Ollanta
“Hoy
ya no se puede hacer invisibles a los pobres como hace 50 años”
En
dos años en el poder, el presidente peruano ha sido criticado tanto por su fe
en la economía de mercado como por la inversión en programas sociales. Son
políticas para consolidar una clase media y dejar un legado de estabilidad
JAVIER
MORENO
El País, Lima 23 JUN 2013
Difícilmente
adivinaría uno solo con saludarle que Ollanta Humala es militar —por el porte
ligeramente retraído con el que se presenta, más bien timidez según los que le
conocen, la sonrisa que aflorará con facilidad a medida que avance la
conversación, en ocasiones risa franca—; militar al menos de la manera en la
que estos han solido practicar la política en casi cualquier parte del mundo,
por desgracia América Latina no ha sido en esto una excepción. Pero
difícilmente también concluye uno la conversación con el presidente del Perú
sin la convicción de que, en el fondo, es un militar, por cómo describe sus
objetivos, analiza sus posibilidades, ahora un paso, luego otro, mantiene la
vigilancia de todos los flancos, conserva la mente fría y recurre una y otra
vez en su discurso a las virtudes castrenses, disciplina, jerarquía, respeto,
estrategia.
Dos
años han pasado ya desde que el 5 de junio de 2011 derrotara en la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales del Perú a la hija de Fujimori, tras lo
cual la Bolsa de Lima se desplomó, según él mismo me recuerda, y el dinero,
siempre temeroso, buscó refugio tras juzgar que un militar de retórica
izquierdista y agenda oculta se había alzado con la jefatura del Estado para
alinear el país con el eje bolivariano del presidente Chávez, hoy fallecido, y
poner quizá en riesgo la democracia.
Han
pasado dos años, afloran las acusaciones de que Humala está abandonando sus
promesas a los más desfavorecidos, digo, y ni en los hechos ni en los discursos
se muestra el presidente del Perú como un extremista, pese a lo cual me da la
sensación de que los recelos iniciales no se han disipado, le comento.
—No.
Yo creo que los recelos persistirán.
Esos
recelos conforman el subtexto de las críticas de la derecha de su país que
recibe el gobernante peruano, así como de no pocos medios de comunicación,
mientras que la mayoría de observadores internacionales convienen sin embargo
en unos hechos que desdicen con hartos datos el relato anterior. Lo cierto es
que en estos dos años el Perú ha culminado bajo el mandato de Humala uno de los
capítulos de más éxito en América Latina, con crecimientos superiores a la
mayoría (este año se espera más de un 6%), inflación controlada (poco más del
2%) y un enorme esfuerzo en la reducción de las desigualdades, la consolidación
de la estabilidad política e institucional, así como la lucha contra el atraso
secular de un país devastado durante décadas por el desgobierno, la corrupción,
la violencia iluminista de la ultraizquierda y, finalmente, la calamidad de un
Alberto Fujimori convertido en caudillo y sus secuaces, que solo tras la caída
de este comenzó a enderezarse con los presidentes Alejandro Toledo y Alan
García.
La
persistencia de los recelos
Pero
tiene razón el presidente sobre la persistencia de los recelos, le comento la
sorpresa que me produjo un vídeo de un evento esta misma semana en el que él
pide confianza a un grupo de empresarios —“sé que muchos de ustedes no votaron
por mí”—, al tiempo que les asegura que no va a tomar decisiones que generen
incertidumbre, declaración que extraña, cuando menos, siendo así que la
moderación ha presidido toda su acción de Gobierno durante ese periodo en el
que ha alineado el Perú no con Venezuela, como algunos temieron, sino con
Chile, Colombia y México en la Alianza del Pacífico, las economías que, junto a
Brasil, con más claridad se han decantado por el libre mercado, la separación
de poderes y las políticas de estabilidad en todo el continente.
—
Me refería yo a que hoy la economía global está pasando por un mal momento. Y
el Perú, dentro de América Latina, viene liderando el crecimiento económico y
esto a través de un esfuerzo que nos ha costado a todos los peruanos y que nos
ha llevado décadas remontar la mala situación económica que vivimos en la
década de los ochenta y parte de los noventa. Nosotros queremos generar un
clima de confianza. Y les hice recordar a los empresarios peruanos que mi
elección como presidente de la República trajo a los sectores empresariales
ciertas dudas, ciertos miedos, porque en la campaña ellos no me conocían y
creían que el Perú se iba a alinear en el bloque de los países del ALBA, cosa que
no hemos hecho ni vamos a hacer. Nosotros estamos trabajando por un modelo de
economía abierta, de mercado, pero también con un concepto nuevo, de la mano
van el crecimiento y la distribución de la riqueza. A veces planteamos
programas sociales que a determinados sectores no les suena como que la cosa
está yendo bien e inmediatamente salen a cuestionar que nos estamos yendo para
el otro lado.
De
la disciplina en la política
La
conversación se desarrolla a lo largo de casi dos horas el jueves pasado en el
salón dorado de la Casa de Gobierno en Lima, cuya construcción y recubrimiento
con pan de oro, inspirado en el palacio de Versalles, le convierten en uno de
los espacios más impresionantes de palacio. Humala, de 50 años, viste traje
azul marino, camisa blanca y corbata azul eléctrico. Es mediodía y bien entrada
la charla me permito señalarle al presidente, a propósito de sus alusiones a la
importancia de la disciplina —“sin disciplina no hay Ejército”— dos paradojas
en las que él se explayará y que ilustran de forma extraordinaria por qué
Humala, aun siendo un militar, se ha convertido en una especie de
socialdemócrata en los Andes, empeñado en asentar las instituciones, consciente
siempre de la fragilidad de los avances sociales y de la necesidad de cimentarlos
con amplios consensos, en la estela de Lula o de Mujica, a los que citará más
adelante cuando hablemos de sus alineaciones políticas.
La
primera consiste en que la seguridad no constituye un asunto únicamente de
orden público. Es este, naturalmente, un concepto muy extendido, con matices,
entre las izquierdas políticas de todo el mundo (lo que las distingue de las
derechas que, también con matices, suelen preferir soluciones más expeditivas),
pero que no deja de sorprender en quien pasara más de 20 años en el Ejército,
de donde se retiró en 2004 con el grado de teniente coronel, poco antes de
dedicarse de forma abierta a la política.
—La
inseguridad es un problema muy grave. Pero no podemos creer que la seguridad
consiste en un problema que se resuelve con poner un sheriff. Este es un
problema estructural y en buena hora que hay un presidente militar que lo
entiende, porque si no fueras militar no lo hubieras entendido, y creerías
solamente que se trata de elevar penas, como muchos querían. Pena de muerte.
Creen que así se resuelve el problema, creen que es solamente un tema de más
policías. Es un problema de valores, de falta de oportunidad de los jóvenes. Lo
que pasa es que acá todo lo relacionamos con policía. Entonces, hay un problema
de seguridad, que vaya el ministro del Interior. Por eso yo digo en el Consejo
de Ministros: “Todos ustedes tienen que contribuir a la seguridad porque es
injusto que, por un problema que debió haberlo resuelto un sector, hoy día el
ministro del Interior tiene que ir al Congreso a explicar o a asumir el costo
político”.
La
otra paradoja, le señalo, consiste en que esa misma disciplina militar,
aplicada a la política, es la que ha llevado a la izquierda al poder en el Perú
por primera vez, si se descuentan las dos experiencias del APRA con Alan García
en el Gobierno, que no parecen contar como izquierda en el relato de Humala.
—
Claro. Ellos han llegado al Gobierno con nosotros. Primera vez en su historia
que llegan al Gobierno, con nosotros; que son ministros, con nosotros. Porque
la izquierda cometió errores estratégicos en el Perú. Era una izquierda que
acá, decían, cuando llovía en Moscú salían con sus paraguas. Eso lo he
escuchado yo, mis padres son de izquierdas. Muy encasillada, tenían la soberbia
de creerse los únicos intelectuales del país y despreciaban al resto porque no
eran marxistas, una izquierda acartonada. Mientras otras izquierdas en América
Latina llegaron al poder, en el Perú a lo máximo que llegaron fue a la alcaldía
de Lima. Por sus propios errores. Hay intelectuales destacados y rescatables
entre ellos, pero esto es así.
Izquierda,
derecha, nacionalismo
Esa
experiencia en el poder ha durado poco, en sucesivas crisis de Gobierno los
ministros más claramente izquierdistas han terminado fuera del Ejecutivo, lo
que ha añadido confusión al ya de por sí fragmentado panorama político peruano
y ha contribuido al relato de que Humala se está alejando de las posiciones que
le llevaron al triunfo electoral.
La
izquierda del Perú era soberbia, se creían los únicos intelectuales”
—
Los participantes en [la coalición electoral] Gana Perú que eran de izquierdas
y que los colocamos ahí no aguantaron ni seis meses en el Gobierno, se salieron
y ahora están con la derecha. Es una cosa de locos, se ríe el presidente. Hay
una bancada que agrupa congresistas de derecha y congresistas de izquierda, o
sea, la necesidad de tener una comisión, cosas menudas juntando a grupos de
izquierdas y grupos de derechas en el Congreso.
—
¿Cómo define entonces usted el nacionalismo que vertebra su formación política,
el Partido Nacionalista Peruano?
—
Creo que uno de los problemas, uno de los errores estratégicos de la izquierda
fue que abandonó la bandera de la lucha, de la justicia social, y esa es la que
hemos retomado con el nacionalismo. Entonces, en el panorama latinoamericano
¿dónde se ubica el nacionalismo? En la izquierda latinoamericana, con Lula, con
Mujica… Provenimos de un nacionalismo que se nutre de José Carlos Mariátegui, y
el socialismo andino, del antiimperialismo de Haya de la Torre, que también lo
tenemos en nuestras bases ideológicas, porque Haya de la Torre será aprista,
pero es peruano…
—
Hay un busto de Víctor Haya de la Torre en el salón de al lado.
“Hemos
retomado la bandera de la justicia social que dejó la izquierda”
—
Son las fuentes de inspiración que tiene el nacionalismo, que busca justamente
integrar a la nación como nación. Todas las etnias, comunidades, culturas, de
un país multicultural y diverso. No buscamos separar, sino buscamos unir,
integrar. Tiene un sentido muy distinto al que tiene en España.
La
tarea y los límites del gobernante
Ser
Gobierno, efectivamente, resulta tarea harto complicada y dos años han bastado,
seguramente menos aun, le sucede siempre a todo gobernante, para que el
presidente haya descubierto los límites del poder; la inevitable frustración
que produce comprobar que la maquinaria del Estado no alcanza para las ingentes
necesidades del país, no llega con eficacia al conjunto del territorio, los
problemas se acumulan sin resolver. Se imaginó, le pregunto al gobernante, que
gobernar era esto, que ni toda la disciplina ni toda la voluntad ni todas las
ideas logran cambiar la realidad al ritmo que uno desearía o al que uno se
había comprometido.
—
Uno siempre quiere que las cosas vayan más rápidas y lo que hemos encontrado es
un ritmo del Estado muy lento a nuestro querer, a nuestros deseos. Tenía la
disyuntiva de si respetamos los pasos para llevar el Estado a un proyecto
determinado o los obviamos. Hemos visto cómo en el pasado por obviar pasos, no
respetar procedimientos se llega a la corrupción. Entonces nosotros lo que
hemos hecho es acelerar las cosas, pero respetando los procesos, de tal manera
que cuando dejemos el Gobierno tengamos obras bien hechas, con sostenibilidad y
que no vengan cuestionamientos posteriores a que hubo actos oscuros.
Citando
todas las cifras de memoria, mostrando que está en todos los detalles, Humala
enumera una lista, siquiera parcial, de los proyectos que le preocupan.
Demuestra paciencia, pero la enumeración revela no solo la envergadura de la
tarea, sino también la imperiosa necesidad del presidente de sacar adelante un
programa que comprometió con los más desfavorecidos y por el que sabe que, al
final, será juzgado; que tras colocar sus logros y sus fracasos en los
platillos de la balanza, la historia o la memoria del Perú le salvará o le
condenará. “[El programa para jóvenes con buen rendimiento económico y escasos
recursos económicos] Beca 18, que ya tiene 14.000 becarios; había 300 becarios
cuando llegamos al Gobierno y prácticamente el 95% eran becados dentro del
país, no fuera del país; hoy día tenemos más de 14.000 becarios y la meta es
superar los 40.000 en 2016”; programas de atención a la familia, la ley del
seguro médico a todos los niños de las escuelas públicas para el correcto
seguimiento de su estado de salud, “llegan el primer día a clase y los pesamos,
los medimos, los ojos, la visión, porque muchos de estos chicos tienen
necesidad de lentes”. El presidente añade más cifras, más datos, más programas,
pasan cinco minutos, obras de mediano plazo y obras de corto plazo; el metro
para la ciudad de Lima, el desarrollo de la petroquímica, transcurren otros 10
minutos, la construcción del gasoducto, el tren costero, el tren de cercanías
para Lima, la longitudinal de la sierra “y una serie de obras así; hoy hemos
entregado las transferencias de fondos para proyectos inmediatos, todos
orientados a agua y desagüe por un valor aproximadamente de 800 millones de
dólares (610 millones de euros). Estamos transfiriendo ya prácticamente 3.000
millones de soles (820 millones de euros) en este tipo de obras de corto
plazo”. Finalmente se detiene, aunque no lo haría, si el formato de la
conversación no se lo impusiese.
“Estados
Unidos nos ve como uno de los países más estables”
—
Pese a todo ello se oyen voces de aquellos que le votaron que ahora se sienten
decepcionados; mientras que algunos de los que más desconfiaron comienzan a
sentirse más a gusto. No sé si esto es bueno o malo, le digo.
—
Nosotros somos un partido joven que ha tenido unos aliados y que en muchos casos
esos aliados pueden sentirse un poco alejados porque tal vez ellos quisieran
una cuota de poder más de la que se les dio. Ese es un tema. Otro puede ser el
tema ideológico porque muchos aliados o mucha gente que apoyó tiene determinada
ideología y entonces para ellos la relación que estamos construyendo con los
empresarios pueda sonar contraria a su ideología. Pero es que cuando asumí la
presidencia juré gobernar para los 30 millones de peruanos, no solamente para
los que votaron por mí, sino también para los que no votaron por mí, para los
partidos de oposición también. También puede haber el tema de la ansiedad, todo
el mundo quiere que se le resuelva su problema en el día y en el día tienes que
resolvérselo. El Estado no tiene tanta capacidad para resolver en el día los
problemas del país.
—
¿Cómo se siente cuando en algunos de esos conflictos sociales, como los
mineros, se producen muertos civiles a manos de las fuerzas del orden público?
—
Mal. Me siento pésimo. Porque yo digo, podemos discutir, debatir
acaloradamente, pero hay límites y cuando se traspasan esos límites y se llega
a la pérdida de vidas ya no hay marcha atrás.
El
descubrimiento de la clase media
Con
ser grandes los desafíos de sacar de la pobreza a millones de personas, la
izquierda en el poder en América Latina hace tiempo que descubrió también la
importancia de la consolidación de las clases medias, un proceso que acelera el
crecimiento económico, consolida las instituciones y fortalece la adhesión a la
democracia, siempre necesitada de creyentes en el continente. También Humala ha
venido a esta convicción, lo que seguramente espoleó a los críticos que le
reprochan su viraje hacia la moderación.
—
Creo que hemos logrado avanzar en la consolidación de una clase media, que fue
disuelta en la década de los ochenta. Y esta clase media hoy día está cerca del
65% de la población peruana y eso es algo inédito en nuestra historia. Esta
clase media también ayuda a dinamizar la economía porque demanda calidad en los
servicios, no solamente demanda servicios, sino calidad en los mismos y esto
obliga a las empresas a ser más competitivas y a invertir en capacitación, e
invertir en capacitación involucra también intervenir o coadyuvar en políticas
educativas que benefician a los jóvenes de las clases populares.
—
¿Ha recibido usted muchas presiones desde que comenzó a gobernar?
—
Presiones tengo de todos, hasta de mi mayordomo, se ríe. Tengo acá un
sindicato. El Gobierno saliente antes de salir me dejó un sindicato de
presiones por todos los lados. Yo creo que el gobernar involucra paciencia,
todos los días damos miles de batallas y no se van a acabar, cuando me vaya el
que venga va a tener que ir dando miles de batallas. Presiones en la calle, en
las fuerzas políticas por cuotas de poder, presiones en el mismo equipo o grupo
de Gobierno. Las relaciones interpersonales son siempre delicadas y cuanto más
arriba son más delicadas todavía. Y con todo eso uno tiene que vivir, es como
una mochila que uno lleva. En los momentos más difíciles cuando me encuentro
así me ayuda el tener el soporte de la familia, creo que eso también es
importante.
Batallas
de resultado incierto
Resulta
conocida la aversión de Humala, el militar, por los enfrentamientos inútiles.
Alguna vez declaró que le disgusta dar batallas de cuya victoria no esté
convencido. No sé si se trata de una idea cuya aplicación en la política pueda
conducir a la parálisis, especialmente en un país como el Perú, en el que los
partidos políticos padecen de una fragmentación y una debilidad que los vuelve
inoperantes; donde, con mucha probabilidad, los políticos, al emprender un
proyecto, están menos seguros de poderlo culminar con éxito que en otros países
de mayor trabazón institucional. Así que le pregunto al presidente si,
basándose en esa aversión suya a los choques estériles en resultados, lamenta
ya las batallas que ha renunciado a dar.
—
Todavía no he cumplido dos años de Gobierno. Entonces yo todavía no diría que
lamento no haber dado batalla alguna, porque eso lo tendría que decir al
término del mandato, cuando ya no hay la oportunidad de darla.
—
¿Y la más importante para usted ahora?
—
Una batalla importante que se tiene que dar, y que espero que la ganemos, es la
reforma del Estado. Y la estamos dando por partes porque hay batallas que se
pueden dar y aportar y poner todo tu capital en la batalla; o sea la ganas o la
pierdes; no hay término medio. Y hay otras que se dan por etapas. Uno va
midiendo y cuidando sus fuerzas y sobre todo las reservas. En términos
militares, siempre un comandante debe guardar sus reservas, que son las que le
permiten cambiar el rumbo de la batalla en un momento determinado. Entonces, yo
creo que la reforma del Estado la estamos dando por partes. Hemos empezado con
la reforma tributaria; hemos hecho la reforma de la educación, hemos hecho la
reforma de las fuerzas armadas y las fuerzas policiales, hemos hecho la reforma
del sistema de pensiones. Estamos hoy día trabajando en la reforma en el sector
salud porque es una batalla tan grande que uno no puede entrar y poner todo su
capital, porque es una fuerza muy grande a la que uno se enfrenta; son cuotas
de poder. Por ejemplo hoy día estamos avanzando en lo que es la reforma del
Servicio Civil, que es la Administración pública. Algo que el 80% o 90% de la
población quiere. Si usted pregunta en la calle, ¿está usted conforme en cómo
le atienden en un ministerio? Pues no ¿En el Poder Judicial? No. ¿En el
Congreso? No. La gente quiere un cambio. Pero hay sectores de poder que no
quieren ese cambio. Hay presiones de los sindicatos. La batalla se va a ver en
el Congreso, pero también los sindicatos del Congreso presionan a los propios
parlamentarios. Es una de las batallas fundamentales que tenemos que dar.
—
Esa reflexión se inserta en una más amplia en la que usted siempre insiste
mucho: la necesidad de las instituciones, la debilidad de las cuales,
efectivamente, es la debilidad de América Latina. ¿Cómo se construyen y se
consolidan las instituciones? ¿Cómo se está haciendo en el Perú? ¿Cuáles son
las trabas?
“En
Venezuela no hay ninguna prueba que nos haga dudar del resultado”
—
Las instituciones se construyen con confianza y con respeto a las reglas de
juego, de tal manera que se puedan institucionalizar usos y costumbres, se
puede institucionalizar todo lo que se viene actuando y no venga otro y lo
cambie. El problema en América Latina es que somos una región, además de muy
desigual, poco formalizada, somos muy informales, y eso es una dificultad para
el Estado, no solamente en el área tributaria, sino en el área de
gobernabilidad y paz social, porque, como decía, para reclamar algo es más
fácil encadenarse en la calle que llevar su solicitud a través de un
ministerio, a través de un municipio. ¿Qué tenemos que hacer? Yo creo que tiene
que haber un cambio cultural, tenemos que trabajar el tema de educación,
tenemos que trabajar valores, pero también tenemos que generar, que construir
un Estado moderno por eso es importante la reforma del Estado, que la gente vea
que se le resuelve su problema. Yo creo que eso implica disciplina y es algo
que yo lo valoro mucho porque yo vengo del Ejército. Sin disciplina no hay Ejército.
El
gran viraje exterior
Si
en política interior, especialmente en el tema económico, el giro ha sido
profundo, en asuntos extranjeros resulta sencillamente copernicano. Humala ha
forjado lazos estrechos con la mayoría de presidentes de la región, pero su
protagonismo ha resultado fundamental en la consolidación y funcionamiento de
la Alianza del Pacífico junto con Chile, Colombia y México, todas ellas
economías abiertas y de libre comercio, que en lo político constituyen ya un
contrapeso al Mercosur. Tampoco ha sido menor su papel en Unasur (Unión de
Naciones Suramericanas), un foro de reciente creación en 2011, pero que ya
destaca como uno de los más eficaces de la región. El presidente Mujica de
Uruguay, le digo a Humala, me comentó recientemente que estaba muy contento de
cómo funcionaba Unasur, de su operatividad, se llaman entre ustedes y en 24
horas pueden organizar una reunión en caso de crisis, que antes no tenían un
mecanismo de parecida agilidad.
—
Eso es así. Fue en el tema de Venezuela también que de un día para otro
convoqué acá a los jefes de Estado y estaba no solamente Mujica, han estado
[Juan Manuel] Santos, Dilma [Rousseff], todos los presidentes han dejado lo que
estaban haciendo y han venido, y se lo agradezco bastante. Nos hemos sentado
acá, hemos conversado entre nosotros sin cámaras, sin grabaciones, como amigos,
nos hemos dicho las cosas claras. Ha habido momentos duros, ha habido momentos
jocosos, nos hemos matado de risa de varias cosas. Es una relación que para mí
la coloco como una relación de amigos, y eso nos ayuda a resolver las cosas. La
vez pasada Evo [Morales] me llamó por un tema determinado, con Santos nos
hablamos con frecuencia, resolvemos las cosas. Los problemas que tienen los
ministros al final los resolvemos nosotros. A mí me parece una forma moderna e
innovadora, menos encorsetada y más efectiva de hacer política.
—
En algún momento sugirió usted que Unasur se puede convertir en una alternativa
a la OEA. ¿Es un aviso a la tradicional influencia de Estados Unidos en la OEA?
O, dicho de otra manera, ¿cree usted que EE UU tiene un peso excesivo en la
OEA?
“La
gente quiere un cambio, pero hay sectores de poder que no quieren”
—
Bueno, definitivamente lo que tenemos es un continente americano con una
América Latina y Estados Unidos y Canadá. Obviamente, Estados Unidos y Canadá
tienen un peso estratégico en América Latina y también en la OEA. El tema es
que muchas veces la OEA no tiene esa agilidad y rapidez que a veces los
acontecimientos requieren y que en estos casos Unasur ha tenido una mayor
prontitud en tomar decisiones como es el caso de Paraguay o de Honduras.
—
De haber tenido Unasur observadores electorales propios, como usted ha
sugerido, ¿hubiera ello evitado el conflicto poselectoral en Venezuela?
—
No, porque yo creo que en Venezuela hay un proceso de polarización del país que
ya lleva tiempo y que el resultado tan ajustado de las elecciones de todas
maneras generó suspicacias, generó dudas particularmente en el candidato que
perdió y obviamente los observadores no hubieran podido dar la razón a uno u a
otro si es que no hay una investigación, etcétera. Lo que han hecho los países
miembros de Unasur, como gran parte de la comunidad mundial, por otra parte, es
reconocer el resultado oficial dado por el Colegio Nacional Electoral. Y ha
instado al nuevo Gobierno venezolano a que se resuelvan estas preocupaciones
que tiene el lado opositor dentro de los cauces democráticos porque cualquier
problema de inestabilidad en Venezuela nos afecta a todos.
—
Justo de la reunión que hubo aquí en Lima salió un firme apoyo al triunfo de
[Nicolás] Maduro en Venezuela, pero también esa petición de auditoría y también
un compromiso de monitorear cuál era la evolución del clima político en las
semanas siguientes. ¿Cómo evalúa usted ahora la situación? ¿Cree que las
elecciones fueron suficientemente limpias?
—
Yo creo que el resultado que dio el Colegio Nacional Electoral es el resultado.
No tenemos ningún indicio de que haya habido una tergiversación del mandato
popular, por lo tanto para nosotros ya es un resultado definitivo. Siempre
habrá dentro de la política interna gente que no lo reconozca o que lo
critique, como quieran; pero ya hay un resultado y hasta ahora no hemos visto
ninguna prueba objetiva que nos haga dudar de ese resultado. Lo que queremos,
creo, es que hoy día lo que tiene que hacer el Gobierno venezolano, y esperemos
que lo esté haciendo, es pasar la página lo más rápido posible y establecer un
estilo de gobierno que permita tender un puente hacia las fuerzas políticas
venezolanas que no están conformes a fin de hacer un acuerdo nacional o una
hoja de ruta que permita darle estabilidad a la economía venezolana y darle
mayor bienestar al pueblo venezolano. La estabilidad de Venezuela es también la
estabilidad de la región.
—
¿Cree que el régimen de Venezuela está tratando a [Henrique] Capriles de forma
adecuada en una democracia?
—
Yo creo que lo que hay son posiciones duras por ambos lados y en tanto hay esas
posiciones duras siempre habrá la polarización. Yo creo que en el caso peruano
lo que he tratado es tender puentes con la oposición. No tenemos una
polarización tan fuerte como en Venezuela; pero si yo la tuviera tan fuerte con
la oposición, yo sería el primero en tender los puentes.
Cita
en Washington
La
culminación del giro en política exterior, desde las supuestas adscripciones
bolivarianas iniciales a la moderación pragmática de la mayoría de naciones del
continente se produjo la semana pasada cuando Humala voló a Washington para
entrevistarse con Barack Obama. El presidente de EE UU afirmó que el Perú se ha
convertido en uno de los socios más estables y fiables en la región. La visita
supuso un respaldo claro a Humala, pero de nuevo suscitó críticas entre los
sectores que ven con desconfianza las alianzas que el presidente peruano está
tejiendo con los empresarios, con Estados Unidos y con amplias capas de las
clases medias. Pero el Perú sigue siendo el segundo productor del mundo de coca
y EE UU el primer consumidor de cocaína, y Humala necesita que la relación
entre ambos países se amplíe más allá del siempre espinoso problema del combate
al narcotráfico. Si buscaba un certificado cum laude al gran viraje moderador
de su mandato, no cabe duda de que lo ha conseguido, le digo.
—
Yo creo que era importante reforzar la relación con Estados Unidos. Me
congratulo de que Washington vea en el Perú un socio estable, un socio importante
en América Latina porque eso no se consigue de la noche a la mañana. No es un
tema de suerte, es un tema de trabajo. Y esto qué involucra, un mayor
acercamiento comercial, un mayor acercamiento cultural, con todas las ventajas
que trae esto, con Estados Unidos; pero también era importante para nosotros
fortalecer la relación con Estados Unidos para que también ellos asuman su
responsabilidad, las responsabilidades compartidas con el Perú en la lucha
contra el tráfico ilícito de drogas. Pero nosotros hemos querido hacer con la
visita, armar o tener, hacer una agenda más ambiciosa. Hemos hablado de temas
de educación, del tema de becas de estudio, capacitaciones, pequeñas y
microempresas, porque normalmente lo tradicional de la relación del Perú con Estados
Unidos es la lucha contra las drogas, eso es lo normal. Hoy día lo hemos
abierto a otras áreas y esto gracias a que nos convertimos con Estados Unidos
en socios, en mejores socios, y Estados Unidos nos ve como uno de los países
más estables. Esa es la ventaja que nos da esto.
El
poder y sus exigencias
“[Denegar
el indulto al expresidente Fujimori] hace creer en el Estado”
Una
madrugada a finales de octubre del año 2000 Humala y su hermano Antauro
protagonizaron un pronunciamiento militar contra el presidente Fujimori,
convertido desde años antes en régimen corrupto y dictatorial y hoy preso por
crímenes de lesa humanidad, entre otros desmanes. Tanto Ollanta como Antauro
fueron amnistiados por el Congreso. Tiempo después, Antauro protagonizó otra asonada,
por la que aún sigue en la cárcel. Humala viene ahora de denegar una petición
de indulto al expresidente, asunto doblemente delicado porque una parte de la
política peruana mantiene en consideración al antiguo mandatario, como se puso
de manifiesto en los votos cosechados por su hija Keiko en las últimas
elecciones, y porque, naturalmente, quien había de conceder o denegar la gracia
protagonizó un levantamiento militar contra el hoy preso, lo que acaba de
trenzar de forma inextricable todas las cuestiones que subyacen al ejercicio
del poder desde tiempo inmemorial: el mando, la moral, el Estado, las
relaciones personales.
—
Eso lo he puesto a un costado, eso no ha pesado absolutamente nada sobre mi
decisión. Primero yo lo que he hecho es abstraerme como persona en lo posible
para tomar una decisión lo más descarnada posible, lo más objetiva posible,
pero también lo que no puedo abstraerme es de la ética y la moral.
—
Usted ha manifestado que comprende el dolor de una familia cuando uno de sus
miembros está en la cárcel. Pero al final en el caso de Fujimori se impuso la
razón de Estado, con el agravante de que este jamás expreso arrepentimiento por
los desmanes cometidos. Hay quien considera que esa decisión suya le ha costado
a usted algunos puntos en las encuestas.
—
Como le digo, a mí no me han elegido para ser miss Simpatía. Eso ha sido lo más
irrelevante de mi decisión. Ni siquiera me he puesto a pensar en eso, porque yo
estoy primero tranquilo con mi conciencia, puedo mirar a la gente tranquilo, y a
mi familia la puedo mirar tranquilo, y en segundo lugar creo que he dado
confianza en el Estado. Mi política también es consolidar el Estado. Hoy día
dentro del tema que estábamos hablando de informalidad, hay un problema que es
la gente que no respeta al Estado, no respeta a las instituciones como la
presidencia de la República, el Congreso, etcétera, no se respeta; entonces no
habrá institucionalidad si no creamos respeto en los poderes del Estado.
Acciones de esta naturaleza hacen creer en el Estado y está por encima de
encuestas, qué tiene que ver una encuesta si le ponen tanto o no, eso es lo más
irrelevante. El Estado no funciona por encuestas, no funciona por la presión
mediática, por la presión de los internos, la cosa se resuelve acá, no funciona
sobre la base de cartas, audios, vídeos, no, no, eso es irrelevante; eso es
como yo digo, para la Lima criolla y jaranera como dice el vals; pero para el
jefe del Estado, eso no funciona.
—
Hablando del respeto a la presidencia y a las instituciones en general, no debe
ayudar tampoco a la imagen del Perú, dentro y fuera, la situación de los
exmandatarios: Fujimori está en la cárcel, los expresidentes Alan García y
Alejandro Toledo están siendo investigados por alegaciones de corrupción. Son
asuntos de distinta gravedad, naturalmente, nada que ver con los excesos de
Fujimori, aun así no debe resultar fácil.
“Los
presidentes de Unasur tenemos una relación de amigos. Eso ayuda”
—
En el Ejército decimos que el grado conlleva honores, pero conlleva
obligaciones también. Uno no puede arrastrar el bastón de general, uno no puede
arrastrar la banda presidencial. Como presidente, uno no es un ciudadano libre,
porque representa al Estado. No es lo mismo una persona en la calle que puede
hacer lo que quiera y si comete un delito lo meten preso. Como jefe de Estado
uno representa a la nación y no puede darse el lujo de arrastrar la banda
presidencial. Uno debe cuidarse en eso y, como decimos en el Perú, toco madera
para que no pasen las cosas que otros pasan, a aprender en pellejo ajeno, como
decimos con el refrán limeño. El primer responsable del respeto a la
institución presidencial son los expresidentes y yo entiendo, porque así como
es difícil ser presidente, tal vez sea más difícil ser expresidente. Ahora, lo
que nosotros, lo que yo hago, es, primero, repudio cualquier tipo de
persecución política. Que funcione el Estado de derecho. En el caso del
expresidente Toledo creo que él tiene que aclarar las denuncias que están en su
entorno o que giran en torno a él, mejor dicho, y creo que mientras más rápido
lo haga va a ser mejor para él. En el caso del expresidente García, lo mismo.
Si hay una investigación que se le está haciendo sobre el tema, varios temas,
pero el tema delicado es el tema de los narcoindultos [narcotraficantes que
salieron en libertad supuestamente tras pagar por sus indultos]; yo creo que
hay que darle todo el respeto porque él ha sido expresidente, y dos veces. Pero
que también tenga que explicar. Lo que no puede ser es una falta de
explicación.
La
conversación se acerca a su fin. En el salón dorado del palacio presidencial
resuenan todavía las cifras, los planes, han sido tantas las ambiciones para el
Perú que el presidente ha ido desgranando a lo largo de la charla que resulta
inevitable, a modo de coda, preguntarle por la continuidad de sus proyectos
cuando acabe su mandato en 2016. La posibilidad de un segundo mandato
consecutivo, que se ha ido extendiendo en toda América Latina en los últimos
años, no es una posibilidad en el Perú y la fragmentación política, tanto del
oficialismo como de la oposición no auguran un panorama despejado o de
continuismo dentro de tres años.
—
Yo creo mucho en la institucionalidad en el sentido de que estos proyectos que
estamos construyendo hay que compartirlos con las principales fuerzas
políticas. No sabemos quién va a ser el que me suceda en 2016. Sabemos que ya
hay algunos candidatos que adelantaron su campaña. Nosotros lo que creemos es
que a los principales proyectos tenemos que ponerles una especie de rango de
ley compartido con las fuerzas políticas para que sea respetado. Para que el
que llegue siga la obra.
—
¿Ve riesgos para su obra de gobierno en 2016?
—
No. No sería un riesgo porque tenemos una fuerza política [Partido Nacionalista
Peruano], que es la columna vertebral de [la alianza electoral] Gana Perú. Yo
creo que el partido se va a presentar al proceso y veremos la respuesta del
pueblo, ¿no? Eso es importante para darle continuidad a todo… a este proyecto.
Y en la trinchera que me encuentre defenderemos este proyecto.
Las
preguntas formales han acabado, pero las reflexiones sobre el poder, el
Gobierno, el Estado, los ciudadanos se alargan mientras recogemos las
grabadoras y las luces de las cámaras están por apagarse. “Yo siento que el
poder me quiere aislar de la gente”, dice Humala, y su pensamiento suena
extrañamente veraz en la inmensidad del salón dorado en el que estamos, con su
extraño e inquietante parecido al salón de los espejos de Versalles,
seguramente la metáfora más potente en toda la historia de la lejanía entre el
gobernante y los gobernados. “Me quieren poner un carro con seguridad, con
chófer; nadie me toca; no huelo a la gente. Entonces yo no uso chófer,
seguridad al mínimo, muchas veces salgo sin seguridad y cuando llego a un
pueblo saludo a todos”.
—
¿Cree que eso ayuda a ser mejor gobernante?
—
Me ayuda a mantener la sensibilidad y creo que sí, también a ser mejor
gobernarte. Yo le digo, entro en un pueblo y me paso 10 minutos, 20 minutos
saludando a todos, a todos los que puedo ¿no? y después subo al estrado. Hace
50 años podías invisibilizar a los pobres; hoy día no. Hoy día ellos son una
fuerza y por eso ellos también deben de estar considerados en el presupuesto de
la República.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario