3 mar 2013

El juego de los papables/ANNE MARIE MERGIER


  •  El juego de los papables/ANNE MARIE MERGIER


Revista Proceso No. 1896, 3 de marzo de 2013

Luego de la renuncia de Benedicto XVI se desataron las conjeturas y las apuestas sobre su sucesor. Los vaticanistas fijan su atención en 10 cardenales, cuatro de ellos latinoamericanos. Parten de un hecho: Después del doloroso fin de Juan Pablo II y del agotamiento de Benedicto XVI, el siguiente Papa tendrá que ser joven y sano para sacar del marasmo a la Iglesia. Sin embargo, advierten, puede haber un amplio margen entre el líder que la Iglesia requiere y el que elija el cónclave.
 PARÍS.- ¿Humo blanco para un Papa negro? ¿Llegó la hora de un pontífice latinoamericano? ¿Volverá a la santa sede un italiano? Éstas son algunas de las dudas e interrogantes que inundan el entorno del proceso de sucesión de Benedicto XVI. Los vaticanistas confrontan hipótesis y conjeturas. Muchos se lanzan a trazar el retrato hablado del Papa ideal y –hecho inédito– coinciden.

 Después de la prolongada agonía de Juan Pablo II y del agotamiento físico de Benedicto XVI recalcan que el próximo Papa tendrá que ser relativamente “joven” –de unos 65 años– y tener buena salud para poder sacar a la Iglesia del marasmo en el que se debate. Por la misma razón deberá afirmarse como un hombre fuerte y autoritario, dispuesto a lanzar cuanto antes una reestructuración completa de la curia romana, demasiado italiana, esclerosada, centralizada y sobre todo gangrenada por conflictos internos y luchas de poder.
 Los especialistas, sin embargo, no se hacen ilusiones. Saben que puede haber un amplio margen entre lo que requiere la Iglesia y lo que decida el cónclave.
 Caroline Pigozzi no trata de imaginar al “Papa soñado” sino que analiza uno por uno los perfiles de los 117 cardenales electores. Lo hace en el décimo capítulo de Le Vatican indiscret, libro que publicó el pasado diciembre.
 Periodista de la revista francesa Paris Match y de la emisora radial Europe 1, Pigozzi lleva casi 20 años trabajando la fuente vaticana y logró ingresar en ese mundo secreto y esencialmente masculino. Al paso del tiempo creó fuertes lazos con numerosos prelados de la Santa Sede, logrando cierta cercanía con Juan Pablo II y Benedicto XVI.
 Pigozzi ha escrito cinco libros sobre el tema. El más exitoso fue Juan Pablo II íntimo: Ese Papa que conocí tan bien, publicado en 2005 y traducido a ocho idiomas.
 En el cuarto capítulo de Le Vatican indiscret –cuyo título es elocuente: “Ya empezó la guerra de sucesión”– la especialista enfatiza que los cardenales que no viven en Roma se conocen poco entre sí y que es capital para ellos juntarse e intercambiar ideas durante las “congregaciones” (asambleas) que preceden al cónclave.
 Y tras recordar el refrán de que “quien entra como Papa al cónclave, sale como cardenal”, Pigozzi selecciona a ocho purpurados con “fuertes personalidades” y “estilos muy distintos”.
 Scola, el íntimo
 El primero es sin duda Angelo Scola, de 71 años, arzobispo de Milán, la diócesis más grande del mundo, con 3 mil sacerdotes.
 Es íntimo de Benedicto XVI, con quien comparte amistad y preocupaciones intelectuales. Su padre era camionero y fiel lector del diario L’Unitá, antiguo órgano del Partido Comunista Italiano. Antes de ser nombrado arzobispo de Milán por Benedicto XVI, Scola era patriarca de Venecia.
 Para Pigozzi y para la mayoría de los vaticanistas, Scola es el “favorito” del “pontífice emérito”, quien, hecho inédito, lo visitó dos veces. Una en mayo de 2011, cuando Scola aún era patriarca de Venecia. En esa oportunidad ambos prelados tomaron el tiempo de pasearse en una góndola blanca en el Gran Canal. La otra, en junio de 2012 en Milán. Benedicto XVI y Scola concelebraron una misa en el Día Mundial de la Familia.
Scola aboga desde hace años por el diálogo entre cristianos y musulmanes, y con ese fin creó la Fundación Oasis. Sin embargo tiene dos puntos en su contra: es italiano y muchos cardenales electores quieren seguir dándole oportunidad a prelados de otras nacionalidades. Además, durante años fue cercano al muy conservador movimiento político italiano Comunión y Liberación. Hoy hace lo imposible para tratar de minimizar esa relación.
Ravasi, el mediático
El segundo papable también es oriundo del norte de Italia. Se llama Gianfranco Ravasi, tiene 70 años y fue ministro de Cultura de Benedicto XVI.
Pigozzi subraya: “Sin duda es un outsider serio. Podría restarle votos a Scola y provocar división entre los 29 cardenales electores italianos”.
Menos carismático que Scola pero más hábil en su política de comunicación, Ravasi creó en abril de 2001 el Atrio de los Gentiles, un espacio de diálogo con los no creyentes. Ese nombre es una referencia a la explanada de Jerusalén que estaba abierta a los paganos.
El Atrio de los Gentiles organizó sus primeros encuentros en la UNESCO y en La Sorbona en 2011, luego en otros países europeos y en Estados Unidos. Su próxima cita estará dedicada al escritor francés Albert Camus y se realizará en junio de 2013 en Marsella, que durante un año será la capital europea de la cultura.
Ravasi ha publicado unos 50 libros, tiene un programa de televisión semanal en el Canal 5 de Italia y es omnipresente en la prensa de Italia.
Pigozzi aclara: “Ravasi pertenece a esa generación de cardenales que entendió que para trepar escalones es preciso ocupar el espacio mediático y no limitarse a predicar en las iglesias”.
Dinámico y políglota, Ravasi repite sin descansar que el gran desafío contemporáneo “no es el ateísmo sino la indiferencia”. Al igual que Scola, su mayor problema para ser electo es su nacionalidad.
Los no italianos
A diferencia de otros vaticanistas que no lo toman en consideración, Pigozzi insiste en que el tercer papable es Péter Erdo, primado de Hungría, arzobispo de Esztergom-Budapest, presidente del Consejo de Conferencias Episcopales europeas y muy estimado en su país. Es joven –60 años– y aboga por un auténtico combate contra la pobreza.
Doctor en teología y derecho canónico, investigador de la Universidad de Berkeley, California, habla siete idiomas e impresiona a todos los jefes de Estado que frecuenta.
Cuenta Pigozzi: “Cuando le pregunté sobre su porvenir me contestó: ‘Lo esencial para mí es anunciar el evangelio en las grandes ciudades en las que la relación humana se va empobreciendo. La fe desparece de las metrópolis europeas y la Iglesia está ausente ante los grandes desafíos planteados por la urbanización’”.
¿Su punto débil? No maneja en absoluto el complejo y a menudo maquiavélico mundo de la curia romana.
El cardenal canadiense Marc Ouellet, de 68 años, arzobispo de Quebec antes de mudarse a Roma donde encabeza la poderosa Congregación de los Obispos, es uno de los papables más celebrados por la prensa internacional.
Precisa Pigozzi: “Es también uno de los altos prelados más cortejados del Vaticano porque juega un papel capital en el nombramiento de los obispos, muchos de los cuales se convertirán en electores en el cónclave”.
Y agrega: “Ese alto prelado con apariencia física imponente enseñó filosofía en Colombia y teología dogmática en la Universidad Pontificia de Letrán en Roma. Fue también misionero en América Latina y conoce a todos los cardenales del continente porque preside la Comisión Pontificia para América Latina”.
Todos los que apuestan a favor de Ouellet insisten en que su fuerza es ser oriundo de América sin haber nacido en Estados Unidos, país con el que el cónclave prefiere guardar distancia.
Según Pigozzi tres latinoamericanos podrán aspirar a ser Papa. El primero es Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, de 70 años. Es el único cardenal de Honduras, preside Cáritas Internacional y en Roma tiene fama de ser una especie de “electrón libre” con sensibilidad de izquierda.
 “Su primer defecto, subrayan sus colegas con cierto cinismo, es ser demasiado simpático. ¡Hay que reconocer que con su físico de latin lover, sus ojos oscuros y su sonrisa resplandeciente el cardenal hondureño parece caber más en Cinecittá que en el Vaticano!”, escribe, irónica, Pigozzi.
 Más seria recuerda el compromiso de Rodríguez Maradiaga con los migrantes y los más necesitados, sus combates a favor de la ecología, contra las dictaduras y contra las fluctuaciones de las finanzas internacionales.­
 Es con aval de la Santa Sede que intercede con frecuencia y en forma exitosa ante los jefes de Estado del G-8 para obtener la cancelación de la deuda de los países más pobres.
 Estos contactos le dan estatura internacional. El hondureño es doctor en teología moral, en psicología y psicoterapia y, por si fuera poco, le fascina tocar bajo, saxofón, piano y guitarra.
 Ya fue candidato a la sucesión de Juan Pablo II, pero en ese entonces se le consideraba demasiado joven.
 Leonardo Sandri, de 69 años, es el segundo latinoamericano seleccionado por Pigozzi. Encabeza la Congregación para las Iglesias Orientales. Juega un papel capital en el acercamiento de la Iglesia católica con las iglesias cristianas de Oriente.
 Nacido en Argentina de padres italianos, Sandri tiene una doble sensibilidad europea y latinoamericana, lo que se considera un punto a su favor en el cónclave. Después de estudiar biología y derecho canónico fue a la Academia Pontificia en Roma, lo que le permitió ingresar al servicio diplomático de la santa sede. Representó al Vaticano en Madagascar, Paraguay, Venezuela, Chile, México y Estados Unidos.
 El tercer papable latinoamericano es un personaje fuera de lo común. Se llama Joao Braz de Aviz, tiene 65 años, es brasileño y encabeza la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
 Braz de Aviz es un sobreviviente. Hace 29 años fue secuestrado por pandilleros en una favela de Apucarana (Estado de Paraná) de la que era párroco. Inmediatamente después de haberlo secuestrado, sus captores atacaron un furgón blindado de transporte de dinero. El asalto fracasó. Llegó la policía y los delincuentes ordenaron al joven sacerdote que fuera a negociar con ella. Braz de Aviz dio algunos pasos y fue acribillado por los policías. Fue un milagro que no muriera porque 130 disparos le atravesaron el cuerpo, alcanzándolo en particular en un ojo, los pulmones y los intestinos.
 Hoy sigue padeciendo secuelas de ese ataque, pero no perdió el ojo y su energía está intacta. Progresista, moderno, ameno y discreto, este cardenal que durante siete años fue arzobispo de Brasilia, inspira admiración en la curia romana.
 Numerosos vaticanistas lo dudan y prefieren mencionar como otro posible papable de América Latina a Odilo Scherer, también brasileño y también “joven”. Tiene 64 años.
 De origen alemán, Scherer es arzobispo de Sao Paulo. Llamaron la atención las críticas que lanzó contra la Teología de la Liberación durante la visita de Benedicto XVI a Brasil en 2007. El prelado se cuidó sin embargo de marcar una diferencia entre esa teología y la entrega de sus seguidores. Criticó la primera por ser marxista y elogió a los segundos por su entrega y su lucha a favor de la justicia social.
 La gran angustia de Scherer es el avance del protestantismo evangélico en Brasil y en toda Latinoamérica. En Roma una de sus metas es lograr que los obispos del continente tengan mayor representación en la curia.
 Pigozzi no lo considera candidato potencial a la sucesión de Benedicto XVI; en cambio menciona a otro candidato que ninguno de sus colegas destaca. Se trata de Sean Patrick O’Malley, de 67 años, estadunidense de origen irlandés. Este prelado culto, distinguido y amable que trabajó varios años con los destechados y los enfermos de sida, reemplazó en 1992 al obispo James Porter en la diócesis de Fall River (Massachusetts). Porter fue uno de los prelados estadunidenses implicados en los escándalos de abusos sexuales.
 Su política de cero tolerancia con los sacerdotes delincuentes sexuales fue drástica y llamó la atención de Roma. En 2002 fue nombrado obispo de Palm Beach (Florida), donde sus dos antecesores también estuvieron envueltos en escándalos de delitos sexuales. Un año más tarde fue trasladado a Boston para reemplazar al cardenal Bernard Law, acusado de haber encubierto la pedófila de numerosos religiosos bajo su mando.
 O’Malley tuvo la ardua tarea de negociar con las víctimas los montos de sus indemnizaciones, que alcanzaron en conjunto 90 millones de dólares. Tuvo que vender la sede arzobispal de Boston y cerrar 65 de las 357 parroquias de su arquidiócesis.
 ¿Jugarán a su favor estas misiones difíciles en un momento en que el tema de los delitos sexuales sigue sacudiendo a la santa sede?
 “Quizás”, arriesga Pigozzi, quien considera sin embargo que la nacionalidad estadunidense de O’Malley dista de favorecerlo.
 ¿Por qué la vaticanista no menciona a un solo candidato africano?
 Su respuesta es categórica. De sus múltiples pláticas con los prelados en Roma sacó la conclusión de que la curia aún no está madura para elegir a un sacerdote negro.
 Como para disculparse, sus interlocutores le recalcaron que el continente africano todavía carecía de personajes fuera de lo común. Sólo señalaron a Robert Sarah, arzobispo de Conakry (Guinea), quien encabeza el Consejo Pontificio Cor Unum, responsable de las acciones caritativas del Vaticano desde 2010.
 Pigozzi no menciona a Christoph Schönborn, austriaco de 68 años, quien llama la atención de numerosos expertos.
 Arzobispo de Viena, este erudito es muy apegado a Benedicto XVI. Su empeño en exigir transparencia en todos los asuntos internos de la Iglesia, en particular en el campo financiero y de los escándalos sexuales, lo volvió bastante impopular en la curia romana.
 En la conclusión de su capítulo sobre la guerra de sucesión pontificia, Pigozzi se pregunta sobre la posibilidad de que por fin se elija a un cardenal oriundo de América Latina. Sería lógico, ya que alberga a 450 millones de católicos, casi la mitad de los creyentes del mundo.
 La vaticanista se muestra perpleja. Considera que no hay solidaridad entre los cardenales. Por el contrario, prevalece una sorda competencia entre Sandri, Rodríguez Maradiaga y Braz de Aviz.
 Esa incapacidad de cerrar filas detrás de un solo candidato les restará influencia a los latinoamericanos antes y durante el cónclave.

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