Punto
de vista: Las dudas ante el fin del embargo/ Gina Montaner, José Manuel Martín Medem
El
Mundo |21 de dicimebre de 2014
Gina
Montaner: De la noche a la mañana
Que
los árboles no impidan ver el bosque. El aforismo hace referencia a la
advertencia de no extraviarnos en detalles que nos imposibiliten divisar la
totalidad de la situación. Y si algo ha sido como una tupida selva es la
hostilidad entre la dictadura castrista y los sucesivos gobiernos de Estados
Unidos desde 1961.
Con
el anuncio al unísono de Obama y Raúl Castro el miércoles, acaso ha concluido
uno de los capítulos más prolongados de la Guerra Fría. Sin duda, el
restablecimiento de relaciones diplomáticas entre las dos naciones marca una
nueva era. Ahora bien, el hecho de que esta Administración explore otra senda,
apoyada en el convencimiento de que la política de contención (containment) ha
fracasado, no significa que sepamos a ciencia cierta hacia dónde conduce este
giro que en Washington se conoce como engagement (o política de integración).
El
presidente está apostando por un acercamiento y un diálogo que, augura,
propiciarán cambios en el longevo régimen cubano. Sin embargo, aunque Obama ha
reiterado que tiene presente a la disidencia, ha admitido que no se hace
ilusiones «sobre la continuidad de las barreras a la libertad de Cuba».
Raúl,
por su parte, apuesta por una victoria (el cansino discurso de que Washington
siempre estuvo errado) que a su vez alivia el desastre del modelo político que
él y su hermano Fidel impusieron hace ya casi sesenta años. Los tres puntos
básicos del acercamiento (reapertura de embajada, revisión de designación de
Cuba como estado patrocinador del terrorismo y aumento de las socorridas
remesas acompañado de un mayor intercambio comercial) representan, a todas
luces, ventajas para un Gobierno ineficaz. Grosso modo, esas son las
concesiones que Estados Unidos hace.
En
cambio, salvo la liberación de 53 presos políticos y permitir que haya más
acceso a internet en la isla, desconocemos si en las negociaciones secretas los
emisarios de ambos países trazaron una hoja de ruta con puntos indispensables
si se quiere abordar con seriedad un verdadero cambio hacia una transición: la
validación de la oposición, legalización de partidos políticos y,
eventualmente, elecciones libres. No es mucho pedir después de más de medio
siglo bajo el yugo de una dinastía familiar. Condiciones, además, que Obama
había defendido antes de su reelección.
La
política está hecha de gestos cargados de simbolismo. Por ejemplo, al anunciar
el deshielo, Obama lo hizo en un tono conciliatorio y admitió los tropiezos del
pasado. En cuanto a Raúl, pudo haber comparecido con el traje de civil que luce
en el extranjero y no disfrazado de militar; pudo haber trasmitido en la
televisión estatal el mensaje de su homólogo estadounidense como señal de que,
en efecto, son otros tiempos. Y, más importante aún, pudo haber reconocido que,
al cabo de 55 años, su régimen ha sido un cúmulo de fracasos y atropellos. Ese
es el mea culpa pendiente y necesario que los Castro les deben al pueblo
cubano. Dice Obama que ningún cambio se produce de la noche a la mañana. En eso
sí los cubanos le dan toda la razón.
José
Manuel Martín Medem: Suavecito es mucho mejor
El
bloqueo impuesto por Estados Unidos impidió el desarrollo democrático del
proyecto cubano de socialismo y ahora Washington considera mucho más eficaz la
contaminación económica y cultural para acabar con lo que queda de la
Revolución cubana. La dignidad y la capacidad de resistencia del pueblo cubano,
defendiendo su soberanía nacional, han impuesto a Obama un cambio en la
política imperial, «porque no es útil para nuestros intereses», pero sin
renunciar a su ambición de recuperar la influencia sobre el caimán del Caribe
«para promover los cambios con mejores resultados».
Para
empezar, medio millón de turistas estadounidenses con autorización para
utilizar sus tarjetas de crédito. En lugar del aislamiento, la penetración en
las telecomunicaciones y la conexión a internet. En vez de financiar a la
oposición interna prefabricada, un ciclón de dólares para las inversiones del
exilio de Miami en pequeñas empresas en Cuba. Y lo que era la imposición del
pago por adelantado en la venta de alimentos a la isla se convierte en créditos
y facilidades de transporte para las exportaciones estadounidenses, incluyendo
materiales para la construcción de viviendas y suministros en la agricultura.
El cambio de Obama en su repertorio de presiones contra la autodeterminación de
Cuba le plantea al Gobierno de La Habana la necesidad de defenderse de otra manera.
Frente al lanzallamas económico no se puede mantener la congelación interna sin
correr el riesgo de la evaporación del proyecto cubano de independencia
nacional. Ahí está la asignatura pendiente de hacer compatibles la defensa de
la soberanía nacional y el derecho a la autodeterminación personal.
Pero
el cambio de Obama no es sólo contra la isla rebelde. Después de diez años sin
una política global y estratégica en América Latina, Estados Unidos regresa a
la región de sus vecinos para -como anunció Obama- «renovar nuestro liderazgo
en el continente americano».
No
es una casualidad que la reanudación de las relaciones diplomáticas de Estados
Unidos con Cuba coincida con el alto el fuego unilateral e indefinido de la
guerrilla de las FARC que confirma el avance casi definitivo para un acuerdo en
la negociación de La Habana con el Gobierno de Colombia.
Estados
Unidos llegará en abril a la Cumbre de las Américas que se celebrará en Panamá
(donde los gobiernos latinoamericanos le han impuesto la presencia de Cuba)
disolviendo los dos conflictos históricos que bloqueaban su capacidad de
intervención. Van en el mismo paquete la rectificación contra Cuba y el final
de la guerra civil en Colombia. Washington necesita un nuevo escenario para
apretar más a Venezuela, recuperar Argentina, aislar a Bolivia y Ecuador y
negociar con la potencia emergente de Brasil.
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