Revista
Proceso # 2064, 22 de mayo de 2016..
La herida
vuelve a sangrar/ Gloria Leticia Díaz.
Un
magistrado decidió que tres soldados implicados en la ejecución de Tlatlaya
–perpetrada en junio de 2014– no irán a juicio. La determinación hirió
profundamente a los familiares de las víctimas y al estado de derecho, pues
había pruebas y testimonios sólidos que incriminaban a dichos militares, además
de que pesquisas importantes nunca se realizaron y se obvió, otra vez, el hecho
de que hubo confesiones arrancadas mediante tortura. Detrás del fallo se
entrevén presiones de las Fuerzas Armadas, el gobierno mexiquense y el federal,
e incluso de Televisa.
Obtuvo
varios premios con su investigación periodística, que puso en evidencia que el
30 de junio de 2014 el Ejército perpetró ejecuciones sumarias tras un
enfrentamiento contra miembros del crimen organizado en Tlatlaya, Estado de
México.
A
un año y 10 meses de los hechos –y a uno y siete de que el periodista
valenciano diera a conocer el testimonio de una de las sobrevivientes de la
masacre de 22 personas– el reportero español Pablo Ferri reflexiona sobre la
reciente resolución del magistrado del Sexto Tribunal Unitario en Toluca,
Adalid Ambriz Landa, quien desestimó las probanzas presentadas para llevar a
juicio a tres soldados, los últimos de los siete a quienes la Procuraduría
General de la República (PGR) consignó por los hechos del 31 de octubre de
2014.
Gracias
al trabajo de Ferri Tórtola (publicada en la revista Esquire Latinoamérica y
difundido por Proceso) y antes al de reporteros de la agencia estadunidense
Associated Press es que la PGR, entonces encabezada por Jesús Murillo Karam,
tomó el caso ante el escándalo internacional. La Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH) arrancó su proceso investigativo el 11 de julio de ese
año.
Reconocido
con los premios Nacional de Periodismo y Ortega y Gasset en 2014, Penn Club en
2015 y nominado para el premio Gabriel García Márquez en la categoría de
cobertura, Ferri dice en entrevista que no se siente frustrado, pese a que la
noticia dada a conocer la noche del viernes 13 provocó una lluvia de
cuestionamientos hacia su trabajo por parte de columnistas afines a las Fuerzas
Armadas, incluso con un toque xenófobo.
“Se
ve lo absurdo de tratar de descalificar un asunto en el que ahí está el trabajo
y, sobre todo, ahí está la recomendación de la CNDH, que señala las graves
violaciones a los derechos humanos, nada ha cambiado por la decisión del juez”,
apunta Ferri.
No
es la primera vez que por el caso Tlatlaya, Ferri padece animadversión y
amenazas. “Hubo algunos comentarios en redes muy agresivos tanto hacia la
fotógrafa como hacia mí; entramos al Mecanismo de Protección de la Secretaría de
Gobernación, pero ya salimos porque ahí no pasa nada”.
Y
aunque no pretende especular, Ferri resalta cómo, de manera extraña, Grupo
Televisa se fue deshaciendo de los directivos de Esquire que respaldaron la
publicación del reportaje del periodista freelance en 2014 y el seguimiento que
le dio en 2015.
“No
es justo después de lo de Tlatlaya, pero a los pocos meses (en julio de 2015)
la cúpula editorial de Televisa despide a Manuel Martínez Torres, que era
director de Esquire, y a quien era su jefe, Javier Martínez Staines (director
general editorial), en tanto que Mael Vallejo, el editor general, renunció por
el despido de ellos dos (agosto de 2015). Sería muy especulativo de mi parte
decir que todo se debió a ese caso, pero los hechos son los hechos”.
Ferri
–hoy colaborador de El País y quien dejó el proyecto de El Universal
Televisión, entre otras cosas, por diferencias en el caso Tlatlaya– admite que
aunque la resolución del magistrado no exculpa a los militares de las ocho
ejecuciones arbitrarias, de acuerdo con la consignación de la PGR, “como
periodista y como parte de la sociedad es triste ver cómo trata el gobierno
federal casos así, un caso tan sólido como el de la CNDH, para desde el
cochinero de los medios pretender sembrar dudas, sin argumentos, de lo que
pasó”.
Luego
de divulgada la resolución del magistrado, a la medianoche del viernes 13 la
PGR emitió un comunicado mediante el cual anunció su presunta intención de
reformular cargos para reaprehender a tres soldados (Fernando Quintero Millán,
Roberto Acevedo López y Leobardo Hernández Leónides), quienes habían sido
consignados por homicidio calificado, alteración ilícita de los hechos, abuso
de autoridad y ejercicio indebido del servicio público, pero que apelaron el
auto de formal prisión decretado el 6 de noviembre de 2014.
Ya
con anterioridad, en octubre del año pasado, cuatro militares más (Alán Fuentes
Guadarrama, Julio César Guerrero Cruz, Samuel Torres López y el teniente
Ezequiel Rodríguez Martínez) también habían ganado una apelación contra el auto
de formal prisión que se les dictó como probables responsables de ejercicio
indebido del servicio público y, contra el oficial, por encubrimiento.
El
lunes 16, la CNDH, presidida por Luis Raúl González Pérez, reiteró en un
comunicado que los hechos registrados en la bodega de San Pedro Limón,
municipio de Tlatlaya, fueron violaciones graves a los derechos humanos y
reiteró a la PGR su petición para que “tome en consideración los elementos
contenidos en el expediente de queja seguido ante este organismo nacional y que
dio origen a la recomendación 51/2014, entre los medios probatorios que
eventualmente aporte ante la instancia jurisdiccional competente, a efecto de
propiciar que estos hechos tan lamentables no subsistan en la impunidad”.
Después
de esta comunicación, el ómbudsman ofreció entrevistas a medios –sin incluir a
Proceso, pese a que le solicitó audiencia desde el lunes 16–, en las que
reiteró su convicción de que fueron entre 12 y 15 los ejecutados
arbitrariamente en Tlatlaya por los soldados, y no ocho como lo sostuvo la PGR.
En su pliego de consignación, denunció paralelamente, dicha dependencia no
incluyó la recomendación respectiva como medio de prueba, a pesar de que la
CNDH la dio a conocer 10 días antes de que la PGR solicitara la consignación de
los militares.
El
jueves 19, la abogada de los militares que permanecían internos en la prisión
del Campo Militar Número Uno, Lilia Mariana García, acudió a la Oficialía de
Partes de la PGR para presentar una denuncia formal contra González Pérez, a
quien hizo responsable de lo que les ocurriera a sus defendidos, ya que “con
sus comunicados y comentarios enardece los ánimos de las personas en nuestra
contra, lo cual puede traer actos de venganza por los familiares de las
supuestas víctimas”.
Un
día después, en un nuevo comunicado, la CNDH recordó que de acuerdo con su ley
orgánica ni el ómbudsman ni los visitadores “podrán ser detenidos ni sujetos a
responsabilidad civil, penal o administrativa, por las opiniones y
recomendaciones que formulen, o por los actos que realicen en el ejercicio de
sus funciones”.
El
mismo viernes 20, la vocera del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Derechos Humanos, Ravina Shamdasani, transmitió la preocupación del titular
de dicha oficina de la ONU, Zeid Ra’ad Al Hussein, de que a casi dos años de
ocurrido, este caso en el que “al menos 12 personas fueron ejecutadas
extrajudicialmente sigue sumido en la impunidad y a las víctimas se les sigue
negando el derecho a la justicia y la verdad”.
Al
recordar que en su visita al país, en octubre pasado, Al Hussein advirtió que
daría seguimiento al asunto Tlatlaya, la portavoz recomendó a las autoridades
–en un comunicado fechado en Ginebra– una investigación efectiva e imparcial en
“este emblemático caso”, y ampliarla para “abarcar a todos aquéllos que
resulten responsables, incluyendo a altos mandos militares que puedan haber
tenido responsabilidad de mando, así como a aquéllos que habrían alterado la
escena del crimen o hubieran ordenado dicha alteración”, además de investigar
las detenciones arbitrarias y la tortura a los testigos.
Los
huecos obviados
En
enero de 2015, en una revisión hecha por esta reportera de la versión pública
del expediente Tlatlaya de la CNDH, se detectó que los soldados involucrados
mencionaban, al menos, a tres altos mandos del Ejército que no fueron llamados
a cuentas por la dependencia, según consta en la averiguación previa 81/2014 de
la PGR.
De
acuerdo con el expediente, los soldados atestiguaron que al lugar de los hechos
llegaron, incluso antes que las autoridades civiles, los generales Alejandro
Saavedra Hernández y José Luis Sánchez León y el coronel Raúl Isidro Castro
Aparicio, excomandante del 102 Batallón de Infantería, ubicado en el municipio
mexiquense de San Miguel Ixtapan, al que pertenecían los siete involucrados.
En
el mismo documento se alertó sobre la necesidad de esclarecer la presencia de
un oficial de la Séptima Brigada de Infantería de la Secretaría de Marina, en
específico del Batallón de Fusileros Paracaidistas, de Luvianos, Estado de
México. La dependencia admitió ante la CNDH que su personal estuvo en el lugar,
como lo denunció ante el organismo Clara Gómez González, una de las
sobrevivientes (Proceso 1995).
Representada
por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh),
Gómez González emprendió sin éxito un arduo litigio por que su hija, Érika,
quien murió en los hechos, fuera considerada víctima de ejecución sumaria. Para
la CNDH, Clara fue víctima de tratos crueles, inhumanos y degradantes, delitos
por los que hay abierta una averiguación previa en la Subprocuraduría de
Derechos Humanos de la PGR.
A
unos días de la resolución del Sexto Tribunal Unitario, el subdirector del
Centro Prodh, Santiago Aguirre Espinosa, apunta que la falla de origen del caso
Tlatlaya radica en que los militares “mantuvieron el control sobre el lugar de
los hechos por varias horas, antes de la intervención de una autoridad civil, y
la CNDH ha encontrado que cuando la Sedena toma el control de la escena con
frecuencia la altera para encubrir lo que ocurrió”.
En
este caso, de acuerdo con los testimonios de sobrevivientes y los propios
soldados, la zona estuvo bajo el control castrense entre seis y ocho horas
hasta que arriban –después de las 12:30– funcionarios de la Procuraduría del
Estado de México.
En
la orden de aprehensión librada el 6 de noviembre por el juez primero de
Distrito de Procesos Penales Federales, Eduardo Torres Carrillo –documento del
cual este semanario tiene copia–, se advierte cómo el agente del Ministerio
Público estatal valida sin cuestionamiento lo dicho por el coronel Raúl Isidro
Castro Aparicio, quien recibe a las autoridades civiles con un reporte de lo
que, dijo, fue un enfrentamiento, además de que le informa que se llevaría el
vehículo militar dañado pese a que debería haber quedado a disposición de la
autoridad civil.
Para
Aguirre Espinosa fue fundamental la intervención de la procuraduría local, en
momentos en que el gobernador Eruviel Ávila Villegas “felicita la acción del
Ejército y la califica como un enfrentamiento, y ése es un mensaje muy poderoso
hacia las instituciones de procuración de justicia, es un mensaje que puede
inhibir las investigaciones exhaustivas. En tanto, en las entrevistas a las
sobrevivientes –dos de ellas permanecieron cinco meses en prisión– la CNDH
detectó tortura y malos tratos por parte de funcionarios de esa dependencia”.
Aguirre
resalta que el magistrado pasó por alto esas denuncias de las sobrevivientes, y
en cambio valoró las “confesiones” arrancadas a golpes de dos mujeres, quienes
aceptaban que la madrugada del 30 de junio las 22 personas fallecieron en un
enfrentamiento.
Subraya
que, también de forma sospechosa, el magistrado da credibilidad a los peritajes
de la procuraduría local sobre los “más exhaustivos y detallados de la PGR”.
Pruebas
ignoradas
De
acuerdo con la orden de formal prisión apelada, el juzgador desestimó incluso
el reconocimiento fotográfico que hicieron dos de las mujeres, de tres soldados
como quienes ingresaron a la bodega después del enfrentamiento y supuestamente
ejecutaron a Miguel Ángel Rodríguez Viviano, Álvaro Palacios González, Tomás
Domínguez Flores, José López Santos, Marcos Salgado Burgos, Jorge Andrés
González Oliarte, Jesús Jaimes Adame y Ricardo Sarabia Guzmán, hombres armados
que se habían rendido tras sostener un intercambio de balazos de entre ocho y
10 minutos.
No
sólo eso, en el expediente hay declaraciones de los soldados implicados que
confirman que, una vez terminada la refriega, entraron en la bodega, en tanto
que quienes permanecieron afuera escucharon disparos.
Otro
elemento a destacar –contenido en la averiguación– es la confirmación de que al
menos cinco cuerpos fueron movidos del lugar donde cayeron y que se les
colocaron armas que no accionaron.
La
primera orden de formal prisión rezaba: “La posición de las citadas armas de
fuego, así como de los cadáveres, fue modificada, pues es evidente que los
cadáveres junto a los cuales fueron encontradas las referidas armas de fuego no
pudieron utilizarlas para privar de la vida a otras personas que se encontraban
en una posición diversa a las que en esos momentos estaban disparando contra
ellos, es decir los militares” (sic).
Aguirre
lamenta que tampoco fuera considerada como prueba la Orden General de
Operaciones que recibieron los militares implicados en el caso Tlatlaya días
antes de la multiejecución, que “les instruía a abatir delincuentes en horas de
oscuridad”.
“En
el Centro Prodh pensamos que, como mínimo, la PGR –como instancia civil– tenía
que mandar llamar a los mandos militares que emitieron esta orden o que debían
supervisarla. Ni siquiera estábamos pidiendo que se ejerciera acción penal
sobre los mandos, sino que estábamos pidiendo que se les llamara para que
dieran una explicación, y la PGR ni siquiera ha hecho ese mínimo ejercicio de
supervisión y de rendición de cuentas.”
Aun
cuando jurídicamente hay mecanismos para reformular acusaciones, Aguirre teme
que el caso Tlatlaya sea uno más en la larga lista de violaciones a derechos humanos
que quedan en la impunidad. “En México no tenemos casos exitosos de víctimas de
violaciones a derechos humanos que hayan tenido acceso a la justicia, la prueba
está en que al Estado le cuesta mucho trabajo dar cuenta de sentencias
condenatorias por tortura, desaparición forzada o ejecuciones sumarias”.
Contrario
a esa posición, el presidente de la gubernamental Comisión Ejecutiva de
Atención a Víctimas (CEAV), Jaime Rochín, considera que en el caso Tlatlaya “no
estamos hablando en este momento de impunidad, nadie ha declarado la inocencia
de los militares”.
Reconoce
que, a partir de este momento y además de lo que motu proprio pueda hacer la
PGR, le corresponde a la CEAV asesorar a las familias de las ocho víctimas
reconocidas en el expediente.
“La
CNDH ya hizo su trabajo: determinar las violaciones a derechos humanos en su
recomendación, que –recordemos– la aceptaron todas las autoridades implicadas:
la Sedena, la procuraduría local y la PGR”, expresa el presidente de la CEAV.
El
funcionario apunta que la CEAV ha identificado 13 núcleos familiares afectados
por el hecho, de los cuales seis ya han sido reparados integralmente. “Una vez
que las familias tengan la información, tendrán que decidir qué sigue. Con un
sola familia que así lo decida se puede iniciar un proceso de amparo contra la
resolución del magistrado, o bien podrían apostar por fortalecer la
averiguación previa de la PGR, está en sus manos”.
El
presidente de la CEAV insiste en que la calidad de víctimas de violaciones a
derechos humanos de entre 12 y 15 personas no está en duda, a pesar de que
algunos de los ejecutados tenían antecedentes penales.
“Nos
critican, dicen que si apoyamos a víctimas o a victimarios. Pero aun si se
tratara de personas que hubieran cometido delitos gravísimos tenían derecho a
un debido proceso, igual que el que ahora le reconocen a los soldados con esa
resolución; esas personas tenían derecho a la presunción de inocencia.”
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