La doble
vida de Gabriela Montero
Tomado de El
Nacional el Dom, 05/04/2009;
Desde Boston, cuenta en exclusiva cómo maneja esa
rutilante carrera y su rol de madre
Sólo
algunos detalles revelan que detrás de la cotidianidad de esta ama de casa que
ordena las compras del mercado y cuelga en las paredes de su hogar marcos con
los dibujos de sus dos niñas, se esconde otro tipo de existencia. El calendario
con nombres de ciudades en algunas de sus casillas, el celular que suena con
acelerada frecuencia y el piano de cola que reside en un cuarto de techos
traslúcidos son señales de que la mujer que habita una casa de madera en un
tranquilo suburbio de 30.355 habitantes en Massachussets, Estados Unidos, es
Gabriela Montero.
La pianista
caraqueña de 38 años, que es reconocida mundialmente por su talento al
improvisar (algo poco usual en el escenario de la música clásica), tocó junto
al chelista Yo-Yo Ma, el violinista Itzhak Perlman y el clarinetista Anthony
McGill en la toma de posesión del presidente Barack Obama el pasado 20 de
enero. Su carrera incluye entre sus más recientes éxitos dos nominaciones a los
últimos premios Grammy por Baroque, el último de los cuatro álbumes que ha
grabado con la disquera Emi; el premio Echo Preis otorgado por la Academia
Fonográfica de Alemania en 2007; conciertos en las salas más importantes del
planeta como el Avery Fisher Hall de Lincoln Center en Nueva York y el Royal
Albert Hall en Londres, y hasta una aparición en el programa 60 minutes, de la
cadena de televisión CBS.
Montero
vive desde hace aproximadamente dos años junto a su madre Gilda Osorio y sus
dos hijas Isabella (6) y Natalia (12) en Lexington, a media hora de Boston en
el estado de Massachussets, en una casa de fachada color pastel. Llegó allí en
busca de tranquilidad y buenos colegios para las niñas, y en cuanto vio el
cuarto en donde ahora aguarda el piano, un estudio amplio y bien iluminado,
decidió comprarla.
"Me
dije que tenía que establecerme en un lugar. He vivido en ocho países y me he
mudado 34 veces".
Cuando
está de gira, su madre se hace cargo de las niñas, pero si está en su casa,
Montero es mamá a tiempo completo. "Apenas me monto en un avión, todo
cambia, pero cuando estoy aquí me gusta llevar una vida normal". Prepara
comida, organiza meriendas, espera a sus hijas en la parada de autobús, las
lleva a la terapia que hace poco comenzaron para ayudarlas a entender mejor su
carrera de concertista y lidiar con las ausencias constantes, y las acuesta por
las noches.
Su
calendario copado hasta 2011 y guindado en una pared de la cocina es muestra de
esta dualidad: los puntos fucsias son conciertos y compromisos profesionales y
los verdes representan reuniones escolares y demás obligaciones de madre.
"He tenido que hacer muchos sacrificios, entre ellos separarme de las
niñas cada vez que tengo gira. Mi vida es bien complicada. Nunca termino de
estar por completo en ningún lado, si estoy de viaje pienso en ellas y si estoy
aquí, debo hacer llamadas y practicar".
La decoración
de su hogar llama la atención por la acertada mezcla de estilos y lo vivaz de
sus colores: en el salón de la televisión hay una alfombra rosa fluorescente de
hebras gruesas y largas de esas que parecen que estuvieran despeinadas, y en un
mismo espacio hay hasta tres paredes de tonalidades diferentes.
"Me
gusta la decoración y tener mi casa arreglada. Hay una broma que dice que yo me
mudo, acomodo un espacio y luego, cuando está listo, me vuelvo a ir".
Mientras
habla, junta sus manos pequeñas y gruesas cada cierto tiempo, cuelga los
dibujos de Natalia e Isabella en la pared, atiende el teléfono, se prepara un
té y le da de comer a los dos perros de su mamá. "Las llamadas de trabajo
las hago cuando estoy en el carro o esperando. Siempre ando en mil cosas a la
vez". Este ritmo, sin embargo, no parece alterar el temperamento más bien
tranquilo que conocen quienes la rodean. "Es muy relajada. Ella maneja muy
bien este tren en el que está", dice Vanessa Pérez, pianista venezolana y
amiga de Montero desde hace 24 años.
En los
conciertos, luego de que termina el repertorio previsto, Montero le pide a la
orquesta que le den temas para improvisar. Las peticiones pueden ir desde el
tema de La Guerra de Las Ga- laxias hasta "Cumpleaños feliz" o
cualquier otra ocurrencia. "Al principio, el público no entendía lo que
estaba haciendo hasta que alguien me sugirió que le pidiese temas y eso empecé
a hacer". Este talento es precisamente el que la diferencia de otros
pianistas. "Es el principio de la composición y no suele hacerse en el
mundo de la música clásica. Pero es algo que hacían los grandes
compositores", explica Montero. Vanessa Pérez es testigo de la capacidad
creativa de su amiga. "Tiene música en la mente todo el tiempo. Eso no es
común. Yo hablo con ella y me dice `anoche tenía esta melodía en la cabeza’. La
pianista compara este aspecto con un radio prendido las 24 horas del día.
"A veces es tan fuerte que no me deja dormir".
Un
demonio llamado talento. Su abuela materna insistió en que le pusieran un
pianito de juguete en su corral cuando apenas tenía siete meses. Así hicieron,
y al año de vida, su madre empezó a grabarla porque se dio cuenta de que
Gabriela estaba empezando a sacar por oído el himno nacional que ella le
cantaba todas las noches. "Nos dimos cuenta de que tenía un talento
especial", explica su mamá, Gilda Osorio. En su tercer cumpleaños la
abuela le regaló un piano vertical con el que dio su primer concierto, frente a
amigos y familiares, en el que interpretó además del himno, baladas infantiles.
A los
cuatro años comenzó su educación formal con Lyl Tiempo, profesora infantil y
con ella estuvo hasta los ocho, edad en la que dio su primer concierto con la
Orquesta Juvenil Simón Bolívar. Cuando su profesora se marchó de Venezuela, la
familia se mudó a Miami, en busca de una nueva profesora para Montero.
"Nosotros girábamos alrededor de las actividades de Gabriela", dice
Osorio.
La
experiencia resultó traumática pues su talento para improvisar fue despreciado:
a los 18 años volvió a Caracas y abandonó el piano por más de un año. "Yo
lo he dejado varias veces. Siempre estuvo claro que la música es una extensión
de mis ser, pero a veces no me gustaba que estuviese tan sobreentendido",
explica Montero. Su madre coincide: "Gabriela se rebelaba ante el hecho de
no tener más opciones en su vida. Su talento era tan abrumador que sentía que
no le quedaba otro camino para desarrollarse". Al retomar el instrumento,
decidió mandar una cinta con su música a la Royal Academy of Arts. Fue
aceptada, y empezó a estudiar allí con una beca.
Vivía en
Canadá y estaba a punto de dejar de nuevo el piano para estudiar psicología
cuando audicionó para la pianista argentina Martha Argerich. "Había ido
para pedirle consejo con respecto a mi vida pues ella también es madre y
artista, pero en su lugar me dijo que quería verme tocar. Cuando me oyó
improvisar, se sorprendió y empezó a recomendarme a sus conocidos".
El
momento en que Montero volcó su existencia hacia el piano fue, no obstante,
hace seis años, luego de un rompimiento sentimental. "Vivía en Ámsterdam,
tenía el corazón roto y decidí que debía volver a Venezuela con mis dos niñas
para sanarme". Vanessa Pérez da fe de la voluntad de su amiga. "Ella
es muy fuerte, es como el ave Fénix que renace de las cenizas".
Después
de pasar tres años en Caracas decidió mudarse a Nueva York y posteriormente a
la casa de Lexington, pues cumplir con sus giras se hace más sencillo desde
Estados Unidos. Luego de dos matrimonios fallidos explica que el motivo de su
soltería no es el ritmo de vida.
"No
he conocido a la persona ideal. Yo deseo enamorarme y encontrar al compañero
para el resto de la vida".
Una
llamada muy importante. Gilda Osorio, madre de Montero, intentaba estacionar su
auto una tarde de diciembre cuando recibió una llamada de su hija que la dejó
perpleja. "Me dijo: `Es 99% seguro que voy a tocar en la juramentación de
Barack Obama.
Ahí me
repetí que los sacrificios habían valido la pena. Que ella haya tocado en la
toma de posesión más histórica del mundo es lo más importante que ha
hecho". La concertista tenía planeado irse a Nueva Zelanda de vacaciones y
desconectarse de todo. Lo primero lo pudo hacer, lo segundo no. "Cuando me
enteré, supe que no podía irme sin un piano pues no sabía cuándo me iban a
mandar las partituras así que me fui a una tienda y me compré un teclado de 88
teclas".
No sintió
miedo pero sí una gran emoción. "No hay nada que me intimide al punto de
paralizarme. Me sentí sumamente honrada". Cuatro días antes le enviaron la
partitura, una pieza de John Williams, el compositor de la banda sonora de la
saga La Guerra de las Galaxias. El lunes antes, en el ensayo general, ella, al
igual que los otros músicos y el comité productor de la inauguración, tomó una
decisión que luego fue criticada: grabar una pista. "A menos de cuatro
grados, que era la temperatura que estaba haciendo ese día, los instrumentos se
congelan y no íbamos a correr el riesgo de estar tocando y que alguno no
funcionara", explica Montero.
La idea
de abandonar el piano todavía pasa por su cabeza en los momentos difíciles,
pero ella sabe que retirarse no es una opción. "Primero soy la proveedora
de mis hijas y ésta es mi forma de ingreso. Y después, no he llegado a ese
momento de evolución artística. Ahora que mi carrera está establecida, llegó la
parte más sabrosa que es cuando puedo empezar a experimentar con la
composición". De hecho, aunque la primera pieza compuesta por Gabriela
Montero no está escrita, ya tiene fecha: marzo de 2010. La pieza que creará
para la Kremerata Baltica es el proyecto que por estos días la tiene más
emocionada y que coincide con una etapa importante en su vida personal: la
adolescencia de su hija Natalia. Allí deberá también hacer malabares para
combinar sus dos existencias: la de madre y pianista.
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