11 ene 2015

El periodismo es cabrón/Rogelio Flores

El periodismo es cabrón/Rogelio Flores
Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
Era mediodía y el sol quemaba afuera de Fresas 13. Alcancé a don Julio en la puerta de Proceso, poco antes de que subiera a su Jetta azul marino.
– ¿Le robo un minuto, don Julio?
–¡Róbeme los que quiera, don Rogelio!
Como un niño en búsqueda de reconocimiento, me ganó la vanidad. Sin mayor preámbulo le conté que estaba por terminar mi tesis doctoral sobre el impacto psicológico de la guerra contra el narco. Le platiqué de mis encuentros con reporteros y fotógrafos que presentaban signos de estrés postraumático por cubrir la violencia. “Sueñan muertos y ven sangre por todas partes”, le dije sin exagerar. “Están muy dañados”.
Añadí que con tanto dolor, tanta muerte y tanto sufrimiento a cuestas, ya habían extraviado el sentido de sus propias vidas: la gracia del vivir.
–Están deprimidos, don Julio. Platiqué con dos fotógrafos que quieren suicidarse. Ya no quieren vivir en un mundo como éste. Ya no quieren relatar ni ser testigos de nada. La barbarie de todos los días se los ha tragado.

 Se recargó sobre la puerta del auto y se acomodó a pesar de los rayos de sol que quemaban como fuego. Hacía tres minutos que los dos minutos solicitados se habían acabado.
 –El periodismo es cabrón, don Rogelio. ¡Muy cabrón! A estas alturas ya debería saberlo.
 En poco menos de 30 segundos, don Julio hizo un recorrido de sus casi 70 años de coberturas periodísticas en las que la violencia estuvo presente: golpes de Estado, revoluciones, atentados… Además, ¿qué es más desesperanzador que la pobreza de Bangladesh o el apartheid de Sudáfrica? ¿Qué es más cruento que las desapariciones durante las dictaduras sudamericanas?
 –Le voy a contar algo, don Rogelio. Cuando salí de Excélsior no dormía. ¡No dormía! Por las noches sudaba, empapado mi cuerpo. Una vez me inyectaron en la vena una dosis para que durmiera un elefante. Tenía el ánimo quebrado. Se lo digo: pensé en el suicidio. Usted debe saberlo, lo conté en mis libros.
 –Lo pensé triste, don Julio, incluso deprimido, pero nunca imaginé que literal…
 –Entonces se lo digo a usted: ¡Literalmente pensé en quitarme la vida!
 u u u
 En Estos Años, don Julio Scherer describe así los días que vivió después del golpe de Echeverría: “Sin energía, desangrado, anhelaba otra vida. (…) Miraba hacia las altas ventanas con la esperanza de encontrarlas apagadas”.
 Narra que una noche su cuerpo hervía de fiebre, empapado en sudor. Doña Susanita llamó al doctor Máynez, quien de inmediato le suministró un tranquilizante. “Supe que Samuel le dijo a Susana que dormiría 24 horas, que necesitaba descanso, que el corazón galopaba, que asomaba el peligro”.
 u u u
 El respeto y la profunda admiración que le tengo a don Julio fueron más fuertes que el deseo de escudriñar sobre el suicidio. Ante él, me sentí incapaz de articular una palabra; de preguntarle qué había hecho para apagar esa idea, qué lo detuvo.
 El periodista se percató de mi desconcierto y, generoso –sin mediar pregunta alguna y como adivinando mi pensamiento–, me regaló la respuesta a mi inquietud que no había puesto en palabras:
 –Un maestro alguna vez me dijo: “El hombre se suicida no por el hoy, sino por el mañana”. Lo que me detuvo fue el trabajo y mi familia, don Rogelio. El mejor respaldo que tiene un periodista son sus amigos y su familia. No lo olvide. ¡Nunca lo olvide!

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