Puedo
salir adelante sin Dios.../SANTIAGO
IGARTÚA
Proceso No 1993, 10 de enero de 2015
El
séptimo día del abril de 2014, su cumpleaños 88, le preguntaron a don Julio por
qué este país había soportado tanto. Nadie como él había desentrañado los
abusos perpetrados desde el poder y, en la última entrada de su vida, seguía
siendo testigo de la corrupción como sistema de gobierno en México.
–Por
la Virgen de Guadalupe –respondió sin dejo de duda.
El
periodista argumentó que la fe era utilizada por los de arriba como un
mecanismo de control. En nombre de Dios y de la Virgen se somete a los más desprotegidos
en el mundo de las desgracias, esperanzados en oraciones dirigidas lejos de los
despachos de gobierno.
La
cúpula de la Iglesia, enviciada, siempre cómplice, tenía la cualidad de hacer
que la gente actuara por miedo a un infierno que el Scherer reportero describió
en la tierra.
“Si
Cristo volviera a la tierra, el Papa tendría que matarlo.”
En
su formación católica, entre jesuitas, don Julio no encontró datos duros de
Dios. A él le gustaban las personas. “Yo puedo salir adelante sin Dios, pero no
sin el otro”.
Desde
que dejó la dirección de Proceso, don Julio se hizo de una obsesión: decía que
una de las cosas que le iban a faltar, periodísticamente hablando, era escribir
una crónica de la muerte.
La
dejó llegar muy cerca, durante más de dos años, sin dejar que lo alcanzara. La
mantenía apenas a distancia, escribiendo, como si quisiera mirarla a los ojos.
Después,
para él, no había nada. Siempre dijo que el amor de su vida estaba con él y con
sus hijos en los recuerdos, las caricias del alma.
“Por
mi buena memoria amo y mantengo viva a Susana.”
El
día de su muerte, otro día siete, uno de los nietos de don Julio encontró una
carta suya, fechada en 1997:
“Vivo,
me tendrás siempre a tu lado; muerto, a lo mejor también.”
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