REVISTA PROCESO
1985, 15 DE NOVIEMBRE DE 2014
Los hechos vuelven
ceniza la versión de la PGR/MARCELA TURATI
Observaciones
realizadas durante una visita al basurero El Papayo, donde los sicarios de
Guerreros Unidos habrían asesinado y quemado a los normalistas de Ayotzinapa,
contradicen la versión oficial. La gente que siempre está allí asegura no haber
visto ni escuchado nada, mientras que otros testigos confirman que la noche del
26 de septiembre llovió. Lo único que pudo quemarse hasta convertirse en ceniza
es la historia de la PGR, junto con la endeble “reconstrucción” de hechos que
difundió el fatigado funcionario encargado de procurar justicia.
COCULA,
GRO.- El anciano pepenador Eduardo González, del pueblo de La Mohonera, dejó de
ir al basurero de El Papayo porque todo el tiempo encontraba a otros del oficio
que le ganaban lo valioso.
“Mi
suegro dejó de ir porque decía que encontraba gente a las tardadas, que ya le
había ganado. Siempre había otros que llegaban temprano”, explica José Ángel
Baldera, el yerno de don Lalo, él también pepenador y quien, como todos los que
se dedican a esto, sabe que los recolectores como ellos queman siempre plásticos
en los basureros municipales. La razón es sencilla: “Porque las vacas se comen
la náilan y se mueren, y las náilan se vuelan, por eso dan permiso de reciclar,
de mantener el basurero limpio”.
El
Papayo es el lugar donde el procurador general de la República, Jesús Murillo
Karam, dijo que los sicarios asesinaron, quemaron con diesel, llantas y leña a
un “número abundante” de personas, que pudieran ser los 43 normalistas de
Ayotzinapa.
El
procurador señaló que los asesinos usaron este hoyo para ejecutarlos –unas 14
personas: tres capturadas y confesas–, habrían quemado y requemado los cuerpos
hasta dejarlos convertidos en carbón. Dos horas después de esperar a que se
enfriaran los habrían fracturado en pequeñas piezas, depositado en bolsas
negras de basura y esparcido en el río San Juan, a más de 10 kilómetros de ahí.
Como apoyo mostró videos donde los asesinos reconstruyeron cómo habrían matado
a sus presas y fotos de los supuestos hallazgos en el fondo de El Papayo:
casquillos de bala, pedazos de tierra quemada, llantas a medio derretir,
dientes y fragmentos de huesos.
Fue
un operativo sofisticado para borrar evidencias con un nivel de degradación de
los huesos que hará difícil su identificación genética. Una operación maestra
para borrar evidencias que contrasta con la exhibición del cuerpo desollado del
normalista Julio César Mondragón Fontes, exhibido como trofeo de guerra,
mientras sus compañeros fueron ocultados. Aún no se sabe la razón de esa
diferencia.
Cuando
un reportero le preguntó a Murillo Karam qué avances se tenían en la
investigación del asesinato de Mondragón, el funcionario no pudo dar una
respuesta. Sólo expresó: “En cuanto al desollado, también le voy a pedir al
área que se lo plantee porque la verdad he estado 24 horas trabajando en esto”
(el caso de los 43 desaparecidos).
No
los vimos, no los oímos
Nadie
vio nada porque es un lugar abandonado, lejos de la vista de todos, según dijo
Murillo Karam, y alguien si lo vio prefirió callar, por miedo.
El
panorama es distinto al que plantea el procurador: El Papayo está poblado de
vacas y es visitado por pepenadores que, además, queman basura.
El
propio empleado del municipio que maneja el camión asignado a este tiradero, el
señor Rosí Millán, había confirmado a Proceso que él siguió entrando a la zona
hasta dos semanas después de la desaparición de los normalistas; después,
personas que él identifica como militares le cerraron el paso.
El
regidor de Ecología del municipio, el panista Juan Bringas, encargado de los
basureros, confirmó a este semanario que los camiones dejaron de subir porque
recibieron orden de no hacerlo, pero no supo explicar quién dio esa orden.
“Papá
a veces llegaba (a El Papayo) y la basura ya estaba ardiendo. Cuando se podía,
lo dejaban reciclar porque el humo te ataca mucho, no puedes andar buscando
ahí”, interviene Judith, la hija de don Lalo y esposa de José Ángel. Ella
también es pepenadora pero dejó el oficio por el momento, ya que está a unos
días de dar a luz su sexto hijo. Don Lalo, el aludido, se hallaba en la iglesia
evangélica y no estuvo presente en la entrevista.
En
un recorrido por la presunta escena del crimen se llega a un cráter con paredes
de basura. Al descender los 30 metros de desperdicio se aterriza sobre tierra
negra, tierra ceniza, tierra quemada con pedazos de lo que alguna vez fueron
llantas.
La
circunferencia está cercada por árboles chaparros que se enlazan y estrangulan
los caminos rodeados de piedra y más basura.
Antes,
para llegar hasta aquí, hay que pasar 10 kilómetros empinados y solitarios de
terracería, donde sólo se ven vacas. No hay humanos. Sólo montones de mariposas
y algunas moscas que se posan sobre bolsas llenas de trajes desechables blancos
para evitar infecciones, ropa especial y cubrebocas de los peritos forenses que
trabajaron aquí.
Revueltos
entre la tierra negra que tizna, sólo se ven unos pocos anillos que sobreviven
a las llantas calcinadas; pocos, muy pocos, insuficiente número de cadáveres de
llantas que se habrían usado para quemar a 43 personas.
De
este lugar se extrajeron algunos pedazos de huesos encontrados entre la tierra;
a unos kilómetros, en la orilla del río, se encontró una bolsa con los restos
que los asesinos no alcanzaron a esparcir. Funcionarios dijeron a Proceso que
los huesos son pocos para el número de
supuestas víctimas: no llenan ni un costal.
En
los alrededores, arriba del basurero, pastan decenas de vacas. Funcionarios que
estuvieron presentes en la recuperación de los restos recuerdan que todo el
tiempo estuvieron pastando.
Al
hacer un recorrido por los alrededores fue posible encontrar a dos cuidadores.
Uno de ellos era un joven vestido de vaquero, tatuado, que dijo haber sido
migrante y comenzó a temblar cuando se le preguntó si había visto algo estos
días.
“Uno
está impuesto a ver humo allá en el basurero, uno está acostumbrado a ver que
queman la basura, por eso si vemos humo no pensamos nada porque los mismos que
tiran, queman”, dijo nervioso.
El
ganado que pasta en los alrededores de El Papayo tiene cuidadores, como estos
dos muchachos que a diario pasan en la mañana y en la tarde para alimentar al
ganado. Los dueños de los terrenos son los ganaderos Alejandro y Jaime Crespo,
Luis Armenta y Juan Román. A ellos nadie les cerró el paso para que no
siguieran de frente. Dicen que no vieron nada.
El
28 de septiembre, cuando el procurador invitó a la prensa a visitar este
basurero para que vieran las labores de búsqueda de los peritos forenses, al
fondo del cráter se veía un manchón de tierra ceniza rodeada de pasto verde. Incluso,
se veían flores. Una vez que la PGR anunció que este fue el sitio del crimen y
que, de manera inusual, quitó el resguardo y dejó el acceso libre a la prensa,
este basurero se ve que duplicó el terreno quemado. Como si alguien hubiera
querido afianzar la idea de que aquí ocurrió la quemazón que afirma la PGR.
Un
experto consultado dijo que posiblemente la tierra removida se esparció por el
terreno y por eso el paisaje se cubrió de negro. Sea esa la razón o no, lo
cierto es que a la versión que dio el procurador se le va encontrando cada vez
más huecos.
Según
la información oficial, los 43 normalistas, después de haber sido detenidos por
policías municipales de Iguala, que los entregaron a los policías de este
vecino municipio de Cocula, quienes a su vez los entregaron a sicarios del
cártel de Guerreros Unidos, fueron quemados desde los primeros minutos del 27
de septiembre hasta las 3 de la tarde, en una humareda que al parecer nadie
vio.
En
las redes sociales pronto se difundió que esa noche hubo lluvia, lo que hubiera
impedido las llamas. Los datos son de diversos centros que publican información
meteorológica e incluso un comunicado del gobierno de Guerrero, que advertía de
fuertes lluvias.
“Esa
noche llovió en Cocula, esa noche y de madrugada estuvo llueve y llueve”, dijo
a Proceso un reportero que reside en el municipio. Lo confirman periodistas que
el 26 en la noche llegaron a reportear a Iguala –donde vieron los cuerpos de
dos normalistas muertos, tirados sobre el pavimento–, igual que las fotografías
y los videos.
Otro
dato pone en duda que los normalistas hubieran sufrido los tormentos la noche
del 26: la declaración ante el Ministerio Público del policía de Iguala Hugo
Hernández Arias, quien declaró que al llegar a su base encontró a un grupo de
jóvenes en el patio.
“Hay
tres celdas, una para delitos varios, otra para faltas administrativas y otra
celda para mujeres. Cuando llegué a mis labores, eran las 11 de la noche y me
percaté que había como 10 muchachos detenidos en el patio de la Policía
Preventiva Municipal de Iguala, y que el licenciado Ulises –no sabe sus
apellidos pero es juez de barandilla– dialogaba con ellos, que los vi de reojo
y se encontraban a una distancia de 10 a 15 metros aproximadamente. Las celdas
están al fondo, pero ellos no estaban en las celdas, estaban en el patio;
existe una lámpara encendida e ilumina perfectamente toda el área”, relató
Hernández Arias, según una nota de Reporte Índigo.
La
versión de que los jóvenes pasaron por barandilla, sin embargo, es contradicha
por una familia que vive frente a esa base clausurada; sus habitantes dicen que
si hubieran estado detenidos se habrían escuchado sus voces.
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