Diálogo
con los cárteles, idea que se extiende/RODRIGO
VERA
La
política represiva y violenta del gobierno ante el problema del crimen
organizado ha demostrado su fracaso decenas de veces. Ante esto, una
perspectiva diferente toma fuerza desde hace algunos años: el diálogo, el
perdón, la reconciliación y la paz. Promovida por la Iglesia católica, es una
idea mucho más compleja e integral que lo que puede pensarse en un primer
momento: en ella, la visión de la víctima, la búsqueda de la justicia y el
freno a la espiral de venganza tienen papeles preponderantes. Este
planteamiento, así, ya ha sido retomado por instituciones del ámbito civil y
académico.
LAGO
DE GUADALUPE, Edomex.- La propuesta del episcopado mexicano –inspirada en el
modelo de la Iglesia de Colombia– de que la mejor manera de contener la
violencia es mediante el diálogo, el perdón y “la reconciliación entre víctimas
y victimarios” ya traspasó el ámbito eclesiástico y ahora permea en
instituciones académicas y organizaciones de la sociedad civil, las cuales la
ven como una alternativa viable ante el fracaso del modelo represivo del
gobierno federal.
Varias
universidades y organizaciones civiles imparten cursos, talleres y diplomados
en “Violencia y reconciliación”, “Cultura de paz y perdón” o “Violencia y paz”.
Este novedoso fenómeno se enmarca en lo que se conoce como “las pedagogías del
perdón y la reconciliación” que están teniendo mucha demanda en México.
Rosa
Inés Floriano, enviada del episcopado colombiano para coordinar la capacitación
que en esa materia está recibiendo la Conferencia del Episcopado Mexicano
(CEM), comenta a Proceso:
“Es
muy positivo que ya no sólo el episcopado, sino también el mundo de la academia
y las organizaciones civiles mexicanas, estén recogiendo estas herramientas
encaminadas a lograr la reconciliación y la paz. Que cada quien busque qué le
funciona y qué no.
“Sin
embargo, hasta el momento todos estos son esfuerzos atomizados y aislados que
pueden desgastar energías de manera infructuosa. Hace falta articularlos a
nivel nacional, amoldarlos a una estrategia que ayude a caminar en una ruta.”
–¿La
articulación viene al final, no antes? –se le pregunta.
–Sí.
Al menos ésa es la lección que aprendimos en Colombia. Fue necesario pasar
primero por estas búsquedas aisladas de la sociedad civil.
Entrevistada
en la sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), en Lago de
Guadalupe, durante el receso de un diplomado que impartió –en un amplio salón
de sesiones– a sacerdotes y agentes de pastoral de todo el país, la
especialista colombiana aclara, enfática:
“La
función de la Iglesia ha sido siempre promover el diálogo, el perdón y la
reconciliación para lograr la paz. Es una postura evangélica: Cristo perdonó en
la cruz. De modo que nuestro trabajo va en esa línea. La violencia contradice
al evangelio. No hay más.”
–¿No
resulta ingenuo predicar el perdón hacia los victimarios?
–La
Iglesia ha recibido muchas críticas porque se malinterpreta su mensaje frente
al perdón. Son críticas muy válidas. Pero no se trata de perdonar por perdonar,
de caer en un perdón a ciegas, porque entonces lo único que provoca es camuflar
la impunidad. Muchos cabecillas del crimen organizado podrían entonces acogerse
al perdón para quedar impunes. ¡No!, ¡no es así!
“Para
llegar a la verdad y a la justicia se requiere el discernimiento, éste siempre
debe acompañar al perdón. Una víctima lo primero que quiere son respuestas a
sus porqués: ¿quién lo mató?, ¿por qué lo hizo?, ¿en qué circunstancias?…
Algunas víctimas, por ellas mismas, después de encontrar la verdad pueden
decidir perdonar para no seguir secuestradas en su pasado, cargando tanto dolor
y resentimiento. Pero ésa debe ser una decisión suya, libre y espontánea. La
Iglesia tampoco puede imponerles el perdón.”
–En
los talleres de ustedes también promueven el diálogo entre la víctima y el
victimario, ¿con qué objeto?
–Precisamente
para que las víctimas obtengan respuestas a sus porqués, hablando directamente
con sus ofensores. Y en esos espacios posiblemente puede brotar el perdón y la
reconciliación.
Coordinadora
del área de Investigación, Formación e Incidencia Política del Episcopado Colombiano,
Floriano aclara que, debido a la gran escalada de violencias y venganzas que
padece México, los victimarios se pueden transformar en víctimas y las víctimas
en victimarios, en un sangriento y continuo cambio de roles.
“Cuando
la violencia se vuelve tan sistemática, resulta difícil ubicar quién es la
víctima y quién el victimario, sobre todo en los territorios en disputa por el
crimen organizado. El victimario no sólo es el narcotraficante, igual puede ser
el Ejército, la policía, el Estado mismo… Llega un momento en que esas dos
categorías ya no funcionan para entender un conflicto.
“Muchos
territorios en México son como enormes ollas a presión; han acumulado en su
interior mucha violencia, resentimiento, venganza y dolor. Es necesario
abrirles válvulas de escape para que no estallen. En la Iglesia creemos que el
diálogo y la reconciliación son estas válvulas, por eso vemos con gusto que
hoy, al margen del episcopado mexicano, la academia y algunas organizaciones
civiles consideren estos recursos como herramientas para alcanzar la paz.”
La
multiplicación de la posibilidad
En
efecto, son varias agrupaciones las que trabajan en esa línea. Entre ellas está
Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz), que tiene su propia Escuela de Paz
y, entre otras actividades, en julio próximo empezará a dar el taller
“Violencia y reconciliación” junto con el Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristiana (Imdosoc), el cual actualmente imparte el diplomado “Violencia, signo
de los tiempos”.
Por
su lado, el Centro Lindavista A.C. también abrió cursos similares encaminados
al “diálogo social”. Lo mismo el Servicio Paz y Justicia, promotor de la
cultura de la no violencia y dirigido por Pietro Ameglio, ligado al Movimiento
por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta y colaborador de
Proceso Javier Sicilia, y cuyo fin es manifestar los agravios que la guerra
contra el narcotráfico provoca a la sociedad.
La
organización Tech Palewi, especializada en trabajo con víctimas, empieza
igualmente a experimentar con esta metodología. Hay otras asociaciones civiles
que en distintos puntos del país imparten talleres y cursos similares a escala
local.
Aunque
de origen colombiano, la prestigiada Fundación para la Reconciliación, dirigida
por el religioso Leonel Narváez, está impartiendo talleres en universidades y
organizaciones no gubernamentales mexicanas de todo tipo, desde redes de
víctimas hasta asociaciones de tanatólogos.
Esta
fundación –ganadora del Premio Educación para la Paz, de la Unesco– promueve la
apertura en México de las llamadas Escuelas de Perdón y Reconciliación
(Espere), que “desde la teoría y la praxis” intentan superar los sentimientos
de rencor, sentando incluso a dialogar a las víctimas con sus victimarios, de
ahí que a estas prácticas ya se les conozca como “pedagogías del perdón y la
reconciliación”.
En
una amplia entrevista con este semanario, el padre Narváez explicó:
“El
perdón no es olvidar, no es negar la justicia ni el dolor; no es ir a abrazarse
con los del gobierno ni con los ofensores. De hecho, perdón no quiere decir
reconciliación. Puede haber perdón sin reconciliación porque el perdón,
finalmente, es un ejercicio de sanación, de lavado interior, de asepsia, que
nos va a permitir estar mejor preparados para la lucha” (Proceso 2004).
Aparte,
algunas universidades y centros de educación superior hacen lo suyo. Están por
ejemplo las universidades manejadas por la Compañía de Jesús, entre ellas la
Universidad Loyola del Pacífico, situada en el convulsionado puerto de
Acapulco, que dio el “Diplomado en ciudadanía para la paz y resolución de
conflictos”. Y la Red de Universidades Iberoamericanas –también de los
jesuitas– realizó el “Diplomado en cultura de paz y perdón”.
Mientras,
el Colegio de México está coordinando el ambicioso Proyecto Nacional sobre
Cultura de Paz y la No Violencia, dentro del cual ya imparte el seminario
“Violencia y paz”, coordinado por Sergio Aguayo y otros académicos. A este
proyecto empiezan a sumarse otras universidades, entre ellas la UNAM.
Ante
la represión
Rosa
Inés Floriano indica que estos intentos de la sociedad civil por alcanzar la
paz van, por lo general, en sentido opuesto a la política gubernamental,
militarizada y represiva, de combate al narcotráfico.
“El
aplastamiento y la represión no funcionan para alcanzar una verdadera paz. Al
contrario, pueden provocar una espiral de violencia. Por ejemplo, para muchos
hijos de la gente del crimen organizado que resultó asesinada o arrestada, el
gobierno es el malo y hay que cobrar venganza de algún modo. Cuántos huérfanos
no hay en esta situación…
“Por
su parte, la lógica de los gobiernos es entregarle resultados a la ciudadanía
en materia de seguridad, y ésta la miden por un aumento en la cifra de
arrestados, procesados o de plano asesinados del bando contrario. Muchos
partidos políticos, para llegar o permanecer en el poder, ofrecen este tipo de
seguridad sin atender las causas estructurales que provocan la violencia. De
esta manera, la paz se prostituye.
“En
Colombia, durante la administración del presidente Álvaro Uribe, se pregonó
mucho la llamada ´seguridad democrática`, que consistió en militarizar al país
y hacerle creer a la población que estaba segura sólo porque tenía a un militar
armado en cada esquina. Pero aquello era realmente un campo de guerra.
“Llegó
un momento en que el episcopado colombiano dijo: ‘¡Ya basta! No podemos seguir
con tanto desangre. Tenemos que ser congruentes con el evangelio y buscar las
salidas del diálogo y el perdón’. Y de esa manera se deslindó de la lógica
gubernamental.
“Claro,
los gobiernos están obligados a dar seguridad y a buscar la paz, porque la paz
es un derecho. El problema es de qué modo intentan alcanzar esos objetivos. Hay
gobiernos que optan por la represión, otros por una salida negociada y
política. Debe haber una ciudadanía consciente y participativa, atenta a estos
procesos.”
–¿Qué
semejanzas detecta entre la violencia de Colombia y la de México?
–Allá
y aquí, el crimen organizado tuvo la capacidad de coptar estructuras del Estado
para tener impunidad y delinquir. En Colombia también se fueron descubriendo
los nexos de narcotraficantes con miembros de las fuerzas públicas o con
funcionarios estatales y municipales. Igualmente llegaban a financiar campañas
políticas. Ganaron institucionalidad por la vía de la corrupción, como en
México.
“Pero
Colombia ha afrontado por mayor tiempo la degradación de la violencia por parte
del narcotráfico. En la década de los noventa puso en jaque al Estado mediante
bombazos y atentados masivos que generaron muertes de manera exacerbada. Una de
las razones era que los narcos así intentaban impedir las extradiciones a
Estados Unidos. Tenían el slogan: ‘Preferimos una tumba en Colombia que una
cárcel en Estados Unidos’.
“Otra
semejanza es la manera como el narcotráfico crea vínculos con las bases
sociales donde trabaja. Es el mismo ‘modus operandi’: Llegan a las comunidades
de manera amable y construyen escuelas, carreteras o dan medicamentos a la
población, supliendo así las funciones del Estado. Para la gente resulta
completamente normal convivir con ellos porque obtiene beneficios. El problema
es cuando llega otro grupo criminal a disputar el mismo territorio, es entonces
cuando empiezan las masacres y el terror.”
Ante
el conflicto en México, cuenta Floriano, la CEM emprendió una búsqueda en
países con experiencias de violencia para saber qué modelo a seguir se le
ajustaba más. Por ejemplo, dice, recurrió al episcopado italiano por su
experiencia con las mafias de ese país. Pero finalmente se decidió por
Colombia.
“En
febrero de 2011, el episcopado colombiano tuvo una asamblea donde trató el
problema de la violencia. Asistió un grupo de obispos mexicanos. Ahí, éstos
dijeron: ‘Por la cercanía y las similitudes con nuestra violencia, el modelo de
la Iglesia de Colombia es el más adecuado para nosotros’. Y así empezó esta
colaboración solidaria entre iglesias hermanas.”
–¿Y
entonces el episcopado de Colombia le encomendó a usted coordinar la
capacitación?
–Así
es. Soy el hilo conductor que acompaña este proceso. Cuando se requiere
capacitar en algún tema muy específico, traigo a México a alguien con
experiencia técnica en la materia. Llevo 18 años trabajando en Cáritas de
Colombia y me tocó vivir la transición de la Iglesia en mi país.
Una
persona se acerca a Floriano y le dice que el receso concluyó y debe continuar
impartiendo su seminario. Floriano se incorpora de su asiento, y antes de
regresar al auditorio de la CEM con los sacerdotes y agentes de pastoral,
advierte:
“No
hay recetas para alcanzar la paz. En Colombia llevamos 60 años de conflictos
armados consecutivos y todavía no tenemos una receta. Además, la paz es muy
vulnerable; a veces avanza, a veces retrocede… Pero hay que seguir buscándola.”
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