Hacia
un estado sin pueblo?/Henry Kamen es historiador.
Su último libro es The Spanish Inquisition (Yale University Press, 2014).
El
Mundo |14 de mayo de 2014
A
finales de abril, el primer ministro de Israel sugirió un cambio fundamental
para la Constitución de su país. Propuso modificar la legislación a fin de
definir a Israel como «el Estado-nación de un solo pueblo -el pueblo judío».
Es
fácil comprender por qué el primer ministro Netanyahu quiere el cambio. Durante
mucho tiempo se ha pedido que se hagan concesiones a los intereses no
religiosos, y sobre todo a los intereses de la gran población árabe. Explicaba:
«Hay personas que no quieren que el Estado de Israel sea definido como el
Estado-nación del pueblo judío. Quieren un Estado nacional palestino que se
establezca junto a nosotros y que Israel debe ser gradualmente un Estado
binacional, árabe-judío». Él piensa que su propuesta obstruirá el paso a estas posibles
alternativas. «El Estado de Israel proporciona la plena igualdad a todos sus
ciudadanos, pero es el Estado-nación de un solo pueblo -el pueblo judío. Y de
ningún otro pueblo». Si se aprueba el cambio, hará mas firme la identificación
con una sola religión.
No
tengo intención de hacer comentarios sobre la propuesta, que ha recibido
críticas tanto dentro como fuera de Israel. Mi objetivo es considerar la
distinción interesante entre un Estado político y un Estado-nación. Hay muchos
ejemplos históricos de estados que no coinciden con naciones: un ejemplo
clásico es Suiza. En nuestros tiempos, Checoslovaquia era un Estado político
que finalmente se dividió en dos estados nación. Ucrania, del mismo modo, es un
Estado político que no es un Estado-nación. España está en la misma posición.
La famosa Constitución de 1812 de España intentó crear un Estado político, pero
al mismo tiempo dejó en claro que había dos elementos fundamentales de una
nación: todos los incluidos en el Estado tenían que ser españoles, y su
religión tenía que ser la católica. La Constitución de 1812 fue, por supuesto,
un fracaso, sobre todo porque se basaba en irrealidades. Lo mismo puede decirse
de todas las constituciones posteriores del Estado español, incluyendo la de
1978, porque España nunca logró convertirse en una nación coherente en la que
todo el mundo compartía la misma raza, religión y cultura.
Ahora
los catalanes han empezado a jugar el juego de las constituciones, a pesar de
una advertencia de uno de sus líderes, Duran Lleida, que el juego es a la vez
superfluo y prematuro. De la información que hasta ahora se ha filtrado a la
prensa, parece que un grupo secreto de «expertos» de fama mundial ha sido
contratado por la Generalitat para elaborar un borrador de una Constitución.
Hasta el momento han presentado un texto inocuo que es poco original, aburrido
y carente de imaginación. Están seguros de una sola cosa, que el Rey español
tiene que ser eliminado. Eso es curioso, porque la Constitución secreta se
supone que debe estar basada en las Constituciones de Dinamarca y Noruega,
países que obtienen una gran parte de su estabilidad por el hecho de ser
monarquías. Sin embargo, los «expertos» claramente no están demasiado
interesados en la utilidad de las monarquías. Tampoco, al parecer, están
preocupados por el hecho de que las constituciones escritas son notoriamente
defectuosas y siempre necesitan modificaciones (como en los EEUU).
El
aspecto más curioso de la Constitución secreta de Cataluña es que, a partir de
lo que sabemos sobre ella, no admite la existencia de Cataluña como un
Estado-nación. Esa es la gran diferencia con la propuesta Constitución de
Israel. El Gobierno israelí quiere subrayar que Israel es un Estado-nación del
pueblo judío. Los «expertos» de Cataluña, por el contrario, no hacen esa
afirmación. Es cierto que han tenido miles de personas marchando por las calles
insistiendo y afirmando que son una entidad metafísica llamada «nación», y es
cierto que el primer artículo de la Constitución secreta dice muy claramente:
«Cataluña es una nación». ¿Pero quieren decir la población de Cataluña, o su
territorio, o están simplemente repitiendo lo que Prat de la Riba indicaba en
la década de 1890, que los catalanes de todo el mundo eran una nación porque
tenían «una lengua, una historia común, y viven unidos por un mismo espíritu»?
En
pocas palabras, el primer artículo de la nueva Constitución catalana no define
«Cataluña» y no define una «nación». Hace una declaración puramente metafísica
y sinsentido, en la que la identidad de la nación no se explica ni se define.
Por eso Netanyahu insiste en el caso de Israel: que la nación de los judíos es
la base del Estado judío. En cambio, los «expertos» catalanes no hacen ningún
intento de identificar la nación. ¿Va a ser el futuro Estado catalán un
Estado-nación, de los catalanes como nación, o va a ser simplemente un Estado
territorial, en el que los andaluces y los chinos podrían formar un día la
mayoría?
La
cuestión central para el nacionalismo catalán, y para muchos otros nacionalismos
del siglo XXI, es si tiene un programa histórico y social serio, basado en la
recuperación de una verdadera identidad perdida y en la expresión de una
identidad presente válida. La cuestión es crucial, porque algunos nacionalismos
aspirantes no tienen un pasado válido, y un presente a menudo cuestionable.
Cuando no tienen ni pasado ni presente, intentan inventar una identidad falsa.
En cualquier caso, uno de los grandes problemas es que los países y las
identidades cambian con el tiempo. Por ejemplo, el Reino Unido del año 1914 no
es ya el mismo Reino Unido hoy en día en 2014, y los británicos, como nación,
están perdiendo su antiguo carácter.
Supongamos
que los catalanes eran una nación hace 300 años. Trescientos años han pasado
desde que desaparecieron los fueros en 1714, y muchos factores han cambiado,
incluyendo las fronteras, la población, la perspectiva y la cultura. Si hubiera
que definir una nación como un pueblo que vive en la misma zona, que comparte
un origen común racial, una herencia cultural común, un lenguaje común y un
sentido comunal de lealtad, entonces puede ser necesario concluir que Cataluña
hoy ya no es la «nación» que fue en la época moderna. Como resultado, es
posible que haya perdido su derecho a poseer la identidad de un «Estado-nación».
Los
cambios en la inmigración, la cultura y la lengua han ido con el tiempo
socavando el carácter de la sociedad catalana. La proporción de inmigrantes en
la población ha aumentado más de un 20% en 10 años, y los inmigrantes
internacionales en el año 2014 representan alrededor del 14% de la población
total. Se ha calculado que, en una u otra manera, alrededor del 60% de la
población de Cataluña tiene sus orígenes en la inmigración. Esto hace que sea
imposible ya que los nacionalistas presentan una doctrina del nacionalismo
basada en motivos étnicos. Los ciudadanos de una futura Cataluña, independiente
o no, pueden ser en su mayor parte no catalanes. Esa es una consideración que
los nacionalistas separatistas se niegan a contemplar o incluso reconocer.
Los
inmigrantes, por supuesto, han anegado la lengua de Cataluña. Las encuestas
publicadas por la Generalitat afirman que la mayor parte de la población de
Cataluña entiende y habla catalán, un claro ejemplo de la retórica que pretende
falsear la realidad. No hay absolutamente ninguna duda de que el idioma
principal que se habla en Cataluña es ahora el castellano, se utiliza
preferentemente, de acuerdo con las cifras más recientes, en algo más de la
mitad de la población. En la Barcelona de hoy, si usted necesita tomar un café,
coger un taxi, hablar con un policía, o comer en un restaurante, usted necesita
hablar castellano. ¿Esa es la base de la «nación catalana»? ¿Qué queda entonces
de la identidad catalana? ¿Y la religión cristiana? Al igual que en el Reino
Unido, la religión ha dejado de ser una piedra angular de la cultura.
Netanyahu,
por lo menos, se aferra a la religión como la realidad básica del Estado-nación
israelí. En Cataluña, los separatistas no tienen nada a que aferrarse. ¿Qué
sucederá el día en que los inmigrantes se identifiquen como no catalanes, y los
partidos separatistas pierden su escasa mayoría en el Parlamento?
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