9 ago 2016

“La cuenta atrás ha comenzado, la ofensiva final contra el ISIS está cerca”

“La cuenta atrás ha comenzado, la ofensiva final contra el ISIS está cerca”
 Los bombardeos de EEUU han suspendido la rutina en la ciudad-cuartel de Sirte a la espera de la ofensiva final contra ISIS. Puede llegar en días. Viajamos al frente de la lucha en Libia
LAURA JIMÉNEZ. SIRTE (LIBIA)
Confidencial, 09.08.2016 (imagen de Reuters)

Una tarde cualquiera de un día cualquiera llegan al hospital de campaña instalado a las afueras de Sirte tres cadáveres. No los bajan de las ambulancias, porque ya no se puede hacer nada por ellos, a diferencia de los heridos a los que descargan en camilla, rodeados de un enjambre de enfermeros y curiosos que corren hacia el interior del edificio. Dentro, el cirujano no trabaja solo, porque media docena de personas se arremolinan en torno a cada una de las dos mesas de operaciones disponibles para cotillear más que asistir la operación.
El hospital es una casa reconvertida a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad, pasada ya la señal que da la bienvenida a Sirte. Las ambulancias son vehículos modelo familiar en los que se han sustituido los asientos traseros por bancadas. Y los combatientes muertos lo son porque a uno le atravesó el cuello el disparo certero de un francotirador y los otros dos ‘volaron’ por un explosivo que no advirtieron a su paso. Eso dicen en el corrillo formado a las puertas. También hay quien asegura que no fueron bombas, sino un mortero. No cambia mucho las cosas.

 Es una tarde cualquiera de un día cualquiera en el tercer frente de guerra contra el Estado Islámico, donde aviones estadounidenses bombardean desde hace una semana posiciones estratégicas de los ‘yihadistas’ en su bastión mediterráneo en Libia. No toca ofensiva de las fuerzas supuestamente apoyadas por el Gobierno de Unidad Nacional (GNA, en siglas en inglés) como la que dejó 25 muertos en un solo asalto hace unas tres semanas. El centro de comunicaciones de la operación Bonyan al-Marsus (Estructura Sólida) asegura que el envite definitivo se aproxima, después de que las primeras acciones de la campaña aérea hayan allanado el camino.
'La cuenta atrás ha comenzado', comenta a El Confidencial uno de los portavoces, 'esperamos entrar pronto en la fase final de la batalla contra Daesh. El fin está cerca, es cuestión de días'
“La cuenta atrás ha comenzado”, comenta a El Confidencial uno de los portavoces, “el centro de mando está reunido y esperamos entrar pronto en la fase final de la batalla contra Daesh (acrónimo despectivo en árabe del ISIS, anterior nombre del Estado Islámico)”. “No podemos decir cuándo se producirá exactamente”, continúa, “pero el fin está cerca, es cuestión de días”. 
El Pentágono prometió “semanas” y el presidente Barack Obama se dio un mes de plazo para finiquitar el nido ‘yihadista’ donde sobreviven los acólitos del autoproclamado califa Abu Bakr al-Bagdadi.
Según ha confirmado el mando de operaciones en África (US AFRICOM), los once ataques dirigidos hasta ahora han inhabilitado un tanque T-72, dos vehículos de apoyo militar, un tanque T-55, tres piezas de equipamiento de ingeniería pesada (una, una excavadora), dos ‘pick-up’ armadas con automáticas, un lanzagranadas y dos camiones de suministros. Además, se ha bombardeado una sola “posición de combate enemiga”, que en jerga militar es la forma de decir “edificio desde el que disparan continuamente con rifles de largo alcance a los milicianos libios”.
El frente de Hay Dollar, último barrio arrebatado al ISIS, está lleno de esas posiciones, por lo que los cadáveres siguen llegando aunque la consigna sea no moverse, de momento. “Espero que acabe pronto”, desea Mohamed, estudiante de Medicina destacado en el hospital como enfermero voluntario, “está muriendo mucha gente”. Como la decena de compañeros que van y vienen por el recinto se ha ‘mudado’ a la ‘jaima’ instalada a las espaldas de la villa, rodeada de contenedores-refrigerador, contenedores-generador y contenedores-dormitorio con aire acondicionado donde no quedan centímetros de moqueta cuando se echan al suelo todos los colchones.
Algunos de los chavales han dejado su trabajo en hospitales de Misrata, Trípoli y otras ciudades para unirse a la causa. Uno de ellos es Ali, un jovencísimo y escurridísimo enfermero con una cicatriz que le cruza el ojo aún amoratado por el culetazo de un ‘kalashnikov’. Se golpeó en un accidente de la ambulancia en la que iba de copiloto camino del frente. Al menos no fue un coche-bomba, como el que reventó cinco vehículos cuyas fotos muestra Usama mientras conduce sin chaleco antibalas y con un casco enganchado al freno de mano de la furgoneta en la que aún se aprecian restos de pegamento sobre el blindaje por encargo.
Un muro que da a ninguna parte separa los toldetes donde los milicianos calientan té con vistas al centro internacional de conferencias que Gadafi construyó como una fortaleza y que los yihadistas utilizan de base de operaciones
Usama, al que le pilló el atentado, se ríe de pura supervivencia. A Alí, sin embargo, le inquieta el futuro. “Somos un país débil”, recela, “no tenemos Ejército, no tenemos seguridad, tenemos miedo y estamos asustados de que cualquiera pueda venir a robar nuestro país”. Se refiere a la intervención estadounidense, solicitada por el primer ministro designado para el GNA, Fayez Serraj, y que recuerda a la misión de la OTAN que en 2011 ayudó a los rebeldes libios a librarse de Muammar Gadafi tras 42 años de dictadura. Ali arruga la nariz: “Sí, ayudan, pero estamos asustados”.
La batalla contra el Estado Islámico en Sirte, que arrancó en mayo, se acabó enquistando en junio tras un avance velocísimo. Las fuerzas libias se comieron más de 50 kilómetros hasta el centro de la ciudad en tres semanas. Después, la guerra tornó en el enfrentamiento barrio por barrio, callejón por callejón, que se ha ‘institucionalizado’ ahora, convirtiendo el fuego de artillería en banda sonora de cada tarde.
En el distrito de Giza, donde se ha detenido la brigada 175, un muro que da a ninguna parte separa los toldetes donde los milicianos calientan té con vistas a Ouagadougou, el centro internacional de conferencias que Gadafi construyó como una fortaleza y que los ‘yihadistas’ utilizan de base de operaciones. “No tenemos órdenes de avanzar”, confirma Mustafa, sentado frente a un agujero en la pared. Tampoco podrían, lo que se abre ante ellos es al menos un kilómetro de terreno yermo hasta el enjambre del Estado Islámico. Salir sería como retar al enemigo a hacer tiro al blanco.
“No hay nada que nos proteja”, dice Ali sobre la montañita de arena donde observa retumbado en una alfombra, “en la línea de árboles (que se presupone el jardín del complejo) se ven los francotiradores de vez en cuando”. La cuadrilla ha estado contando todo el día los ataques aéreos que han plantado fumarolas en el horizonte. Uno, de EEUU, sobre las 11.00 de la mañana a la izquierda del hospital Ibn Sina, junto al depósito de agua y la antena de telecomunicaciones; varios, de los aviones con los que cuenta el mando central libio, por la tarde.
Un miliciano misratí observa desde el perímetro de seguridad el Hospital Ibn Sina y el Palacio de Congresos de Ouagadougou, cuartel general del ISIS en Sirte (Foto: Laura Jiménez).
Un miliciano misratí observa desde el perímetro de seguridad el Hospital Ibn Sina y el Palacio de Congresos de Ouagadougou, cuartel general del ISIS en Sirte (Foto: Laura Jiménez).
No recuerdan cuál ha sido el total, como tampoco aciertan muy bien a dar nombre a las localizaciones que señalan porque, admiten, no conocen una ciudad en la que no viven. Los combatientes del frente oriental, en su mayoría procedentes de Misrata (a unos 300 kilómetros al oeste), solo están allí de paso, reusando las viviendas vacías que dejaron atrás los más de 90.000 desplazados que han huido desde febrero de 2015, cuando el ISIS se hizo con la ciudad, según datos de la Misión de la ONU para Libia (UNSMIL).
Sirte sería una ciudad fantasma si no funcionara como un hormiguero miliciano. El viernes, a la hora del rezo, ni siquiera los guardias que custodian las barricadas de arena y chatarra en la rotonda de Zaafran están en sus puestos. La placita, con una clínica detrás donde los doctores de urgencia aseguran que les han dado el fin de semana libre porque “no va a pasar nada”, es el lugar donde los hombres de negro solían escenificar las atrocidades que acompañan a la bandera del llamado Califato: apedreamientos, crucifixiones, ahorcamientos y el resto del catálogo de salvajadas a las que asistían hasta los niños sacados de sus casas.
Ahora Zaafran da acceso al frente. Durante la mañana, no se escuchan disparos que agüen la salida de la mezquita. Los cafés improvisados que se han instalados en los locales reventados que se diseminan por la carretera se van llenando. En esas mismas galerías había antes comercios de estética para señoras coquetas, barberías o tiendas de ultramarinos. Ahora los escaparates lucen rosetones de mortero, a los carteles les ha comido las letras el fuego y las paredes resisten decoradas por balazos. El escenario parece un retablo puntillista de tanto agujero.
Un puesto aquí y otro allá reparten bocadillos, té y café a quien se acerca. Todos hombres, casi todos en traje de fatiga, la mayoría al volante de camionetas armadas. Se aparca de cualquier modo. La guerra ha creado un pequeño ecosistema, transformando la ciudad vacía y asolada en una especie de cuartel en el que discurre una vida de uniformes de camuflaje y ‘pick-ups’ con ametralladoras oxidadas que se disparan inesperadamente mientras alguien las engrasa. En vísperas del arranque de la “fase final”, cuando algunas familias comienzan a reocupar sus casas en las afueras, resulta imposible imaginar qué quedará en pie de la ex “perla” gadafista tras un año como bastión del Estado Islámico.

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