Honestidad
avasallante/JESUSA
CERVANTES
Proceso No. 1993, 1o de enero de 2015
Dicen
que en el cielo hay fiesta y en la tierra orfandad.
Eran
las tres de la mañana del jueves 8. Sin saber por qué, me mantenía en vigilia,
repasando el silencio del panteón francés. Recordé un féretro, impersonal, sin
distintivo alguno y frente a él, formando una media luna, una familia que
despedía a su padre. En ese momento entendí el desvelo: yo también atravesaba
la orfandad.
Un
lunes, jueves o viernes se presentaba en Fresas 13. Se acercaba a los
reporteros y con cada uno sellaba una breve complicidad; conmigo lo hacía
mediante la mirada, los recados que dejaba junto a la computadora cuando no
estaba, la rosa “anónima” que enviaba al escritorio para llenar algún vacío que
él detectaba y también en sus anécdotas, para disipar mis dudas.
No
conocí al torbellino que dirigió, reclamó o premió a sus reporteros como
director de Proceso. Me tocó el hombre pausado, sereno; ese que detrás de una
mirada triste y vidriosa al punto de conmover, saltaba para recobrar su furia
frente a la revelación de nuevos documentos o nuevos datos que prometían una
apasionada investigación en torno a los excesos de la clase política o la
corrupción.
Desaparecía
entonces el hombre apacible y surgía el apasionado del dato duro, el del rigor
que no permite salpicaduras de poesía; el hombre del texto sobrio y lleno de
coraje e indignación que preguntaba: ¿qué más tiene?
Don
Julio me arropó con su integridad, me avasalló con su honestidad. Supo
enseñarme que si no tenía nada bueno, ingenioso o interesante que decir, era
mejor quedarse callado ante él. A veces me hacía pensar que cuando los
aduladores lo sorprendían, él discretamente bajaba el volumen a sus oídos y así
fingía estar atrapado entre palabras necias. Ver un poco de su corazón provocó
la idea del porqué su proclividad a escudriñar al hombre de poder: tenían en su
ser lo que él no concebía para sí.
Adentrarse
en esos claroscuros, en esa pérdida de respeto para sí y el ansia de poder a
cualquier precio puso en relieve que la tentación no tuvo poder sobre él. Ese
fue el gozo que me permitió tocar. Él, quien reporteó y llevó verdad en esta
oscuridad de canallas.
Don
Julio me enseñó lo esencial: que en un corazón malo, egoísta y soberbio no hay
un periodista; hay un vividor y arribista que reportea para sí y no para
intentar llevar verdad a los demás.
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