La
toma de Apatzingán/Juan Veledíaz
La Silla Rota, 30 de octubre de 2013
¿Cómo
explicar la ingobernabilidad que vive Michoacán?
Aquel
mensaje llegó a la redacción del diario El Universal en los últimos días de
noviembre del 2007. Era de una fuente confiable que se comunicó vía telefónica
a la redacción desde Apatzingán, donde días antes, dos enviados del periódico
habían realizado una serie de reportajes sobre un par de candidatos a
presidentes municipales vinculados al narcotráfico. El rotativo había dado
también relevancia en su portada de aquellos días sobre cómo empeoraba la
situación de seguridad en los municipios de la Tierra Caliente.
Hubo
una advertencia de que aquellos dos reporteros no regresaran a Apatzingán, sus
vidas corrían peligro, ya que lo que habían publicado tenía muy molestos a los
familiares de los candidatos, es decir, los capos que no les gustó nada lo que
se publicó. En los primeros días, el mensaje fue tomado con reserva, pero
semanas después, una de las personas, un reportero local, que ayudó a que no
hubiera “imprevistos” en el desplazamiento por carretera entre Apatzingán y Tepalcatepec y en comunidades aledañas,
“desapareció” sin que a la fecha se sepa nada de él. El suceso preocupó
demasiado a los enviados y quedó registrado como uno de los actos que se
multiplicarían a partir de esas fechas contra trabajadores de medios locales, no
solo en Michoacán, sino en Tamaulipas y otros estados del país.
Al
paso de los años, la situación no mejoró. Al contrario, el control de la
delincuencia organizada de los municipios de la Tierra Caliente michoacana,
convirtió la labor de investigación periodística en esta región del país en
algo imposible. Hubo necesidad de crear mecanismos de entrevistas y
verificación de datos apoyados en personas de confianza que ahí residían,
quienes con cautela y más sigilo, hacían llegar información fuera de sus
comunidades. También la rotación de fuentes de información, como los mandos
militares, permitió tener el pulso a la región durante el sexenio de Felipe
Calderón.
La
estructura de protección social a las mafias de la delincuencia organizada está
fincada en la ausencia de la autoridad constituida y todo lo que ello implica,
es decir, una noción básica de gobierno con programas de salud, mejora en la
economía regional, desarrollo de las comunidades, y un largo etcétera que pasa
por cuerpos de seguridad profesionales vinculados más a la sociedad que a las
mafias. Suena a utopía, pero desde principios de los años 60, un comandante
militar que estuvo al frente del batallón 49 en Apatzingán, el general de
división Salvador Rangel Medina, lo dejó escrito en sus análisis y reportes de
estado mayor hechos llegar al presidente de la república y al secretario de la
Defensa de ese entonces (El general sin Memoria, Una crónica de los silencios
del ejército mexicano. Ed. Debate. 2010).
Los
estudios de antropología social, los libros de crónicas y reportajes, los
análisis sociológicos y los estudios macro y microeconómicos sobre Michoacán,
por citar diversas disciplinas que han abordado la realidad de lo que pasa en
los 17 municipios de la Tierra Caliente del estado, coinciden en algo
fundamental: la base social del narcotráfico es algo más que una estructura de
protección, es una manera de vida, de interacción y de generar economía. Algo
ocurrió en los últimos años que la situación se volvió incontrolable.
Y
uno de los factores que influyó fue la pérdida de “control institucional” sobre
las mafias, la desarticulación del tejido de interacción entre los capos y los
poderes establecidos, y la ausencia de un ‘plan b’ del gobierno en turno ante
este situación. Cuando inició la gestión del panista Vicente Fox, se puso en
marcha la desarticulación del servicio civil de inteligencia conocido como
Cisen. Existía el antecedente que el último gobierno del PRI, que encabezó
Ernesto Zedillo, había asestado varios golpes importantes a la mafia de los
hermanos Amezcua Contreras, los personajes más visibles en Michoacán que
controlaban el llamado cartel del Milenio. Sus antiguos socios, alguno de ellos
hasta ese momento subordinados, se independizaron y formaron la Familia, una
palabra que daba idea de lo que implicaba la naturaleza de quienes vivían y
dependían del negocio del cultivo y tráfico de drogas.
Hubo
un hecho fue fundamental entre el año 2001 y el 2006. La ausencia de un
contrapeso a las decisiones del presidente de la república, como había ocurrido
en otros gobiernos, donde el secretario de la Defensa Nacional era algo más que
un funcionario al frente de una dependencia, era en la práctica el principal
consejero sobre temas de seguridad interior y quien le hacía ver “otras”
realidades al presidente. Este contrapeso nunca cuajó en la figura del general
Gerardo Clemente Vega García. Hay militares de alto rango, hoy retirados, que
aseguran que su ascendencia duró poco, y dentro del ejército, quedó rebasado
por la circunstancia de no tener la suficiente experiencia en el ejercicio del
mando de tropas, una actividad clave para ocupar la responsabilidad de
encabezar la Defensa Nacional. Del general Vega, sólo queda en estos días las
versiones corroboradas de sus problemas emocionales, que cuando fue secretario traspasaron las
puertas de sus oficinas, y que hoy día lo tienen postrado —sin contacto con su
entorno— en Chihuahua.
Esta
situación abonó el caos que se avecinaba en Michoacán. La llegada de Felipe
Calderón, con un equipo de seguridad sin información de inteligencia sobre cómo
operaba y las mutaciones que había tenido la mafia en la Tierra Caliente
michoacana, terminó por descomponer más la situación. En diciembre del 2006,
cuando al iniciar su sexenio lanzó la operación militar en esa región, viajamos
durante varios días por esos caminos, y los mandos militares y policiales, se
quejaron off the record de lo que después vendría a ser una constante y rasgo
fundamental del sexenio: demasiado ruido, muchos avisos en los medios
electrónicos, y cero resultados sobre las cabezas financieras y de logística de
la organización que se fragmentó y en el colmo de su “misticismo” una facción
se autodenominó Caballeros Templarios.
Estos
individuos que consideran un “agravio” que el gobierno intente actuar en su
territorio, le sobran recursos y “sistema de inteligencia” para saber cómo y
cuándo golpear en su terreno. No por algo su base social se fragmentó a raíz de
la estrategia de extorsión y secuestro como instrumento de financiación
“paralela”. El hartazgo de la población creció paralelo al vacío de poder
institucional tanto en los municipios como en el gobierno del estado,
gangrenado de raíz, lo que agudizó la desconfianza de actores clave como el
ejército con funcionarios civiles, la mayoría de ellos coludidos de alguna
forma con la delincuencia organizada. El surgimiento de los grupos de
autodefensa no se explicaría sin este contexto.
Y
fueron estos actores quienes al medio día del sábado, entraron a Apatzingán
para manifestarse frente a la presidencia del municipio más importante de la
Tierra Caliente michoacana. Las escenas de esa tarde, cuando intentaban
realizar un mitin y fueron atacados a tiros desde lo alto de un par de
inmuebles, hablan de la reacción de los Templarios ante la incursión más
importante en su territorio desde que así se autodenominan. Tuvo que intervenir
el ejército, cuyo mando territorial pidió a las autodefensas no entrar armados
al poblado, para garantizar que aquello no se convirtiera en un baño de sangre.
Por
diversas fuentes militares y civiles, se corroboró que horas después, un grupo
de los Templarios realizó una serie de ataques coordinados, durante en la
madrugada del sábado, contra seis gasolineras y 18 estaciones de energía
eléctrica a manera de mensaje al gobierno federal por “la protección” que el
ejército dio a los autodefensas, quienes con su entrada a Apatzingán,
anunciaban el inicio de las operaciones de un grupo de personas del mismo
municipio que se unía como policía comunitaria para patrullar las calles de
ésta ciudad.
Era
la toma de Apatzingán por las autodefensas, el mayor reto quizá que los
Templarios podrían recibir en su territorio.
Fosa
Común
La
avalancha de sucesos enciende otra alerta roja, ésta en Quintana Roo, donde el
gobierno del priísta Roberto Borge, se descompone a paso acelerado ante su
intransigencia y frivolidad para abordar el problema de los recortes
presupuestales y las protestas de los maestros, quienes se atrincheran en el
municipio de Felipe Carrillo Puerto. Bombas incendiarias contra estaciones de
radio que dan voz al magisterio, incendios premeditados de negocios en este
poblado, donde los propietarios han dado apoyo abierto al movimiento. Algo
puede estallar en esa esquina del país.
Twitter:
@velediaz424
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