11 ene 2015

Esa letra menuda.../Rafael Cardona

Esa letra menuda.../RAFAEL CARDONA 
Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
“Don Rafaele” –me decía en voz baja–. “¿Cómo se hace cuando el poder legal choca contra el poder impuesto?”
–Pues lo legal pierde el poder, don Julio.
Era la madrugada del 8 de julio de 1976. Los golpistas de Excélsior habían retirado la página de respaldo de colaboradores y articu­listas quienes manifestaban su compromiso con la autoridad editorial y administrativa de la cooperativa ante la inminente asonada traidora cuya culminación llegaría horas más tarde. La “indiada” al fin votó.
Julio Scherer se mordía las uñas. Ser descarnaba la punta de los dedos. Tenía el pelo revuelto con el descuido de sus 50 años.
A partir de ese día todo fue distinto.
Como fuera, la dirección de Excélsior era una posición dentro del concierto nacional. Cuando hicimos CISA y luego Proceso, Scherer comenzó a ser parte del desconcierto.­
Su postura crítica quiso ser interpretada como una revancha rencorosa contra todo y contra todos. Sus audacias en la denuncia, la exhibición de pecados públicos, la intransigencia contra Echeverría, su censura ante la ruindad, su arrojo durante el salinato, su capacidad de sostener una posición insobornable durante años y años desconcertaban al poder.

No lo podían tratar como a los demás. Claro, no era como los demás. No pudieron ni los intentos de halago, ni el amago.
–Un día –me dijo Francisco Galindo Ochoa– Julio va sacar una portada contra Julio, nada más eso le falta.
Y se reía socarrón. Después ordenó el boicot. Ni una página de publicidad oficial, cero propaganda comercial. Y Scherer aguantó como resistió en 1975 y 76 el sabotaje del sector privado. Como asimiló el golpe del 8 de julio, como soportó tantas cosas.
En noviembre de 1976, a solas, en el edificio prestado por José Pagés Llergo para alojar a los expulsados de Excélsior y su angustiosa necesidad de sobrevivir, de salir de nuevo a la calle con un papel impreso o una noticia en las manos para cumplir su vocación, su oficio y hasta su destino, le dije a Scherer: “Me voy”.
El primer número de Proceso lo conocí en el puesto de la esquina.
La vida tejió su manto. La vid reventó sus uvas.
Veinte años pasé sin verlo ni hablar con él. Leí todo su trabajo, conocí toda su obra y siempre lo consideré cercano a pesar de todo. Alguna vez jefe; quizá mentor en varios momentos, viejo solidario, casi tanto como Manuel Buendía o el propio Jefe­ Pagés.
Una tarde recibí La piel y la entraña (Lecturas Mexicanas, del Conaculta). La helada dedicatoria me entristeció:
Para Don Rafael Cardona. Punto. Julio. Dic 96. Respondí con un libro mío:
Para Don Julio Scherer. Punto y seguido. Rafael. Ene 97.
Pocos días después nos reencontramos cuatros lustros tarde. Bebimos cataratas de café y hablamos y hablamos. Ni una censura, ni una crítica. La vista al frente.
–Usted y yo deberíamos hacer cosas juntos, don Rafaele.
Nunca las hicimos.
Años después vino el episodio luminoso del Mayo Zambada, desde mi punto de vista la cima en su carrera. El reportero llega a un mundo clandestino donde no pueden ni soldados ni policías, se juega la vida en los inseguros linderos de la ancianidad. Y la jauría estimulada por el gobierno lo agrede, lo acosa y lo acusa. Envidia pura, mediocridad envidiosa.
Algo semejante a esto digo por la radio, por la televisión. Lo escribo. Y Julio me llama, me cita, me agradece y me regala un libro de Nabokov. Me sorprende su minuciosa cajita con los aparatos auditivos. Le advierto cristal en la mirada. Se le han venido encima los años pero la mente es la misma prodigiosa maquinaria.
Y en el libro escribe con esa letra menuda un tanto temblorosa: “Rafael: Padecí y disfruté de una conmoción interna que tú provocaste. Y sé lo que es la conmoción, un vuelco del alma”.
Adiós, ahora sí para siempre, Julio.



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