3 nov 2013

Espionaje y cooperación/Olga Pellicer


Espionaje y cooperación/Olga Pellicer
Revista Proceso # 1931; 2 de noviembre de 2013
Durante los últimos días el tema del espionaje ejercido por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos, destapado por Edward Snowden, exfuncionario de la misma agencia, ha cobrado nuevas dimensiones. Los motivos son varios. El primero, que se espió a los líderes de países amigos y socios. Una cosa es buscar toda la información posible sobre lo que discutan los dirigentes de Irán, y otra muy distinta espiar a Angela Merkel, Dilma Rousseff o Enrique Peña Nieto. Para estos últimos, el asunto los coloca en situación difícil porque los obliga a reaccionar aunque sólo sea por razones de política interna. Solicitar explicaciones para restablecer la confianza “entre amigos” ha sido una de las reacciones más frecuentes.

El segundo motivo es la existencia de nuevas tecnologías que hacen al espionaje más intenso y a la vez más vulnerable. Intervenir teléfonos o infiltrar organizaciones son actividades tradicionalmente practicadas por gobiernos de países grandes y pequeños. Introducirse a los correos de millones de ciudadanos sólo es posible en la época de internet, y dicho acto es más agresivo en términos del ataque a la privacidad, vulnera más los derechos humanos y es más riesgoso; que hayan ocurrido las revelaciones de Snowden es prueba de esto último.
 El tercer motivo de la atención reciente concedida al espionaje es el grado en que lleva a tomar conciencia de lo generalizado de dicha actividad y de las complicidades que se dan entre los diversos gobiernos para practicarlo. Difícil creer que no se realicen labores conjuntas entre los ahora indignados países europeos y Estados Unidos para fines, por lo demás muy comprensibles, relacionados con la vigilancia de los islamistas. En otras palabras, espiar es un verbo que debe conjugarse en primera, segunda y tercera personas del plural.
 Como era de esperarse, las respuestas a las revelaciones de Snowden han sido bastante enérgicas principalmente en los casos de Dilma Rousseff y Angela Merkel. La primera suspendió una visita de Estado a Washington y colocó el problema en el centro de atención de la Asamblea General de la ONU. Promovido por ella y la canciller alemana, se presentará un proyecto de resolución a dicha asamblea que condena las actividades de espionaje y pide la fijación de reglas y medidas que hagan imposible penetrar en la privacidad de las comunicaciones que se producen a través de los nuevos medios de comunicación.
 Llama la atención que han surgido reacciones incluso al interior de Estados Unidos, donde el Congreso ha solicitado mayor información sobre cómo está operando la NSA. En el sistema de equilibrio de poderes existente en aquel país, ésta no puede ser ajena a la transparencia ni a sus responsabilidades frente al Congreso.
Con todos esos antecedentes, interesa detenerse en el caso mexicano. En opinión de muchos, las reacciones al espionaje dirigido a Felipe Calderón como presidente y a Enrique Peña Nieto en su campaña han sido notablemente moderadas, sobre todo si se les compara con el activismo de Rousseff.­ Es cierto, pero esta última tiene necesidades de política interna –elecciones que se avecinan y un descontento popular que no cesa– que le aconsejan mostrarse agresiva frente a la gran potencia, lo cual siempre levanta aplausos y da continuidad a la búsqueda brasileña de un mayor estatus en la política internacional. Ahora bien, hay diversas circunstancias que invitan a poner bajo perspectiva distinta la situación en México.
No se puede perder de vista que el espionaje es elemento central de las labores de inteligencia, un campo en donde la cooperación entre México y Estados Unidos se profundizó considerablemente en los últimos años. Se sabe que algunos de los golpes más espectaculares del gobierno de Calderón contra los capos de los cárteles de la droga fueron posibles gracias a la información que proporcionaban las agencias de inteligencia estadunidenses operando en México.
El gobierno de Peña Nieto ha intentado condicionar, más que su antecesor, las actividades de tales agencias. Sin embargo, la situación del país no ofrece mucho campo de maniobra para prescindir de ellas; por lo contrario, parecen cada vez más imprescindibles. Las circunstancias existentes en Michoacán, Guerrero y Oaxaca nos hablan de problemas serios de gobernabilidad en el país que urge atender. No es el momento para que los encargados de seguridad decidan poner fin a una cooperación que, bien manejada, puede enriquecer información y prácticas para evitar que escalen los conflictos.
 México no es un caso excepcional. Como señalábamos en líneas anteriores, la cooperación entre países “amigos” tiene una de sus expresiones más frecuentes en las labores de espionaje. Lo que resulta inaceptable es que éstas ocurran sin que los gobiernos de los países involucrados estén enterados. Peña Nieto tiene motivos para estar disgustado porque intervinieron su celular. La mayor o menor fuerza con que exprese su disgusto depende de hasta dónde perciba como indispensable el entendimiento con las agencias de seguridad estadunidenses para enfrentar otros problemas. Visto así, lo que se necesita no es que se acabe el espionaje, sino que, dentro de normas bien establecidas, puedan espiar juntos.
 Otro problema es el de la rendición de cuentas. Cuánto y cuándo se espíe no es asunto exclusivo del Ejecutivo. Las circunstancias de la cooperación en materia de inteligencia son parte de las actividades sujetas a transparencia y rendición de cuentas. Los poderes Legislativo y Judicial también tienen que ver con el tema.

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