¿Cuán
fuerte es el EI?/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
La
Vanguardia |5 de diciembre de 2015. Walter Laqueur
¿Cuán
fuerte (o débil) es el ejército del Estado Islámico? Esta es la cuestión
principal que ocupa a los gobiernos y los servicios de inteligencia en el
momento presente, no sólo en Occidente, el mundo musulmán y Rusia, sino incluso
en China. Las estimaciones oscilan entre 10.000 combatientes (la CIA) y 200.000
(las milicias kurdas). La verdad es que nadie lo sabe, nadie lo puede saber, ni
siquiera el mando del Estado Islámico. ¿Por qué? Porque la situación cambia de
un mes para otro, tal vez de un día para otro. Los combatientes mueren, los
nuevos voluntarios llegan. Sobre todo porque no se sabe en quién puede confiar
el mando, ya que sus fuerzas armadas constan de muy diferentes tipos de material
humano.
Por
un lado están los que cortan gargantas, crucifican y queman viva a la gente,
los fanáticos y sádicos. Por otro lado, los de los territorios liberados por el
Estado Islámico en Iraq y Siria, las grandes ciudades como Mosul, pero también
las regiones semidesérticas. Algunos de los jóvenes se ofrecieron como
voluntarios para servir como soldados, otros fueron presionados para hacerlo.
Algunos murieron, otros desertaron. ¿En cuántos de ellos se puede confiar? En
muchos cuando las fuerzas gubernamentales iraquíes y sirias toman la ofensiva,
en muy pocos cuando el Estado Islámico se convierte en un poderoso enemigo.
Lo
único que se puede contar (más o menos) son los voluntarios del extranjero.
¿Cuántos vinieron de países musulmanes? Tal vez 3.000 tunecinos, pero la
mayoría de ellos combaten en Libia, no en Siria; quizás 3.000-4.000 marroquíes.
No hay mucho terrorismo dentro de Marruecos y Túnez; lo exportan, un hecho que
se le escapó durante mucho tiempo a la inteligencia occidental. Miles vienen de
Uzbekistán, Tayikistán y otras repúblicas de Asia Central, pero la mayoría de
ellos estaban luchando en Afganistán y Pakistán. La mayoría de ellos se
quedaron con Al Qaeda y no se unieron al Estado Islámico en el momento de la
separación. 3.000 se cree que han venido de Chechenia, en el Cáucaso, y 4.000
de Daguestán, y se pueden encontrar por todas partes. Pero con respecto a ellos
también hay un constante ir y venir. Algunos desertaron y se fueron a casa,
otros murieron en la batalla, pero los nuevos reclutas también aparecen de vez
en cuando.
¿Cuántos
voluntarios llegaron desde Occidente? Al principio había pocos de los Balcanes,
también entre la joven generación de musulmanes de Kosovo que habían huido a
los países escandinavos, para sorpresa de los gobiernos de Suecia y Noruega
–también conocidos por su política liberal de inmigración–, que creían que
estos jóvenes se habían integrado bien en sus nuevos hogares. Pero estos
musulmanes de los Balcanes no sabían árabe (ni la mayoría de los voluntarios) y
se sentían fuera de lugar en esta legión extranjera, y no muchos decidieron
quedarse. Unos 600-800 vinieron de Alemania, y 1.500-2.000, de Gran Bretaña,
pero algunos murieron y otros regresaron a casa. El número de los de Estados
Unidos no era superior a 180 o 200, y hallaron dificultades para llegar a los
campos de batalla, no tenían entrenamiento militar. Otros fueron interceptados
y enviados de vuelta. En un momento dado, el número de los que venían de
Bélgica fue considerado muy alto al tratarse de un país pequeño (400-500) –la
comunidad musulmana de Bélgica son principalmente marroquíes y de origen turco,
pero asumió muchos predicadores radicales (“predicadores del odio”) y el
Gobierno no les prestó mucha atención.
¿Por
qué se alistan estos jóvenes? No hay una sola respuesta, sino muchas, porque
hay muchos motivos. Hay un genuino despertar religioso, principalmente en forma
de fanatismo. Pero también existe el aburrimiento y el desempleo. Había y hay
aventurerismo y la sensación de no poder competir en una sociedad occidental
moderna, secular. Esto les llevó con frecuencia a un sentimiento de ser
discriminados, de no estar representados políticamente en sus nuevos países. En
definitiva, la absorción cultural de la joven generación de inmigrantes no ha
sido un éxito y los predicadores radicales se encontraron con un público más
que dispuesto a escuchar su mensaje.
Si
la coalición anti-EI –que incluye ahora quizá a Moscú y puede mañana incluir a
Pekín– fuera capaz y estuviera dispuesta a enviar tropas sobre el terreno, la
historia del Estado Islámico sería corta, quizá no más de unas pocas semanas.
Pero nadie está dispuesto a enviar tales fuerzas. (De hecho, en Europa
Occidental apenas existe ese deseo.)
Es
poco probable que una guerra contra el EI, tal como proclama Hollande, pueda
ser ganada con bombardeos desde el aire. Y aun cuando se ganara, los jóvenes
voluntarios volverían a los países de donde vinieron. Se sabe, pero no se
recuerda, que para llevar a cabo una campaña terrorista se necesitan no grandes
ejércitos, sino sólo unas pocas decenas de personas, a lo sumo unos pocos
cientos.
En
otras palabras, un día el terrorismo quizá desaparezca, pero no será muy
pronto.
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