El ocaso de la fiscal de hierro/Raymundo Riva Palacio
En 24 horas.com, Junio 23,
2013
Marisela
Morales se preparó hace tiempo para la muerte. Su función como una fiscal muy
agresiva contra criminales de catálogo, le hacían pensar recurrentemente que
esa mañana podría ser su última. Hacía mucho tiempo que vivía dentro del Campo
Militar Número Uno, en la ciudad de México, bajo la protección extraordinaria
de los militares. Sus cosas personales siempre estaban en orden, para que su
familia no tuviera problemas adicionales el día que tocara la puerta lo que
pensaba su destino. La muerte, pero no la cárcel, era quien siempre se sentaba
a esperarla en la sala de su casa hasta esta semana, al tomar su vida ese giro
rabiosamente inesperado.
Desde
el interior de la PGR que encabezó hasta el último día de noviembre pasado,
voló un expediente hasta la prensa donde se revelaba que sus subalternos habían
otorgado contratos fantasmas a una empresa de Tabasco por 92 millones de pesos
en los cinco últimos meses del gobierno de Felipe Calderón. A Morales, que
había superado anímicamente el desvanecimiento de sus paradigmáticos casos
sobre narcopolíticos y narcogenerales, y las acusaciones de un manejo irregular
de testigos protegidos, le encontraron el punto débil. “Debe pedir licencia,
regresar a rendir cuentas y transparentar los recursos que tuvo a su cargo”,
acusó el presidente de la Comisión Anticorrupción del Senado, Pablo Escudero.
“Está obligada a aclarar cualquier presunta irregularidad administrativa”.
Fiscal
con mano de hierro y carácter irascible –tiraba objetos pesados a sus
colaboradores cuando se enojaba-, las acusaciones de corrupción la han
reblandecido. El gobierno de Enrique Peña Nieto, que ha podido blindarla hasta
ahora de las imputaciones derivadas de su gestión como procuradora general en
el consulado general en Milán, difícilmente podrá hacerlo de un caso de
corrupción si logran involucrarla. Ella debe estar consciente de lo que viene
porque está nerviosa, a decir de las llamadas telefónicas desde Italia a la
cancillería mexicana, donde se han externado las preocupaciones de que avance
seriamente una investigación en las cámaras.
El
problema le explotó a Morales por la espalda, sin aviso alguno que venía. Habrá
no pocos que piensen que es justicia poética.
Soldado
incondicional de los presidentes panistas, funcional siempre a los intereses
políticos de sus jefes, preparó el caso para meter a Andrés Manuel López
Obrador a la cárcel, golpear al PRD en Michoacán con la detención de decenas de
funcionarios y alcaldes a un mes de la elección donde competía la hermana del
Presidente, y satisfacer la ansiedad de venganza de sus amigos los generales.
Sin límite, resolvió con violencia burocrática problemas personales en la PGR,
como parte de algunos de los botones que marcan una trayectoria hoy seriamente
cuestionada.
Morales
fue designada por el Presidente como cónsul general, en uno de los
nombramientos más extraños del nuevo gobierno. Al frente de la PGR desde
septiembre de 2011, cuando la convirtió en el brazo ejecutor –a través de la
justicia- de vendettas políticas, fue artífice en la construcción de los casos
de narcopolítica contra ex gobernadores priistas –Manuel Cavazos, Eugenio
Hernández y Tomás Yarrington, de Tamaulipas-, alcaldes priistas –Jorge Hank
Rhon de Tijuana-, de generales caídos en desgracia castrense –como Tomás
Ángeles Dauahare-, y de mantener la amenaza, mediante averiguaciones abiertas,
en contra de Miguel Ángel Osorio Chong de Hidalgo –hoy secretario de
Gobernación-, Fidel Herrera de Veracruz e Ismael Orozco de Durango.
Todos
los casos con tufo político se la han venido cayendo, ante la satisfacción de
quienes trabajaron con ella en el pasado y nunca les gustaron sus formas, y la
decepción de quienes, como el ex presidente Felipe Calderón, habían puesto
todas sus expectativas en ella. En la más grande paradoja que podría vivir, los
priistas están hoy detrás de ella, y los panistas, por quienes extralimitó sus
funciones y la ley, comienzan a alejarse de ella.
Ya
no es la oscura funcionaria recién llegada a la Subprocuraduría encargada del
combate a la delincuencia organizada a quien responsabilizaron de la
investigación de la “Operación Limpieza”, que fue uno de sus orgullos. Hoy,
cuando esa operación se convirtió en la metáfora de la judicialización de la
política y el abuso del poder, nadie quiere tomar el acta de nacimiento de
aquél nombramiento. “Llegó a la PGR por petición del general Galván”, dijo un
ex funcionario que recordó que el secretario de la Defensa, general Guillermo
Galván, fue quien sugirió su nombre al entonces presidente Calderón. El propio
Calderón, quien la respaldó hasta el final de su gobierno, se encuentra
decepcionado ante las crecientes evidencias de cómo utilizó la justicia para
ajustes de cuentas, personales y por encargo. Los periodistas a quienes
alimentaba con investigaciones en curso, ahora la golpean; los dueños de los
medios con quienes convivió estrechamente, procuran olvidarla.
La
ex procuradora vive su ocaso político. Como funcionaria, su gestión está en
entredicho y varios de los ex funcionarios a quienes metió en la cárcel, hoy
libres por falta de pruebas, piensan demandarla. Como ser humano, personas que
estuvieron muy cerca de ella en la vida y el trabajo, que al final de la
administración fueron crucificados y exhibidos como corruptos, esperan el
momento de la venganza. Cuántos funcionarios más habrá lastimado en su paso por
la PGR para que desde la fortaleza que ella ayudó a construir, para bien y para
mal, haya salido la bala que perforo el hierro de esa fiscal a la cual, hasta
hoy, le tembló la mano y le preocupó su destino.
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