La
guerra contra el IS y el fin de la hipocresía/David Jiménez, director de El Mundo.
El
Mundo |22 de noviembre de 2015
Uno
de esos activistas de sillón y clic fácil que merodean por las redes sociales
cuestionaba el otro día nuestra cobertura de París y preguntaba cuándo íbamos a
informar de los muertos de Irak, Afganistán o Siria. No suelo responder, pero
hice una excepción: más que nada porque el reproche iba dirigido a un periódico
que tuvo secuestrado a Javier Espinosa en Siria y perdió en Irak y Afganistán a
nuestros siempre añorados Julio Anguita Parrado y Julio Fuentes.
Los
reporteros de guerra han pagado un precio muy alto en estos años precisamente
por su empeño en contar el sufrimiento de los civiles -civiles musulmanes, sí-,
para que luego vengan a dar lecciones quienes exhiben como todo compromiso un
puñado de lemas en Facebook. Y si todos esos periodistas han vuelto al frente a
jugársela una y otra vez es, en gran parte, porque desde la confortable
distancia el resto no parecíamos enterarnos.
Ninguna
de las dos guerras que hemos emprendido en los últimos años -y digo hemos
porque España ha participado en ambas- parecía ir con nosotros. Se nos
presentaban distantes e incómodas, con jóvenes soldados enviados a países de
los que sus políticos apenas conocían nada, donde no tenían ninguna posibilidad
de lograr los objetivos grandilocuentes que se anunciaban en ruedas de prensa y
donde a menudo se logró exactamente lo contrario de lo que se buscaba, como
demuestra el desastre de Irak.
la-guerra-contra-el-is-y-el-fin-de-la-hipocresiaQuizá
una de las grandes diferencias entre los políticos de generaciones anteriores
-De Gaulle, Churchill y cía- y los nuestros es que los primeros vivieron la
guerra de cerca y sabían de qué iba. Los de ahora ven puntitos verdes en una
pantalla y creen que eso es la guerra, un videojuego. Se esfuerzan mucho en que
la gente reciba las imágenes de forma aséptica, sin civiles desmembrados ni
aldeas calcinadas. Luego, por Navidad, organizan videoconferencias con los
soldados. Les dicen: “Hacéis un gran servicio al país”.
Y
se olvidan de ellos. Todos nos olvidamos.
España
apenas se ha enterado de que sus militares han combatido y muerto en Afganistán
durante 14 años, entre otras cosas porque queríamos ir a la guerra, pero sin
que se notara demasiado. Todo queda explicado en aquel homenaje que se hizo en
Paracuellos a los soldados españoles que combaten en el extranjero en vísperas
de la reelección de Zapatero, en 2008. A los que habían sufrido amputaciones en
Afganistán se los llevaron a un patio apartado y les colgaron las medallas sin
que nadie les viera, contó por entonces Pedro Simón.
Ahora,
tras los atentados de París, se vuelven a escuchar las voces que creen que la
solución para acabar con el terrorismo es mandar más soldados. ¿Cuántos, si
170.000 estadounidenses no lograron estabilizar Irak? ¿Si una coalición de
medio centenar de países no logró poner en orden Afganistán? ¿Estamos
dispuestos a enviar al medio millón (mínimo) de tropas que harían falta, a ver
féretros despachados de vuelta a casa a diario, a permanecer 30 años para
reconstruir la zona de verdad y a gastar una parte importante de nuestra
riqueza para lograrlo? No lo estamos.
Los
pacifistas sostienen que todas las guerras son innecesarias. Todas son
horribles, pero si no las hubiera necesarias estaríamos todos hablando alemán
desde la II Guerra Mundial. Robert McNamara, el secretario de Estado
estadounidense de la Guerra de Vietnam, decía con razón que la historia la
escriben los vencedores. Y que lo de menos es quién tuviera razón.
El
IS debe ser destruido y, llegados a este punto, las operaciones militares
tienen que ser parte de la estrategia. Pero ayudaría, y mucho, que además
termináramos con la hipocresía que supone pedir grandes sacrificios a nuestros
soldados para ignorarles una vez están luchando sobre el terreno. La hipocresía
de ocultar que la invasión de Irak y la negligencia posterior durante la
ocupación contribuyeron a la creación del IS, como admiten hasta sus mayores
promotores de entonces, a excepción de Aznar. La hipocresía, también, de pedir
a los musulmanes que se manifiesten en contra del fundamentalismo a la vez que
los gobiernos occidentales apoyan a regímenes que, como nuestros amigos
saudíes, veraneantes en Marbella, llevan décadas financiando el islam más
radical y las escuelas coránicas donde se adoctrina en el odio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario