose,
atentas siempre a los nuevos desafíos que nos toca vivir y que podemos
compartir conjuntamente, siendo un punto de referencia único en la construcción
de un mundo mejor en paz, en democracia y en bienestar.
Las
instituciones no son meras burocracias, siglas y eventos sociales. En el
espacio que ellas crean pueden resolverse innumerables problemas que así no
llegan a la calle, a las fronteras, que se frenan antes de ser conflictos. En
las instituciones se inventan soluciones, nuevas vías y colaboraciones.
Participar en el fortalecimiento y desarrollo de una institución que envuelve a
la comunidad iberoamericana no deja de ser un desafío. Lo fue hace 23 años y
seguirá siéndolo, pero merece sin duda el esfuerzo.
He
trabajado desde la Secretaría General en los últimos ocho años convencido de
que este esfuerzo bien vale la pena. Al término de mis mandatos al frente de la
Secretaría, salgo más convencido que cuando comencé sobre la nobleza del ideal,
pero también sobre los grandes espacios de cooperación que operan en el mejor
interés de los pueblos de ambas orillas del océano.
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