Biblioteca
inagotable/J.
JESÚS ESQUIVEL
Revista Proceso 1993, 10 de enero de 2015
Washington.-
En la redacción escuchaba la plática sobre Vicente Fox entre Álvaro Delgado y
Pepe Gil Olmos, cuando de pronto apareció don Julio: “Don Álvaro, don Pepe,
señor Esquivel. ¿Qué dice de nuevo el poder en Washington?”, me cuestionó a
manera de saludo el fundador de Proceso… y me quedé helado.
Tenía
apenas unos meses como corresponsal de la revista en la capital de Estados
Unidos y me sorprendió que alguien tan grande como don Julio Scherer, a quien
veía en persona por primera vez, supiera mi apellido y quisiera conocer mi
opinión.
Después
de saludar a Álvaro y a Pepe, me tomó del brazo en espera de mi respuesta.
–No
mucho, don Julio. Washington está muy metido en su guerra contra el terrorismo
y con Saddam Hussein –fue lo que se me ocurrió responder y al instante me soltó
del brazo para seguir saludando a los demás colegas que estaban en la
redacción.
Me
sentí un idiota. Ignorante de la personalidad de un gran coloso del periodismo
como don Julio, pensé que mi respuesta apuntalaba mi temor de que nunca sería
parte de la revista que desde adolescente más he admirado.
–Conocí
y saludé a don Julio –le conté más tarde, frente a unas cervezas, a Homero
Campa, el coordinador de la sección de internacionales.
–¡Ah!
¿Y qué dijo? –me preguntó Homero.
Saltándome
lo referente a mi temor, le conté con detalle el incidente; acentuando que
creía que mi respuesta le provocó soltarme del brazo.
–No
te preocupes, así es don Julio –me respondió Homero dejándome todavía más
confundido.
Meses
después, en la celebración del 26 aniversario de Proceso se dio mi segundo
encuentro con él.
En
mis intentos por sentirme parte de la revista, me integré a la plática que
sostenían Alejandro Gutiérrez, Pepe Gil, Álvaro, Homero y Rodrigo Vera; todos
con nuestros tragos en las manos. La entrada de don Julio al patio de la casona
de Fresas número 13 dejó en silencio al grupo de reporteros.
Como
siempre, don Julio saludó a todos de mano y con un abrazo de felicitación por
un aniversario más de la revista que fundó. Tocó que a mí me saludara al final
y después de darme el abrazo me miró a la cara y me preguntó: “¿Y qué nos
cuenta del imperialismo del presidente (George W.) Bush?”.
Más
rojo que un jitomate iba a darle mi respuesta cuando, para mi suerte, Vicente
Leñero rompió el círculo al que se había integrado don Julio y se lo llevó para
que se uniera al grupo de los dirigentes de la revista en otra parte del patio.
La
campana me salvó de otro ridículo, me dije.
Nunca
tuve el privilegio de platicar a solas con don Julio. Todos mis encuentros con
él fueron en las instalaciones de Proceso y junto a varios de mis colegas. Me
enteré, por quienes sí tuvieron esa suerte, de que una comida o un café a solas
con don Julio era una especie de clase de periodismo, de historia y de civismo.
Una
felicitación
Todos
quienes tuvimos el privilegio de conocer a don Julio, creo, atesoramos el
recuerdo de un momento especial con el gran maestro. El mío ocurrió en mayo de
2006, después de cronicar en la revista un desencuentro verbal que tuve con el
expresidente Fox al concluir el discurso que éste dio en la Universidad
Harding, en Little Rock, Arkansas.
Me
encontraba en la oficina de Proceso en Washington cuando sonó el teléfono; era
la señora Ángeles Morales, asistente de la dirección de la revista.
–Don
Rafael quiere hablar contigo –me dijo la señora Ángeles.
Me
puse muy nervioso; lo primero que se me ocurrió fue que vendría algún regaño
por mi trabajo.
–Jesús,
don Julio, quien se encuentra frente a mí, te felicita por tu texto del pleito
con Fox. Felicidades –me dijo.
Le
di las gracias y con eso concluyó la llamada telefónica.
Cada
vez que recuerdo esa conversación se apodera de mí una emoción tal vez
inmerecida. Scherer, el periodista más importante de México, me felicitó por
uno de mis trabajos para Proceso. Hasta el día de hoy no me lo creo.
El
tiempo transcurrió y con ello más encuentros con don Julio en la redacción de
Proceso, siempre en esa histórica sala en la Colonia del Valle.
–Escriba
un libro para que nos cuente lo que se dice en Washington –me dijo en uno de
esos encuentros don Julio y corrí a contárselo a Salvador Corro, el
subdirector.
–Si
te lo dijo es por algo. Don Julio tiene buen ojo –me aconsejó Corro.
Desde
que lo conocí, además de celebrar mi suerte por la motivación que me dio para
atreverme a escribir un libro, siempre pienso que es imposible dejar de
aprender de este gran gigante del periodismo mexicano e internacional.
“Así
somos en Proceso. Aquí estamos y así seguiremos”, en varias ocasiones me lo ha
reiterado don Rafael.
Otra
de las cualidades que siempre admiré de don Julio fue su caballerosidad. Fui
testigo de que a toda mujer que saludaba, siempre le daba un beso en la mano y,
sin soltársela, le decía algún piropo. “Es un señor que te enamora con sus
palabras y te doblega con ese beso en la mano”, me confeso Carmen, la compañera
de mi vida, la primera vez que tuvo la fortuna de que la saludara Scherer en
una de las fiestas de aniversario de la revista.
Adiós,
don Julio. Su trabajo, su legado y su caballerosidad siempre serán para mí una
biblioteca inagotable de aprendizaje.
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