Por las
trincheras de Tierra Caliente.../ ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA
Revista
Proceso # 1931, 2 de noviembre de 2013
Michoacán
arde entre la violencia y la incertidumbre: autodefensas desarmadas proclamando
la “liberación” de Apatzingán –cuna y bastión de Los Caballeros Templarios–,
decenas de emboscados y ejecutados, retenes y trincheras en los caminos,
ataques incendiarios y un gobierno estatal del cual nadie puede decir que
ofrece seguridad o certezas y que ha sido acusado de mantener alianzas con el
narcotráfico. “Estado fallido”, lo califican algunos, y desde el Senado incluso
se ha pedido la desaparición de poderes…
MORELIA,
MICH.- La violencia en la Tierra Caliente cerró las llamadas “fiestas
octubrinas” –con las que se celebra la promulgación de la Constitución de
Apatzingán– en un ámbito en el que los grupos de autodefensa quedaron
desarmados y se proclamó la “liberación” del dominio criminal en esa ciudad.
El sábado
26 de octubre la incursión de las también llamadas “policías comunitarias” en
Apatzingán, bastión de Los Caballeros Templarios, desató un enfrentamiento
entre delincuentes y policías federales. Este episodio, que tuvo un saldo de 12
templarios muertos, según la versión de las autodefensas, dio paso a una nueva
escalada violenta en la entidad y marcó el inicio de las festividades del Día
de Muertos, con alrededor de 40 caídos en diferentes puntos del estado.
A esa
mortandad se sumaron el sabotaje a instalaciones de la Comisión Federal de
Electricidad (CFE) y ataques incendiarios en gasolineras, en presunta
represalia por el apoyo federal a las autodefensas. Al menos 14 municipios
quedaron sin energía eléctrica.
El
aumento de las tensiones entre autodefensas y templarios se generó en un
contexto de inestabilidad política, pues la titularidad del gobierno estatal
fue polémicamente reasumida el 23 de octubre por el priista Fausto Vallejo,
ausente los últimos seis meses por problemas de salud, de los que hasta ahora
se ignora si ya fueron superados.
Pero el
regreso de Vallejo nada tiene que ver con la crisis de violencia, según
diferentes actores políticos y sociales consultados.
El doctor
José Manuel Mireles, de las autodefensas de Tepalcatepec, sostiene que desde
hace cuatro meses la “liberación” de Apatzingán estaba en marcha por petición
de decenas de ciudadanos de ese municipio, considerado “la cuna templaria”.
A las
6:00 de la mañana del 26 de octubre tronaron los cohetones y repicaron las
campanas en Tepalcatepec, Buena Vista Tomatlán y La Ruana, cuyos habitantes
estaban avisados de que ese día partirían hacia Apatzingán para apoyar a las
incipientes autodefensas que ahí se gestaban.
Esos municipios,
productores de limón, mango, lácteos, ganado y con alguna actividad minera,
padecen el cerco de los templarios desde el surgimiento de las autodefensas,
atenuado en las últimas semanas por la presencia militar.
Durante
un periodo prolongado los habitantes de esos municipios no pudieron abandonar
la zona, no tuvieron suministro de gasolina ni alimentos y estuvieron impedidos
de transportar sus productos y comercializarlos, pues las empacadoras están en
Apatzingán.
La
concentración se convocó en San Juan de los Plátanos, de donde salieron tres
caravanas que pretendían ingresar a Apatzingán por esa ruta y por los caminos
de El Letrero y Aguililla.
Unas 300
camionetas comenzaron su avance, pero en el camino encontraron retenes
militares que los conminaron al desarme. En El Letrero hubo tensión, pues el
contingente se negó a dejar las armas y se abrió paso con un tractor y un
camión de volteo.
Más
adelante alcanzaron un acuerdo. Entrarían desarmados y el Ejército y la Policía
Federal (PF) garantizarían su seguridad. La caravana continuó.
“Yo iba
nervioso porque nuestra gente iba desarmada”, sostiene el doctor Mireles, quien
narra también el ingreso al bastión templario: desde una camioneta con bocinas
sonaba el Himno Nacional; otra llevaba altavoces por los que se convocaba al
“alzamiento”.
Mireles,
responsable de la única clínica de la Secretaría de Salud en Tepalcatepec,
asegura que la gente salía, los vitoreaba y se sumaba a pie o en vehículos a
las caravanas.
Pasaron
por el Monumento a Lázaro Cárdenas, donde reconocieron al “cobrador” templario
y lo detuvieron para entregarlo a los militares. Recorrieron las principales
vialidades y finalmente llegaron al centro. Les avisaron que había
francotiradores en la azotea de la catedral y en los edificios alrededor del
zócalo, incluida la Presidencia Municipal, pero el Ejército les dijo que se
trataba de militares.
Mireles
acudió a la estación de radio local y emitió un mensaje de cinco minutos:
proclamó la liberación de la ciudad, declaró que nadie tendría que pagar cuotas
a Los Caballeros Templarios y que Apatzingán recuperaría a partir de ese
momento su seguridad. Cuando estaba a punto de abandonar las instalaciones
sonaron tres explosiones y comenzó el tiroteo.
Las
autodefensas se refugiaron en los portales. Dos habitantes de Tepalcatepec
fueron heridos. El Ejército y la PF mantenían la vigilancia fuera de la ciudad,
pero en el centro las autodefensas estaban solas.
Minutos
después llegó la PF, tomó posiciones y la balacera se prolongó más de una hora.
Asegurada la zona por el Ejército, alcanzaron una serie de acuerdos, entre
éstos la instalación de puestos de vigilancia, la realización de patrullajes y
el regreso a sus comunidades. Miembros de las autodefensas habrían indicado las
casas de seguridad templarias, según Mireles.
Trincheras
y retenes
La
tensión en la zona continúa –pese al refuerzo militar y de la PF– tras los
ataques a las instalaciones de la CFE del pasado 27 de octubre.
La
peculiaridad de dichos ataques estriba en el uso de bombas molotov, dado el
poder de fuego atribuido a los templarios, por lo que se presume una alianza
con algún grupo de “desvirtuada orientación social”, según una fuente de
inteligencia federal.
Ejército
y PF transitan aquí con poderoso armamento; las autodefensas se atrincheran en
los accesos a sus comunidades y la espera de una embestida templaria no se
concibe sin cuernos de chivo y granadas.
En
Apatzingán se aprecia una normalidad apenas interrumpida por la presencia de
tropas que custodian los 13 accesos a la cabecera municipal y patrullan sus
calles. Hay movilidad permanente, sin puestos fijos. Presuntamente hay cateos,
detenciones y aseguramientos de arsenales, pero no hay confirmaciones oficiales
al respecto.
Un
tráiler desvencijado y lleno de hollín se ve a unos 500 metros después de pasar
por los retenes de la PF y del Ejército en las afueras de la ciudad: “Se lo
quitaron al chofer, aquel muchacho de allá, y pos ¿qué hace uno? El patrón
mandó a ver qué se puede hacer con la góndola; mire nomás cómo quedó”, comenta
un trabajador.
Por el
puente Piedras Blancas, una cruz negra señala el sitio donde un día varias
cabezas humanas quedaron empaladas.
Los
militares transitan con los fusiles prestos a diestra y siniestra. Hay un
primer retén, nutrido de autodefensas, por San Juan de los Plátanos; en
adelante, los hombres atrincherados serán casi invisibles, detrás de las
fortificaciones de costales de arena. “Fortines”, les llaman.
Los
atrincherados cuestionan, explican, describen atroces hechos de sangre que,
aseguran, los llevaron ahí: asesinatos, violaciones, secuestros, extorsiones.
“¿Quiere
saber la verdad? Nada más pregunte por qué nos prohibieron entrar armados (a
Apatzingán)”, dice uno.
“Cuando
estuvimos nosotros (autodefensas) nunca atacaron la CFE. Ya nos volvimos a
poner; a ver… que vengan”, reta otro.
“Me da
mucho coraje que digan que somos narcos de la Nueva Generación”, lamenta uno
más.
“Estos
(templarios) pensaron que íbamos a limpiar a la ‘Guardia Michoacana’, pero
cuando vieron que venimos también a liberar la cuna de los templas nos atacaron
y el Ejército nos dejó solos.”
Al entrar
a Buena Vista Tomatlán, delante de las trincheras una advertencia se antepone:
son tres ataúdes con el cartel que dice “territorio libre de templarios”. Al
fondo, lo que fuera una capilla de “San Nazario Moreno” (el líder de los
templarios presuntamente muerto en 2010 pero de quien todo mundo afirma que
sigue vivo y ya no es el “santo patrono de Tierra Caliente”) está vandalizada;
es una trinchera más de las autodefensas.
Las
capillas del santo narco se verán igual en Tepalcatepec y La Ruana, por los
caminos del territorio de las autodefensas en Tierra Caliente.
Las
subestaciones de la CFE están bajo custodia militar. De dos a tres pelotones
vigilan estratégicamente dispuestos detrás de montículos, edificaciones, bardas
y accidentes naturales. “Esos ataques no son de narcos”, razona un teniente del
Ejército sobre el sabotaje, pero ya no quiere decir más.
Es la
guerra
En las
instalaciones de la unión ganadera donde se iniciaron las autodefensas de
Tepalcatepec, junto a una camioneta con la caja llena de sangre coagulada,
Mireles habla de “liberación de pueblos”, “alzamiento armado”, “toma” de
ciudades en próximas semanas, una lógica geográfica que pretende limpiar Tierra
Caliente y entrar a Uruapan.
“Nuestro
proyecto es eliminar al crimen organizado (templarios, Familia, zetas, como se
llamen) en todo el estado.”
–¿Esto es
una guerra?
–Es una
guerra. Donde hay muertos, gente armada y combatientes es una guerra. Y para
que haya guerra, nos enseñaron, se necesitan tres cosas: primera, tener la
misión, que para nosotros es acabar con todos los criminales en el estado.
“La
segunda es tener una táctica. Nosotros no la tenemos pero el Ejército sí. La tercera
es el conocimiento del enemigo. No lo tienen los federales, los militares ni el
estado, pero el pueblo sí. Si conjuntamos las tres cosas… estamos en guerra y
la vamos a ganar.”
Desde el
pasado 24 de febrero, cuando las autodefensas proclamaron la liberación de sus
comunidades, han repetido sus historias: ejecuciones, secuestros y violaciones
masivas, así como un factor económico que se materializa en el control de
empacadoras y todo tipo de insumos, servicios y actividad comercial.
La
experredista y diputada independiente Selene Vázquez Alatorre afirma que el
cerco a las comunidades con autodefensas va más allá: no tienen acceso a
servicios de salud porque los hospitales están en Apatzingán; unos 2 mil
jóvenes dejaron el ciclo escolar desde febrero. “Ante esto, ¿qué puede hacer
una pinche diputada local?”, dice.
El
movimiento de autodefensas se inició en La Ruana. Ahí permanecen las huellas de
los disparos y el caos del 28 de abril, cuando un contingente templario llegó
beligerante al lugar.
“Quisiera
que los líderes de los Templarios entraran en razón y dijeran ‘estamos
perdiendo’, que no deben cobrarnos cuotas ni quitarnos sueldos, que pensaran
bien y terminara todo”, dice Hipólito Mora, dirigente de las autodefensas en La
Ruana y quien no admite la condición de guerra.
Para él,
con el desarme del 26 de octubre el Ejército evitó un mayor derramamiento de
sangre en Apatzingán. Y viendo los Templarios que el Ejército estaba apoyando a
las autodefensas, reaccionaron con los ataques a la CFE y a las gasolineras.
En la
plaza principal de la comunidad, Mora declara saber que Los Caballeros
Templarios pretendían matarlo desde el principio; 15 días le dieron de vida
cuando surgió el movimiento, y añade: “No siento miedo. Estoy completamente
seguro de que me van a matar y será pronto”.
“Estado
fallido”
–¿Cuánto
valen el sistema electoral y una autoridad electa en Tierra Caliente? –se le
pregunta al alcalde priista de Tepalcatepec, Guillermo Valencia.
–Nada.
¿De qué sirve la democracia si un grupo de personas que escudándose en los
movimientos de autodefensa desestabilizan un municipio por rivalidad política
con el alcalde, pues tienen más poder que una autoridad legítimamente
constituida? Como alcalde no tienes apoyo de autoridades federales ni estatales
para hacer lo que corresponde. Sólo pido seguridad y protección, pero no me la
han brindado.
Afuera
del Palacio Municipal de Tepalcatepec, numerosos cartelones acusan a Valencia
de ser templario. Él lo rechaza en entrevista con Proceso el 31 de octubre.
Valencia
es uno de los seis alcaldes expulsados de sus municipios e instalado en
Morelia; acusa al exalcalde priista de Tepalcatepec, Uriel Farías –quien ha
sido vinculado con el narco–, de usar las autodefensas para deponerlo.
Un
denominador común en la entidad es que todos acusan a todos de estar vinculados
con el narco: de las autodefensas se ha dicho que trabajan para el Cártel
Jalisco Nueva Generación, y ellas lo rechazan; de la clase política de una u
otra filiación, que depende de una u otra mafia.
Un
gobernador y otro han sido señalados. Lo más reciente: Luisa María Cocoa
Calderón, hermana del expresidente, aseveró que un hijo de Fausto Vallejo tiene
nexos con el crimen organizado.
La
tensión por la violencia en la zona se ha incrementado a lo largo del año,
impregnando el ámbito político que prendió en estos días, cuando el grupo
calderonista en el Senado, en voz de Roberto Gil, llamó a decretar la
desaparición de poderes.
En el
ámbito local el planteamiento de Gil y las acusaciones de Cocoa Calderón no
encontraron eco y fueron rechazados hasta por los más críticos al gobierno
estatal, al que, por otra parte, se le solicitó una entrevista que no fue
concedida.
Selene
Vázquez, por ejemplo, califica de ignorante a Gil y pregunta quién se haría
cargo de los poderes y quién resolvería el problema que no han podido resolver
los michoacanos: “Esta confrontación la sufrimos desde hace años. Aquí decimos
que los Calderón nunca nos han perdonado no votar por ellos”.
El
regreso de Vallejo se vio marcado, además de la violencia, por el retorno de
las marchas. El 30 de octubre, una de normalistas terminó en choque con los
policías.
“Estado
fallido”, dijo el obispo de Apatzingán, Miguel Patiño, en una carta pastoral
que emitió el pasado 17 de octubre. Un Estado fallido “donde hay ausencia de
ley y justicia, provocando inseguridad, miedo, tristeza, ira, desconfianza,
rivalidades, indiferencia, muerte y opresión”.
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