Encuentros
con Julio/Enrique Krauze
Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
Su
abrazo era como el abrazo del mundo. Tenía una cierta manera lateral de mirar,
entrecerrando los ojos, escudriñando al interlocutor, penetrando su alma.
Ladeaba el rostro, se tocaba la frente –la mente– y estallaba: de júbilo por
una concordancia, de indignación por cualquier diferencia, de asombro ante un
dato nuevo, curioso o secreto. Siempre llevaba un libro bajo el brazo. Si
llegaba antes que yo –cosa frecuente– lo veía de lejos, clavado en la lectura,
los dedos acariciando su gran melena gris. Era pródigo –recuerdo sus propinas,
mayores que las cuentas–, era ceremonioso –amaba el “Don”, nos costó mucho
hablarnos de tú–, pero al mismo tiempo era pendenciero y soltaba palabrotas a
diestra y siniestra.
Desayunábamos
en la YMCA, donde ambos solíamos nadar. O en sitios que han desaparecido, por
el rumbo de San Ángel. Comíamos en este restaurante o aquel, le daba igual.
Falso epicúreo, lo que le importaba era conversar. Haciendo cuentas, creo que
repetimos el ritual por casi cuarenta años. Por extraño que parezca, nuestro
tema primordial no fue la política. Desde distintas trincheras (y a veces desde
Proceso, que también fue la mía) compartimos, es verdad, buenas batallas
democráticas. Y también tiempos terribles –como la atmósfera ominosa que
precedió al asesinato de Colosio. Pero nos importaba sobre todo hablar de la
vida que pasa. Éramos biógrafos, uno del otro. Creo comprender algo de su vida
compleja y apasionada. Creo que comprendía, seguramente mejor que yo, la mía.
Lo
vi por última vez en el San Ángel Inn. Iba con un traje de tres piezas café claro
y zapatos del mismo tono. No usaba bastón, alguien lo auxiliaba para caminar,
pero prefirió colgarse de mi brazo. No sé cuántas veces brindamos por nuestra
amistad. Un mesero nos tomó una serie de fotografías, abrazados y sonrientes,
que atesoro.
¿Cómo
decirlo en una palabra? Tenía corazón.
Las
historias, las anécdotas, los consejos, las reconvenciones, las lecciones, los
episodios, las imágenes, las voces, las risas, los ademanes, las caminatas, las
dedicatorias, los recuerdos se me agolpan, pero no quiero ni debo referirlos
ahora. No sé cómo despedirme de Julio Scherer.
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