11 ene 2015

El más creyente/José Gil Olmos

El más creyente/José Gil Olmos
Proceso No. 1993, 10 de enero de 2015
Ignacio Solares tiene dificultades para escribir los pasajes que vivió con Julio Scherer y Vicente Leñero desde que comenzó a colaborar con ellos en la década de los setenta, en el periódico Excélsior, y luego en Proceso. “No me sale, no puedo escribir”, insiste. Prefiere hablar. “Julio era como mi segundo padre, y Vicente Leñero, mi hermano mayor”.
 Solares mantuvo con Scherer una amistad entrañable desde que contaba con apenas 25 años y el entonces director de Excélsior lo invitó a dirigir el suplemento cultural de ese diario, que se llamaba Diorama, y luego también la sección cultural del mismo periódico, El Olimpo.
 Lo primero que Solares quiere hacer es dar una imagen de lo que el fundador de Proceso significa para el periodismo nacional.
 “Literalmente, la libertad de expresión de que gozamos ahora en nuestro periodismo nacional en buena medida se la debemos a él. Scherer abrió un camino que antes no existía, en un tiempo en el que todavía tuvo que luchar con la censura de una manera brutal, y prueba de ello es que tuvimos que salir de Excélsior. Siempre fue un periodista incómodo para el poder”, sostiene el director de la Revista de la Universidad.­


“No podemos entender el periodismo actual y todo lo que implica de libertad y de espacio para la sociedad civil si no fuera por Scherer. Antes la mordaza era brutal, de alguna manera a los periodistas los tenían cooptados y a las publicaciones también, a través de PIPSA (la única distribuidora de papel). De alguna manera todo tenía que pasar por la censura, desde el teatro, donde había un censor, hasta el enojo de algún alto funcionario poderoso que no le gustaba lo que se publicaba. A Scherer le debemos nuestra libertad de expresión en buena medida.”
 Solares, autor de La Noche de Ángeles, Madero, el otro y El gran elector recuerda también su amistad con Vicente Leñero desde la revista Claudia, en la década de los setenta, donde también colaboraban José Agustín, Gustavo Sáenz y Juan Badillo.
 “Cuando se refunda Revista de Revistas (ya en Excélsior) me fui con Vicente y ahí estuve un año hasta que Octavio Paz me invitó a irme a Plural como jefe de redacción en lugar de Tomás Segovia. Ahí duré un par de años, pero Paz era muy difícil y llegó un momento en el que ya no aguanté.”
 Recuerda que para entonces tenía 25 años y, sin empleo, fue a buscar a Scherer y Leñero. Para su sorpresa, Scherer le ofreció el suplemento Diorama de la Cultura de Excélsior, que en ese tiempo era el de mayor peso en el mundo cultural mexicano.
 “Estuve ahí cuatro años a partir de 1972; todos los sábados le mostraba las páginas antes de imprimirlas. Me llevaba a un balcón que daba a Reforma y cuando me daba palmadas en la espalda, yo sentía que me iba hasta abajo.
 “Julio me ayudó, me tuvo paciencia, leyó los originales de mis libros… Tengo un libro que se llama La Invasión corregido completo por él, ya te imaginarás lo que vale eso para mí.
 “Siempre nos dábamos un momentito después de que veíamos los sábados el suplemento para tomarnos un café y hablar de literatura, que a él le encantaba. Era un gran lector y compartimos mucho. Ahí tengo un libro que me regaló de Albert Camus, en el que hay una frase que él mismo subrayó y que dice: ‘Conozco algo peor que el odio: el amor abstracto’.”
 Retoma los tiempos en los que estuvo en Excélsior aprendiendo de quien considera su maestro:
 “Yo seguí en Diorama y, en el 75, cuando se salió Eduardo Deschamps de lo que se llamaba El Olimpo Cultural, que era la página cultural de Excélsior, Julio me invitó a dirigirla. ¡Imagínate el poder que tenía el periódico y mi responsabilidad! Verdaderamente fue terrible porque tenía el suplemento y la página diaria cultural. Era el poder cultural de Excélsior y todo lo que significaba. Entonces nos veíamos diario porque cada noche le enseñaba las planas. Eso fue muy duro porque trabajaba toda la semana y aparte el suplemento del domingo.

“Cuando estaba en el Diorama Julio sabía que me gustaba mucho hacer reportajes y entrevistas, hablé con muchos escritores gracias a que me mandaba fuera. Hice un reportaje de las fronteras de México, me tocó el terremoto de Guatemala en el 74 y siempre compartimos nuestras dos grandes pasiones: el periodismo y la literatura, a partir de una amistad que no se acaba.”

Solares puntualiza un aspecto que, afirma, poco se ha tomado en cuenta de la personalidad y trabajo de Scherer: su destreza literaria.

“Esto se ha mencionado poco. Era un gran periodista y, sobre todas las cosas, un gran escritor. Sus entrevistas eran verdaderamente modelo por cómo están escritas, sus libros tenían una prosa de una fuerza magnífica.

“Esto se ha mencionado poco, la cualidad literaria de don Julio. En él se combinaban el gran periodista con el gran escritor, por eso fue quien fue. Aparte de eso le pones el elemento del hombre ético, del hombre que tenía clara su meta y era inteligente, pues ya te das una idea…”

Los encuentros en rectoría

Durante la rectoría de Juan Ramón de la Fuente en la UNAM, cada mes o dos meses el escritor Gabriel García Márquez, Julio Scherer, Ignacio Solares y el rector se reunían para comer en uno de los pisos de la torre universitaria que da hacia avenida Insurgentes. Platicaban de todo y los más apasionados eran los dos primeros.­

De esos encuentros Solares recuerda: “Eran unas comidas abismales en las que hablábamos de todo. Se hablaba de todo muy abierto y a veces había una pequeña discusión. Scherer era muy claridoso en su manera de exponer sus ideas, era una de sus cualidades, y García Márquez también, y por eso no tardaban a veces en tener una pequeña discusión.

“Scherer decía que García Márquez era su hermano, se querían mucho. De hecho, después de que recibió el Nobel y regresó a practicar el periodismo García Márquez lo hizo en Proceso.”

El paso por Proceso

Durante cuatro décadas Solares tuvo una relación de intensa amistad con Scherer y nunca la perdió, a pesar de que casi en el arranque de Proceso tuvo que tomar otro camino, obligado por las necesidades económicas.­

“Compartí con Julio problemas personales como mi primera separación; fue mi confidente y le pude platicar detalles. Siempre el calor humano, ese gran concepto de la amistad que tenía. Nunca dejé de ver a Julio, aunque dejé de colaborar en Proceso porque tenía que buscar la chuleta por donde fuera. Nos hablábamos, nos veíamos, no faltó la colaboración en la página editorial como tres años, cada 15 días, hasta que me salí porque estoy con la revista de la UNAM, doy clases y tengo un programa.”

Premio Xavier Villaurrutia con su libro Columbus y becario de la fundación Guggen­heim, Solares se siente agradecido por la ayuda que le dio Scherer, por haber compartido parte de su vida periodística y también la creación literaria. A pesar de que ya no colabora se siente parte de la revista Proceso.

“Estuve al principio pero no me alcanzaba lo que ganaba porque me acababa de separar y mantenía también a mis papás… pero Julio también me ayudó a conseguir un trabajo, siempre fue muy generoso y estuvo muy atento a su gente. A mí me tocó esa etapa en que se concibió Proceso, estuvimos por más de un año haciendo columnas de libros y ahora sigo siendo hijo de Proceso y sigo siendo hijo de don Julio Scherer y hermano menor de Vicente Leñero.”

Recuerda que soñó con Scherer una noche después de su fallecimiento: “Me dije ¡ay dios mío!, pero lo veía muy amigable, muy pleno, como era siempre, muy efusivo, como cuando llegaba a Rectoría manejando su carro y yo bajaba a recibirlo con un gran gusto, nos tomábamos un par de whisquitos y compartimos muchas cosas”.

La última remembranza de Solares con Scherer y Leñero tiene que ver con la fe católica que en algún momento también los unió.

“Yo que estudié con jesuitas tuve una formación religiosa muy acendrada que fue otro punto en común con Leñero, que era muy católico, y con Scherer, que aparentemente era el más escéptico. Yo le decía a Julio que de los tres él era el más creyente porque ponía en práctica el cristianismo que en Vicente y yo sólo era de dientes para afuera. Sólo era cuestión de ver su trabajo, viendo siempre en ayudar a su prójimo”, concluye.

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