¿Trump
presidente?/Manuel Castells
La
Vanguardia, Sábado, 07/May/2016
Así
pues, contra todo pronóstico (excepto el mío, perdón por la inmodestia), Donald
Trump será el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, el país
más poderoso del mundo. ¿Por qué era previsible? ¿Cómo puede ser que un
personaje detestado por dos tercios de los estadounidenses y rechazado por la
clase política y el establishment económico pueda liderar la derecha en lo que
muchos consideran un suicidio político?
Pues
porque Trump, decisivo y bien asesorado, optó por dirigirse al núcleo del
electorado conservador, hombres blancos de poca educación golpeados por la
transición hacia una nueva economía y amenazados en sus privilegios de raza y
género. Y dijo lo que muchos de ellos piensan de los latinos, inmigrantes,
negros y mujeres. El costo fue bajo: los republicanos ya han perdido el voto de
los latinos y negros. Más complicado es el voto de las mujeres (la mayoría de
votantes) y ahí está el talón de Aquiles del candidato, aunque habrá un cambio
del discurso a este respecto. Pero en donde Trump fundamenta su apoyo social es
en el sentimiento generalizado contra las élites financieras y contra la casta
política. En este sentido se aproxima a los fenómenos mal llamados populistas
en Europa, en particular a movimientos de extrema derecha, tipo Frente Nacional
en Francia. Completamente distintos son los partidos emergentes, como Podemos,
que partiendo de la crítica al sistema buscan nuevas políticas y nuevos
proyectos de regeneración de las instituciones.
En
ese sentido, también en Estados Unidos se ha dado esta versión de nueva
izquierda (para simplificar) en la forma de la extraordinaria y también
inesperada campaña de Bernie Sanders, que ha puesto en cuestión el liderazgo de
la siempre presunta nominada Hillary Clinton, a quien ya destronó Barack Obama
cuando menos se lo esperaba. Sanders sólo está 300 delegados por detrás de
Clinton, aunque es difícil que pueda colmar la diferencia pese a que ganará
varios estados más este mes, porque la importante población latina de
California seguirá fiel al clientelismo de la dinastía Clinton. Pero la
verdadera diferencia está en los llamados superdelegados, es decir, oficiales
del aparato demócrata que pueden decidir su voto sin referencia a los
resultados de las primarias.
Y
aquí Hillary Clinton tiene el apoyo de más de 500 frente a los apenas 40 de
Sanders. Ganará Clinton, pero ya no pueden ignorar el masivo voto de los
jóvenes por Sanders, que estaba con ellos en las acampadas de Occupy Wall
Street y cuyo programa refleja muchas de las criticas de las nuevas
generaciones (incluyendo las mujeres jóvenes) a ese Wall Street que tiene
precisamente en Hillary Clinton su principal valedora.
Paradojas
de la historia: en la elección de noviembre, un capitalista racista y misógino será
el candidato que se opone al establishment financiero y político mientras que
la candidata demócrata será el último baluarte de la colusión entre políticos y
Wall Street contra el asalto de los indignados de derechas. Y aún más
paradojas: precisamente porque Donald Trump es odiado por la mayoría de los
jóvenes (mis estudiantes hablan de exiliarse a Barcelona si gana) se van a
movilizar contra él y harán campaña por Clinton por mucho asco que les dé (en
torno a un 60% de la población y un 75% de los jóvenes piensan mal de ella,
incluidas las mujeres jóvenes). En esas condiciones y con las élites
republicanas (incluidos los dos expresidentes Bush) dandola espalda a la
candidatura “tóxica” de Trump, lo lógico es que gane Hillary Clinton y la
dinastía vuelva al poder, empatando a dos con la dinastía Bush.
Entre
las dos familias acumularían 20 o 24 años de las presidencias recientes. Pobre
Tocqueville si levantara la cabeza. Pero sabemos que la política no es lógica.
Ahí está la gracia de la historia aunque a veces nos haga poca gracia. La
ventaja de Clinton sobre Trump en las encuestas no es abrumadora: seis puntos
de porcentaje en promedio. Y además todo depende del reparto de votos por
estado. Y del estómago que tenga la gente porque esta elección será entre las
dos personalidades menos populares de la historia reciente de Estados Unidos.
Y
hay esqueletos en el armario de Hillary Clinton, como los famosos e-mails
personales en un servidor oficial, que todavía no ha revelado. O las cuentas
millonarias de la Fundación Clinton. O su desastrosa intervención en el
atentado de Bengasi, en que murió el embajador estadounidense en Libia. Y le
volverán a recordar su primer juicio de éxito como abogada, defendiendo de
oficio a un secuestrador y violador de una niña de 12 años, que se fue de
rositas con un año de cárcel. Si Donald Trump moviliza el núcleo indignado
retrógrado y nacionalista y Hillary no moviliza a los indignados progresistas
que buscan un nuevo futuro, todo es posible. Entre indignados anda el juego.
Y
si Trump fuera presidente, ¿qué pasaría? Lo casi seguro es un nuevo
aislacionismo. Retirada de tropas y bases militares donde no sea esencial para
Estados Unidos. Contando con amplio apoyo interno. Trump aduce que no hay razón
para pagar por la defensa de Europa, Corea del Sur o Japón, países ricos que,
además, deberían armarse nuclearmente para defenderse. Y propone abandonar a
los árabes a su suerte, aunque protegiendo el petróleo.
Nueva
paradoja: sería Donald Trump el que cumpliera la petición de la izquierda de
repliegue militar. De hecho, se opuso a la invasión de Iraq. Iniciaría guerras
comerciales y perseguiría paraísos fiscales. Controlaría la entrada de
musulmanes. Iniciaría la deportación de miles de inmigrantes aunque no millones
y avanzaría hacia la construcción del muro de la vergüenza. Sería un cambio
significativo y paradójico. Aunque al final tendría que pactar con Wall Street
y apagar el fuego de las revueltas en los barrios latinos y negros. Que así no
sea.
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