Lecciones
de un ataque a la esencia de nuestros valores/Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.
El
Mundo | 11 de enero de 2015
El
pasado verano, Ahmed Rashid, escritor y periodista pakistaní experto en los
asuntos relacionados con el terrorismo yihadista, estuvo en Madrid y tuve la
ocasión de conversar con él en mi despacho «¿Por qué el IS (Estado Islámico) le
está comiendo el terreno a Al Qaeda?», le pregunté. «Porque sus acciones son
mucho más sangrientas, más bestiales y eso les hace más populares entre los
radicales musulmanes», me contestó. El asesinato en París de 12 personas a
manos de un comando ligado a Al Qaeda, en concreto al movimiento Khorasán, pone
de manifiesto que la competencia entre esos dos grupos no sólo se va dirimir en
Siria o en Irak, sino en EEUU y, fundamentalmente, en Europa.
El
éxito de los hermanos Kouachi no sólo ha consistido en asesinar a sangre fría a
gran parte de la redacción de la revista Charlie Hebdo, sino en la difusión en
todo el planeta de la imagen del disparo de gracia sobre el policía herido
tendido en el suelo pidiendo clemencia.
Es
decir, los Kouachi han logrado el mismo efecto que cuando los encapuchados del
IS difunden los vídeos degollando a los occidentales secuestrados en Siria.
Es
la fuerza del terror, su mensaje global, reconocible. Justamente lo que me dijo
Ahmed Rashid: la competencia por la brutalidad, por la barbarie. Ese es el
principal enemigo que tiene ahora Europa.
El
ruido en las redes sociales, como llaman en el CNI a los mensajes de amenaza,
ha sido constante en los últimos meses.
El
llamamiento del líder del IS (ahora denominado por los servicios secretos
DAESH, que son las iniciales en árabe de dicho grupo y que, pronunciado de esa
forma, se asemeja a una palabra también árabe que significa algo que pisotear,
cosas de la CIA) Abu Bakr al-Baghdadi el pasado 29 de junio, ya como líder del
califato instalado en Siria e Irak, marca un antes y un después en la ofensiva
del terrorismo yihadista. Al Baghdadi no sólo reclamó la llegada de yihadistas
a territorio sirio, sino que animó a los combatientes que no pudieran
trasladarse a realizar atentados contra los cristianos y sus símbolos allá
donde se encuentren.
Pero
fue a partir del 19 de noviembre pasado cuando ese ruido se intensificó y puso
bajo su altavoz a Francia.
EEUU
ya había advertido del peligro que representaba el grupo Khorasán, cuyos
centros de entrenamiento fueron bombardeados el pasado mes de septiembre cerca
de Alepo. Su líder, Muhsin Al Fadhli, fue un estrecho colaborador de Osama bin
Laden y, según los servicios secretos, sería el hombre designado por Ayman
al-Zawahiri para recuperar el protagonismo robado por las tropas del IS o
DAESH.
El
grupo Al-Hayat Media Center (afin a DAESH) distribuyó en las redes sociales, el
pasado 19 de noviembre, un vídeo en el que insta a realizar ataques a Francia y
en el que se afirma: «Aterrorizarles y no les permitáis dormir debido al miedo
y al horror». Pero, finalmente, según fuentes solventes, los que han cometido
la masacre han sido sus competidores de Al Qaeda (recurriendo a su facción más
sanguinaria, Khorasán).
Francia
no sólo colabora en misiones internacionales contra el terrorismo, sino que ha
sido especialmente activa en Mali en la lucha contra Al Qaeda en el Magreb (que
ha llevado a cabo numerosos secuestros, entre ellos los de cooperantes
españoles). Además, los servicios de seguridad estiman que hay unos 1.000
residentes franceses que se han ido a combatir a Siria y, en menor medida, a
Irak. Uno de los hermanos Kouachi parece haber recibido entrenamiento en Yemen.
Ese
es el primer aspecto de la cuestión: la amenaza del terrorismo yihadista ha
aumentado en los últimos meses como consecuencia de su implantación en estados
fallidos o semifallidos y, en segundo lugar, como efecto directo de la
competencia entre dos grupos rivales por dirimir el liderazgo global del terror
contra Occidente y el cristianismo.
La
segunda cuestión es si Europa está preparada para esta nueva ofensiva que,
según fuentes bien informadas, no se va a limitar a un hecho aislado, como las
acciones realizadas en París, sino que forma parte de un plan que contempla
varios objetivos. Sin duda, ha existido un fallo de información. Había indicios
desde hace un mes de que Francia estaba bajo la lupa del terrorismo y la diana
elegida (Charlie Hebdo) no era precisamente una sorpresa. Las disensiones entre
los servicios secretos de Marruecos (con una preparación acorde a su propia
amenaza: hay 1.500 marroquíes luchando en Siria con el IS) y franceses no son
precisamente una buena noticia.
Si
no se produce una colaboración plena -y aquí la ayuda de la CIA es fundamental-
entre los servicios de Occidente y los de algunos países musulmanes, los
terroristas van a tener muchas bazas a su favor.
La
tercera cuestión que suscita el atentado contra Charlie Hebdo es el aprovechamiento
político que algunos partidos van a intentar fomentando el odio y la
islamofobia en sus respectivos países.
Ya
lo ha hecho Nigel Farage (UKIP) en Reino Unido, culpando al fracaso del
multiculturalismo de la matanza de París. Por su parte, el movimiento alemán
xenófobo Pegida (que convocó manifestaciones en diversas ciudades contra la
inmigración musulmana el pasado fin de semana) ha recibido el respaldo del
neonazi Alternative für Deustchland (Alternativa por Alemania) para una
eventual coalición que tendría como nexo el odio al extranjero.
Pero,
sin duda, la principal beneficiaria del ataque a Charlie Hebdo será Marine Le
Pen, cuya posición restrictiva respecto a la inmigración es bien conocida y
cuyo partido, el Frente Nacional, se sitúa como favorito en las encuestas.
El
ascenso de la extrema derecha en Europa sería un triunfo inesperado para los
grupos terroristas islamistas ¿Qué mayor hazaña para ellos que destruir la
esencia -la convivencia, la libertad- de los valores que han hecho fuerte a Occidente?
La
lucha contra el terrorismo, los límites del Estado de derecho, la inmigración,
etcétera, van a estar presentes en las agendas de los partidos en un año
intensamente electoral, en España y en Europa. Aquí ya hemos comprobado lo
nefasto que resulta intentar obtener réditos de los atentados.
Como
decía nuestro editorial del pasado viernes, tenemos que proteger lo que somos
sin perder la esencia de lo que somos. Ahí es donde se deben establecer las
líneas rojas ante los que piden más cesiones de nuestros estados laicos, y ante
los que proponen sencillamente una política basada en culpar al extranjero de
todos lo males que nos aquejan.
Por
último, el peligro de nuevos atentados en España, incrementado por dos
fronteras tan permeables como las de Ceuta y Melilla, debería borrar del debate
político el oportunismo que supone proponer la eliminación de las vallas que
delimitan nuestras fronteras.
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