Un
nuevo sistema de terror/Loretta Napoleoni es economista.
Traducción de Carlos Gumpert.
El
País | 11 de enero de 2015
Lo
primero que llama la atención del atentado parisino es la profesionalidad con
la que se ha llevado a cabo, haciendo gala de una frialdad y organización
propias de organizaciones mafiosas; en definitiva, nos hallamos a miles de
kilómetros de distancia de los fallidos ataques de los terroristas diletantes
de la primera década del siglo o del ejército de desharrapados talibanes.
También estamos muy lejos de las bombas suicidas de la estación de Atocha en
Madrid, así que es posible que la alta profesionalidad adquirida por los
yihadistas de hoy les permita sobrevivir y, por tanto, repetir sus acciones. Al
igual que ha cambiado mucho el modelo financiero del terrorismo islámico —hemos
podido darnos cuenta de ello con el auge del Estado Islámico, la primera
organización armada transmutada en Estado—, lo mismo ha ocurrido con la
mecánica de los atentados en Occidente. Ambos fenómenos van de la mano.
Nos
enfrentamos a un nuevo sistema de terror que ha perfeccionado algunos rasgos
del pasado, como la compartimentación, tan apreciada por las Brigadas Rojas y
ETA, y ha desarrollado otros nuevos, como los llamados “miniataques”,
intervenciones armadas de precisión quirúrgica, a menudo cargadas de
simbolismo, como la perpetrada contra la revista satírica Charlie Hebdo, que
los transeúntes filman con sus teléfonos móviles y se difunden en Internet. Y
ese es el vínculo que une el asalto de Ottawa y los atentados de Australia con
los de Francia de diciembre y con este último, tan trágico, ocurrido en París.
El
moderno terrorismo islámico ha transformado los medios de masas en una poderosa
arma que le permite ampliar el impacto mediático de sus acciones armadas. Una
intuición que nace de un atento análisis del 11 de septiembre, el primer ataque
filmado y distribuido en tiempo real a través de los medios de comunicación.
Por supuesto, aquella fue una acción espectacular desde todo punto de vista,
con un mayor número de víctimas; pero hoy en día resulta imposible de
reproducir por una serie de razones, entre las que destacan el elevado número
de militantes involucrados, que alertaría a los servicios antiterroristas. La
estrategia del terrorismo moderno apunta, en efecto, a prevenir la infiltración
policial, dado que ese ha sido siempre el recurso triunfante del Estado. Todas
las organizaciones armadas del pasado, incluyendo a Al Qaeda, han sido
derrotadas gracias a la infiltración de las fuerzas del orden y a los
testimonios de los militantes detenidos. Y ello explica por qué Al Baghdadi, el
nuevo califa y líder indiscutible del Estado Islámico, incita a sus seguidores
en el mundo a llevar a cabo miniataques ejecutados por minicélulas, compuestas
por una o dos personas.
De
modo que los cambios constatables en el sistema del terrorismo islámico son el
resultado de una profunda reflexión acerca de los errores y aciertos del
pasado. Hasta aquí, el proceso resulta fácil de entender. Más difícil de
comprender es cómo algunas de estas minicélulas que se están activando en
Occidente han podido adquirir la profesionalidad necesaria para realizar esos
miniataques de tan gran impacto mediático. En el pasado, esta se ganaba a
través de periodos más o menos largos de adiestramiento, como por ejemplo
durante la yihad contra el Ejército soviético en Afganistán. Y, de hecho,
fueron los veteranos de estas guerras los que, a su regreso a sus países de
origen, alimentaron la actividad terrorista. Hoy, sin embargo, ya no es así, y
la lucha antiterrorista debería cobrar conciencia de ello lo antes posible,
puesto que seguir focalizando nuestros temores en el regreso de los veteranos
de las guerras de Siria o Irak es una estrategia equivocada. Los futuros
terroristas europeos están ya entre nosotros.
Los
yihadistas de estos miniataques son a menudo autodidactas, en esto parece haber
un acuerdo general. Se trata de individuos que con toda probabilidad han sido
captados por los radicales a través de Internet, que no interactúan con una
verdadera red de militantes, como ocurría en tiempos del IRA o de ETA, sino
que, al contrario, mantienen a menudo oculta su ideología. Sin embargo, y este
es sin duda el caso de los autores del atentado de París, tienen acceso a las
armas y saben cómo utilizarlas de manera profesional. Este es un punto crucial.
Es muy difícil hacerse con armas y explosivos en Europa sin alertar a los
servicios secretos y a la lucha antiterrorista, a menos que no se tengan
contactos con el crimen organizado. La única hipótesis posible es, por tanto,
la siguiente: los yihadistas provienen de los círculos de la delincuencia
organizada o los frecuentan. Ello explicaría también su profesionalidad.
En
el pasado, todas las organizaciones armadas trabaron relaciones con el crimen
organizado, que sin embargo mantenían a la debida distancia. Hoy en día es
posible que tal distancia se haya reducido. De manera que es en este mundo en
el que la lucha antiterrorista debe comenzar a moverse, porque es posible que,
con maquiavélico cinismo, el yihadismo contemporáneo explote los recursos del
crimen organizado como palanca para desatar el terror en Europa. A juzgar por
el pragmatismo del que el Estado Islámico ha dado sobradas pruebas en la
creación de un califato, uno de los lemas favoritos de Al Baghdadi es sin duda
el del ilustre italiano: “El fin justifica los medios”.
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