Su
Lettera gris/JOSÉ
GIL OLMOS
Proceso 1993, 10 de enero de 2015
Don
Julio, como siempre le dijimos en la redacción de Proceso, tecleaba sus textos
en una máquina de escribir. De hecho tenía dos Olivetti que usaba
indistintamente en la revista o en su casa. Hasta donde sé nunca escribió en
una computadora y por ende no consultaba internet para hacer sus
investigaciones.
Reportero
de otra época, hurgaba en el pasado en los archivos de papel, periódicos
amarillentos con arrugas en las portadas y expedientes polvosos que le
acercaban Rogelio Flores y Juan Carlos Baltazar, los encargados del archivo de
Proceso, a quienes les pedía el dato perdido en los anaqueles pero que don
Julio tenía grabado en la memoria.
En
el teclado de su máquina Olivetti Lettera 22 gris, don Julio se hacía y rehacía
cada vez que escribía un reportaje, una historia o un libro. Siempre tenía una
de repuesto y le pedía a Ángeles, la secretaria de la dirección, que la tuviera
en perfectas condiciones. Eran la extensión de sus manos, dedos y memoria
fundamentales como reportero que siempre fue.
Hombre
de otro tiempo y de otro trato a pesar de su cercanía con el poder, prefería
hablar directamente con la gente que a través del celular que alguna vez le
dieron en la revista y pronto abandonó en algún rincón quién sabe dónde.
A
doña Tere, quien durante décadas preparó comida para la redacción de Proceso,
la recibía con caballerosidad cuando llegaba con algún platillo salido de su
cocina, y si la encontraba en la calle la saludaba como lo hacía con todas las
mujeres, con un beso en la mano. A los reporteros nos decía “hermanos” cuando
nos saludaba con fuertes y sonoras palmadas en la espalda, y luego nos pedía
que le platicáramos. “Cuéntenme algo”, inquiría siempre en su afán de saber.
Decía
que le gustaban las bodas de los reporteros y él mismo se invitaba para asistir
a la fiesta en la que disputaba, sin querer, los reflectores de la celebración
con los novios. Pero también era solidario en los momentos dolorosos y asistía
a los velorios de quienes perdimos una madre, un padre, alguien querido.
En
las últimas fechas, cuando se presentó una serie de amenazas contra algunos
reporteros de Proceso, estuvo presente y defendió la integridad de cada uno de
nosotros. Cuando mataron a Regina Martínez, corresponsal en Veracruz, junto con
el director Rafael Rodríguez Castañeda enfrentó al gobernador Javier Duarte.
Esa noche aciaga nos convocó a todos a ser más cuidadosos con lo que
escribíamos, pues ya no era el poder político al que nos enfrentábamos, sino al
político fusionado con el crimen organizado.
Los
integrantes de la última generación de reporteros del semanario conocimos a un
Julio Scherer más bondadoso y afable, más sabio y generoso, viviendo un tiempo
más pausado y quizá más creativo literariamente.
Pero
igualmente fiel a su máquina de escribir Olivetti Lettera 22 y al respeto a la
libertad de expresión en estos tiempos violentos, que alcanzó a narrar en su
último libro, Niños en el crimen.
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