Irak:
esta vez, la intervención correcta/Gareth Evans, former Foreign Minister of Australia (1988-1996) and President of the International Crisis Group (2000-2009), is currently Chancellor of the Australian National University. He co-chairs the New York-based Global Center for the Responsibility to Protect and the Canberra-based Center for Nuclear Non-Proliferation and Disarmament.
Traducción: Esteban Flamini
Project
Syndicate | 18 de agosto de 2014
El
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, merece apoyo incondicional por su
decisión de usar la fuerza militar para proteger a la minoría yazidí de la
persecución de los militantes del Estado Islámico (EI) en el norte de Irak, que
amenazan con cometer con ellas un genocidio. La acción de Estados Unidos es
totalmente coherente con el principio de responsabilidad internacional de
proteger a personas en riesgo de sufrir atrocidades a gran escala, adoptado en
forma unánime por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2005. La
intervención militar estadounidense satisface plenamente los criterios de este
principio en cuanto a legalidad, legitimidad y eficacia probable para el
cumplimiento de los objetivos inmediatos.
En
contraste con la intervención militar original en Irak (que no cumplía ninguno
de estos criterios), la acción actual de Estados Unidos, aunque no tenga
autorización del Consejo de Seguridad, es a pedido del gobierno iraquí, de modo
que indiscutiblemente no hay violación del derecho internacional. Y cumpliría
claramente los criterios morales o precautorios para el uso de la fuerza
militar, que si bien aún no han sido adoptados formalmente por Naciones Unidas
ni por otras partes, gozan de amplia aceptación internacional y han sido
abundantemente debatidos a lo largo de la última década.
Los
criterios de legitimidad son: que las atrocidades cometidas o temidas sean
suficientemente graves para justificar, prima facie, una respuesta militar; que
la respuesta se emprenda ante todo por razones humanitarias; que sea razonable
suponer que cualquier respuesta de menor escala sería ineficaz para detener o
evitar el daño que se desea impedir; que la respuesta en consideración sea
proporcional a la amenaza; y que la intervención sea realmente eficaz y no
provoque más daño del que repara.
La
evidencia disponible indica que los varios miles de hombres, mujeres y niños
que buscaron refugio en los montes Sinjar en el norte de Irak están en riesgo
cierto. Se enfrentan a morir, no sólo de hambre y exposición a la intemperie,
sino también en una matanza genocida a manos de las fuerzas del EI, que avanzan
rápidamente, consideran a los yazidíes herejes y ya han cometido atrocidades de
un salvajismo incomparable. El motivo de Estados Unidos para movilizar su poder
aéreo en defensa de los yazidíes es indiscutiblemente humanitario. Está claro
que ninguna medida de menor escala sería suficiente; y la única duda que surge
en cuanto a la proporcionalidad es que los ataques aéreos y los lanzamientos de
víveres sean insuficientes, no excesivos, para responder a la emergencia.
A
diferencia de la invasión de Irak que lideró Estados Unidos en 2003, aquí no
puede decirse que la intervención militar externa vaya a causar probablemente
más mal que bien. Es de esperar que sea al menos tan eficaz para proteger a los
yazidíes (así como a los kurdos y otros pobladores en la cercana Erbil) como lo
fue en 2011 la intervención en Libia para detener la masacre que las fuerzas de
Muamar El Gadafi amenazaban concretar en Bengasi.
Que
la intervención contribuya a revertir las conquistas hechas por las fuerzas del
EI en el norte de Irak y restablecer la integridad territorial del Estado
iraquí es otra cuestión. Como el gobierno de Obama aclaró, eso dependerá, sobre
todo, de que el desastroso liderazgo divisor de Nuri Al Maliki, primer ministro
shiíta de Irak, dé paso a un régimen más inclusivo; y que, en ese contexto, el
ineficaz ejército iraquí pueda reagruparse y reorganizarse.
Algunas
voces conservadoras en Estados Unidos ya están pidiendo que se haga más, pero
no hay razones valederas, en Estados Unidos, Europa o en mi propio país, para
sacrificar más vidas y dinero en un intento de sostener a un régimen que ha
dado suficientes pruebas de no poder ni querer ayudarse a sí mismo a mantener
unido Irak. Como ya expliqué, la única justificación posible (moral, política o
militar) para una nueva intervención militar externa en Irak es cumplir con la
responsabilidad internacional de proteger a las víctimas reales o potenciales
de atrocidades a gran escala.
Para
quienes hemos trabajado en pos de incorporar el principio de responsabilidad de
proteger a las políticas y prácticas internacionales, es un tanto frustrante
que los líderes estadounidenses todavía sean reacios al uso de esta
terminología; una reticencia que en parte se explica por la idea de que confiar
en algo que venga de la ONU supone un riesgo político interno. Pero sería
descortés protestar justo ahora, cuando Obama está hablando de “defender las
normas internacionales” y hace exactamente lo que requiere el principio de
responsabilidad de proteger.
Claro
que también hay voces en Estados Unidos (como la de Stephen Walt, un realista
en materia de política exterior) que piden que se haga menos, con el argumento
de que los intereses de Estados Unidos no están suficientemente comprometidos
como para justificar una intervención militar, por limitada que sea. Pero esto
supone adoptar una visión tradicional estrecha del interés nacional (centrada
exclusivamente en las ventajas económicas y de seguridad directas) y olvidar
una tercera dimensión, la ventaja de reputación, que es un factor cada vez más
importante del respeto y el trato entre países. El interés nacional de todos
los países incluye ser (y parecer) buenos ciudadanos del mundo.
No
puede haber mejor demostración de buena ciudadanía internacional que la
voluntad de un país de actuar cuando tiene la capacidad de prevenir o evitar
una atrocidad a gran escala. Hace poco, por su actitud en relación con el
proceso de paz entre israelíes y palestinos, a Obama lo acusaron de ser
“cerebral en una parte del mundo que necesita lo visceral”. Su respuesta a la
difícil situación de los yazidíes en Irak fue a la vez cerebral y visceral, y
tanto Estados Unidos como el mundo son mejores gracias a ella.
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