¿Qué clase de
civilización somos?/ .Flemming Rose, jefe de Internacional del ‘Jyllands-Posten’,
el principal diario danés, reflexiona sobre el uso de la sátira como respuesta
de una civilización sana ante la barbarie.
`Su
decisión de publicar unas viñetas de Mahoma para denunciar la autocensura
encendió el debate sobre el futuro de la libertad de expresión.
Flemming
Rose es autor del libro The tirany of silence.
Traducción
de Rodrigo Crespo.
Publicado
en El País, 11 de enero de 2015..
Philippe Val, entonces
redactor jefe de Charlie Hebdo, no podía ocultar su irritación cuando, en
2007, con motivo del juicio celebrado contra la revista satírica de izquierdas
por publicar unas viñetas de Mahoma, se le preguntaba si realmente había sido
necesario, si no se trataba de una provocación innecesaria y un ataque a una
minoría débil y oprimida. Charlie Hebdo había reproducido unos dibujos del
diario Jyllands-Posten, junto con otras viñetas del profeta hechas por sus
caricaturistas, como reacción a los ataques contra las Embajadas danesas y las
amenazas al diario. “¿Qué civilización seríamos si no nos pudiésemos burlar,
mofar y reír de los que vuelan trenes y aviones y asesinan en masa a
inocentes?”, se preguntaba indignado Philippe Val. La pregunta resurge con
fuerza tras la matanza en la redacción de Charlie Hebdo.
La sátira es una de las
respuestas de una sociedad abierta ante la violencia, las amenazas y la
barbarie. La sátira es pacífica, aunque pueda picar y escocer. No mata; ridiculiza y
expone públicamente. Nos mueve a la risa, no al miedo o al odio.
La
sátira es la respuesta de una civilización sana ante la barbarie. Por supuesto
que un dibujo nunca vale la vida de una sola persona. El problema es que hay
quienes insisten en esa idea. ¿Y cómo debemos comportarnos nosotros, en tanto
que gestores de la palabra libre? ¿Cuántas amenazas y actos terroristas habrá
que sumar para que los fundamentalistas
de la ofensa comprendan que con su defensa del derecho a no ser ofendidos y su
absurda equiparación entre malas palabras y malas acciones le están haciendo un
favor a la tiranía?
La
matanza de París es la trágica culminación, por ahora, de más de 25 años de
debate en Europa en torno a la libertad de expresión y sus límites. Comenzó con Salman Rushdie, que en 1989 tuvo
que desaparecer después de que las autoridades religiosas de Irán, mediante una
fetua (edicto), llamasen a todos los creyentes musulmanes a asesinar al
escritor debido a unas pocas páginas de su novela Los versos satánicos. Desde
entonces se ha sucedido un caso tras otro. La mayoría ha girado en torno a cómo
tratar el islam en la esfera pública de una democracia, pero no se trata
únicamente de musulmanes ofendidos. Casos similares han afectado a sijs,
hindúes, cristianos ortodoxos, nacionalistas y todo tipo de grupos que insisten
en prohibir la expresión de lo que consideran ofensivo.
“La sátira no mata; ridiculiza. Nos mueve a la
risa, no al miedo o al odio”
Tanto
Charlie Hebdo como Jyllands-Posten han sido objeto de procesos judiciales.
Ambos hemos sido absueltos en los casos planteados contra nosotros. En una
democracia y en un Estado de derecho, se respetan las decisiones de los
tribunales, aun cuando se pueda estar en desacuerdo con una sentencia. Ese es
uno de los modos en los que resolvemos los conflictos. La otra forma es
mediante el debate libre y abierto. Este debate lo perdieron en Dinamarca y
Francia los musulmanes radicales, pero en lugar de mantenerse fieles al
principio básico de la democracia de confrontar palabra con palabra, dibujos
con dibujos y dejar hablar a los argumentos verbales, aquellos que se sintieron
ofendidos por causa de su dios o su profeta se aferraron a la violencia o la
alentaron.
Justamente
por eso, es indignante que tantas voces en este debate (sin mencionar nombres y
sin olvidar a nadie) hayan hecho algo más que insinuar que Jyllands-Posten,
Charlie Hebdo, el director holandés Theo van Gogh, asesinado en 2004, Lars
Vilks en Suecia, Lars Hedegaard y Naser Khader en Dinamarca, Robert Redeker en
Francia, Ayaan Hirsi Ali en Holanda, Maryam Namazie en Gran Bretaña y una larga
serie de europeos que en los últimos años han sido amenazados de muerte o
víctimas de intentos de asesinato, en cierto modo se lo han buscado. Un famoso
humorista danés comparó en su día la publicación de las viñetas de Mahoma con
provocar a un violento roquero. La indigencia moral e intelectual que subyace
tras una afirmación así es sorprendente, pero el razonamiento prospera en
nuestra cultura en distintas variantes.
Incluso un diario
respetable como The New York Times escribió que las caricaturas desataron la
violencia en el mundo musulmán. Naturalmente, eso no significa que los
fundamentalistas de la ofensa toleren la violencia como reacción a unas
viñetas. Pero sí que supone que en demasiados lugares de nuestra cultura, hay
un acuerdo latente en que palabras y hechos pueden ser violentos y ofensivos en
la misma medida. Pakistán y muchos otros países musulmanes han llegado incluso
al punto de que el insulto, burla y ridiculización del Profeta mediante la palabra
o gráficamente se castiga con la misma dureza que el asesinato y el terrorismo:
con la pena de muerte. En las últimas décadas, la política de identidad y la
lucha por un espacio público libre de ofensas ha hecho que este modo de pensar
se extienda.
En
el contexto de la crisis de las viñetas de Mahoma, Charlie Hebdo publicó a
finales de febrero de 2006 un manifiesto con el título “Juntos. Haciendo frente
a un nuevo totalitarismo”. Estaba firmado por Salman Rushdie, Philippe Val,
Ayaan Hirsi Ali, el danés Mehdi Mozaffari y otros intelectuales procedentes de
diferentes sectores del espectro político, pero que se unieron en su defensa de
la libertad de expresión.
En
él se decía: “Después de haber doblegado al fascismo, al nazismo y al
comunismo, el mundo se enfrenta a una nueva amenaza totalitaria: el islamismo.
Nosotros, periodistas e intelectuales hacemos un llamamiento a la resistencia
contra este totalitarismo religioso y a la defensa de la libertad, la igualdad
de oportunidades y los valores seculares. Los últimos sucesos relacionados con
la publicación de las viñetas de Mahoma en periódicos europeos han revelado la
necesidad de luchar por estos valores universales. Esta lucha no será ganada
mediante las armas, sino en el campo de batalla ideológico”.
El
manifiesto contra el totalitarismo concluía: “Nos negamos a renunciar a nuestro
espíritu crítico por miedo a ser acusados de “islamófobos”, un concepto gastado
que mezcla la crítica del islam con la estigmatización de los creyentes.
Defendemos la libertad de expresión como un derecho universal, para que el
espíritu crítico pueda darse en todos los continentes, alzarse frente a
cualquier maltrato o dogma. Apelamos a los demócratas y a los espíritus libres
de todos los continentes para que nuestro siglo sea el de la luz y no el de la
oscuridad”.
Charlie Hebdo fue quizá
el único medio de comunicación europeo que, a pesar de las amenazas y a un
atentado incendiario, insistió en el derecho a continuar burlándose de todas
las religiones. Dirigieron sus punzadas tanto contra el Papa como contra el
Profeta.
Trabajaban desde una tradición bien establecida en la que no hay nada sagrado;
una tradición que tras la Reforma, y especialmente en tiempos de la
Ilustración, se fue extendiendo a la par que lo hacían la tolerancia, la
libertad religiosa y la libertad de expresión.
Cuando
hace ya más de diez años Theo van Gogh fue asesinado en una calle de Ámsterdam
por un joven musulmán ofendido, el entonces ministro de Justicia holandés, es
decir, el más alto defensor electo del Estado de derecho, dijo que se debería
sopesar un endurecimiento de la legislación contra el llamado discurso de odio.
Porque si hubiese existido una ley así, Van Gogh aún estaría con vida. Es
decir, si se hubieran criminalizado diferentes tipos de expresiones, habría
habido una oportunidad para que Van Gogh nunca hubiera realizado el documental
sobre la violencia contra las mujeres en nombre del profeta, documental que
llevó a Mohammed Bouyeri a asesinarlo.
“Indigna que tantos hayan sugerido que
‘Charlie Hebdo’ se lo ha buscado”
Hoy
podemos decir lo mismo de los colaboradores de Charlie Hebdo. Si se hubieran
limitado a lanzar sátiras contra el cristianismo, los políticos y el Papa, y
hubieran dejado en paz al islam, estarían vivos gracias a esta terrible discriminación.
Pero no lo hicieron. Continuaron haciendo su trabajo.
Y
así volvemos al punto de partida: ¿Qué civilización somos si renunciamos a
nuestro derecho a publicar opiniones y dibujos que a algunos pueden resultarles
ofensivos? Básicamente se trata de un debate sobre cómo convivir en una
sociedad cada vez más multicultural y al mismo tiempo mantener nuestras
libertades. Podemos, como en las sociedades que no son libres, buscar una falsa
armonía criminalizando continuamente nuevas expresiones de acuerdo con la
siguiente máxima: si aceptas mi tabú y no te expresas crítica u ofensivamente
sobre lo que para mí es sensible y sagrado, yo haré lo mismo.
En
sociedades como la nuestra, en las que crece la diversidad, este es el camino
hacia la tiranía del silencio.
Otro
camino es insistir en que el precio que todos tenemos que pagar por vivir en
democracia, con libertad de expresión y de culto, es que nadie tenga un
especial derecho a no ser ofendido. Los colaboradores de Charlie Hebdo no
habrán muerto en vano, si elegimos este camino como reacción a su asesinato.
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