El
periodismo es cabrón/Rogelio Flores
Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
Era
mediodía y el sol quemaba afuera de Fresas 13. Alcancé a don Julio en la puerta
de Proceso, poco antes de que subiera a su Jetta azul marino.
–
¿Le robo un minuto, don Julio?
–¡Róbeme
los que quiera, don Rogelio!
Como
un niño en búsqueda de reconocimiento, me ganó la vanidad. Sin mayor preámbulo
le conté que estaba por terminar mi tesis doctoral sobre el impacto psicológico
de la guerra contra el narco. Le platiqué de mis encuentros con reporteros y
fotógrafos que presentaban signos de estrés postraumático por cubrir la
violencia. “Sueñan muertos y ven sangre por todas partes”, le dije sin
exagerar. “Están muy dañados”.
Añadí
que con tanto dolor, tanta muerte y tanto sufrimiento a cuestas, ya habían
extraviado el sentido de sus propias vidas: la gracia del vivir.
–Están
deprimidos, don Julio. Platiqué con dos fotógrafos que quieren suicidarse. Ya
no quieren vivir en un mundo como éste. Ya no quieren relatar ni ser testigos
de nada. La barbarie de todos los días se los ha tragado.
Se
recargó sobre la puerta del auto y se acomodó a pesar de los rayos de sol que
quemaban como fuego. Hacía tres minutos que los dos minutos solicitados se
habían acabado.
–El
periodismo es cabrón, don Rogelio. ¡Muy cabrón! A estas alturas ya debería
saberlo.
En
poco menos de 30 segundos, don Julio hizo un recorrido de sus casi 70 años de
coberturas periodísticas en las que la violencia estuvo presente: golpes de
Estado, revoluciones, atentados… Además, ¿qué es más desesperanzador que la
pobreza de Bangladesh o el apartheid de Sudáfrica? ¿Qué es más cruento que las
desapariciones durante las dictaduras sudamericanas?
–Le
voy a contar algo, don Rogelio. Cuando salí de Excélsior no dormía. ¡No dormía!
Por las noches sudaba, empapado mi cuerpo. Una vez me inyectaron en la vena una
dosis para que durmiera un elefante. Tenía el ánimo quebrado. Se lo digo: pensé
en el suicidio. Usted debe saberlo, lo conté en mis libros.
–Lo
pensé triste, don Julio, incluso deprimido, pero nunca imaginé que literal…
–Entonces
se lo digo a usted: ¡Literalmente pensé en quitarme la vida!
u
u u
En
Estos Años, don Julio Scherer describe así los días que vivió después del golpe
de Echeverría: “Sin energía, desangrado, anhelaba otra vida. (…) Miraba hacia
las altas ventanas con la esperanza de encontrarlas apagadas”.
Narra
que una noche su cuerpo hervía de fiebre, empapado en sudor. Doña Susanita
llamó al doctor Máynez, quien de inmediato le suministró un tranquilizante.
“Supe que Samuel le dijo a Susana que dormiría 24 horas, que necesitaba
descanso, que el corazón galopaba, que asomaba el peligro”.
u
u u
El
respeto y la profunda admiración que le tengo a don Julio fueron más fuertes
que el deseo de escudriñar sobre el suicidio. Ante él, me sentí incapaz de
articular una palabra; de preguntarle qué había hecho para apagar esa idea, qué
lo detuvo.
El
periodista se percató de mi desconcierto y, generoso –sin mediar pregunta
alguna y como adivinando mi pensamiento–, me regaló la respuesta a mi inquietud
que no había puesto en palabras:
–Un
maestro alguna vez me dijo: “El hombre se suicida no por el hoy, sino por el
mañana”. Lo que me detuvo fue el trabajo y mi familia, don Rogelio. El mejor
respaldo que tiene un periodista son sus amigos y su familia. No lo olvide.
¡Nunca lo olvide!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario