Elogio
de la mentira/Daniel García-Pita Pemán, jurista.
ABC
| 22 de febrero de 2016…
¿No
cree usted que el título de su artículo es algo más que presuntuoso? Aparte de
que elogiar la mentira carece por completo de sentido. Mentir es un feo vicio.
Hay culturas que acertadamente entienden que la falsedad destruye la confianza,
que es a su vez el sustrato de la convivencia social y por eso condenan la
mentira como la más grave de las ofensas. Concretamente, en los países
anglosajones es gravísimo copiar en los exámenes, decir en el impreso de
aduanas que no se transportan productos alimenticios cuando sí se hace, o lo
que en cierta medida está haciendo usted, «tomando prestado» textos ajenos para
una tesis doctoral o un artículo. Por no hablar de las mentiras de los
políticos, que son siempre una ofensa imperdonable. Recuerde a Nixon.
No
estoy de acuerdo. Creo que la alabanza de la locura que hizo Erasmo es
perfectamente aplicable al cinismo en política, que es lo que yo quiero
defender. Porque mi elogio no se refiere a cualquier embuste, como enseguida
verá usted, sino al cinismo en política. Y reconozco que ya lo hizo Jonathan
Swift en su «Arte de la mentira política». Pero en modo alguno me considero
plagiario. Prosigo.
La
mentira ha sido objeto de los más sesudos análisis por parte de los moralistas
de todas las épocas, y, si bien siempre hay una base común que es la falsedad,
no es menos cierto que las circunstancias hacen que las mentiras sean más o
menos graves, o incluso moralmente aceptables: ahí está, por ejemplo, la
célebre restricción mental de los moralistas clásicos, dentro de cuya categoría
están la mayor parte de las formas sociales; «Cómo me alegro de verle, don
Fulano» «Qué guapa está usted hoy, doña Fulana» y otras muchas. La mentira
forense es una de las especies más características. Ya en las Tablas de la Ley
se distinguía correctamente la mentira forense del embuste común: «No darás
falso testimonio ni mentiras». La mentira en juicio ha sido siempre duramente
perseguida y castigada. Un conocido precedente es el del interrogatorio de los
tres viejos libidinosos que relata el
Libro
de Daniel, cuyo perjurio en el caso por adulterio de la casta Susana sirvió
para probar la inocencia de ésta. En efecto, interrogados por separado,
siguiendo el consejo de Daniel, se contradijeron ante el tribunal sobre cuál
había sido la especie de árbol bajo el que el supuesto adulterio se había
cometido. Yo pienso que viene de entonces la práctica procesal, universalmente
aceptada, de que los testigos no puedan presenciar unos el testimonio de los
otros. No veo a dónde quiere usted ir a parar. Voy. Cuando el político practica
un cierto grado de cinismo en su discurso, la mentira se sublima, se convierte
en arte. Una mentira por muy elaborada que esté, es, en el mejor de los casos,
una piedra preciosa en bruto. Pero en manos –habría que decir en boca o en
pluma– de un político, se convierte en un brillante bellamente tallado. A veces
no pasa de un trabajo de bisutería, y no precisamente de bisutería fina, es
verdad, pero siempre tiene algo de elaboración artística. En el político,
manipular la verdad con descaro –en esto consiste el cinismo– es un recurso
retórico. La falsedad se exhibe al desnudo y, así, desaparece la mentira. No
hay trampa ni cartón. El prestidigitador pone a la vista del público la baraja.
Una, dos y tres. ¿Dónde está el as de corazones? Lo siento, se equivocó usted
de nuevo. La mano es más rápida que el ojo. Porque es cierto que el ojo ha
tenido su oportunidad. Desaparece la mentira. No hay engaño. O mejor dicho, no
hay más engaño que el que cada uno está dispuesto a asumir en razón a su propio
sectarismo, que le hace aceptar como verdad lo que evidentemente no lo es. El
político está plenamente exculpado. El que se condena a sí mismo es el que le
otorga su confianza.
Sigo
sin ver a dónde quiere usted ir a parar.
Voy
a parar en el proceso en curso para formar gobierno que protagoniza don Pedro
Sánchez, respecto del que no puedo ocultar mi admiración por su arte en la
prestidigitación de la verdad: después de proclamar más de una docena de veces
que no tenía el mínimo propósito de llegar a acuerdo alguno con el PP, ni por
activa ni por pasiva, esa proclamación se ha convertido ahora, en su discurso
de presidente in pectore, en acusación al PP de no querer negociar. Y para
probarlo piensa invitar a Rajoy a merendar para constatar que ese es el caso. Y
refuerza su buena fe ofreciendo su mano tendida al PP para aquellos asuntos que
hayan de considerarse de Estado, como es la reforma constitucional,
convirtiendo en generosa oferta lo que no es más que la necesidad aritmética de
los votos del PP para alcanzar la mayoría reforzada constitucionalmente
necesaria. Asegura que no sobrepasará las líneas rojas impuestas por el Comité
Federal, pero eso no le impide negociar con los nacionalistas ocultamente y
facilitar como pago a cuenta la formación de sus grupos parlamentarios en el
Senado que sin su ayuda habrían sido inviables. Se salta a la torera la
autoridad del citado Comité Federal remitiendo al voto de las bases el acuerdo de
coalición que eventualmente alcance. Se reúne, alegando firme propósito de
entendimiento, con Ciudadanos, mientras que escenifica con Pablo Iglesias una
durísima negociación, cuando todo induce a pensar que ya tiene un acuerdo
cerrado con Podemos. O al menos eso piensa don Pablo Iglesias. Y termino.
El
más difícil todavía: ha conseguido que respetabilísimos representantes del
establishment presionen el PP para que apoye desde fuera un gobierno del PSOE
con Ciudadanos, a fin de que el señor Sánchez –se dice– no esté obligado a caer
en las garras de Podemos. ¡Un gesto en beneficio de la nación para que el PP
expíe errores pasados! Lo cierto es que de esta forma el señor Sánchez se
habría liberado de su única hipoteca en la negociación, a saber, la desastrosa
(para él), celebración de nuevas elecciones, y se convertiría en presidente
inexpugnable ¡con solo 90 escaños! y con la posibilidad de gobernar en difícil
equilibrio que superará con su ya reconocida técnica: populismo y titiriteros
para la izquierda; economía respetuosa con los requerimientos de la UE, para la
derecha; defensa de la integridad nacional, para el centro de Ciudadanos; y
propuestas inviables de reformas federales, para la periferia nacionalista.
Izquierda, derecha, centro, periferia. ¿Dónde está el as de corazones? Ha
vuelto usted a perder. La mano del señor Sánchez es más rápida que el ojo.
Pues
¿sabe usted lo que le digo? Que en este batiburrillo en el que estamos, lo
mismo es lo mejor.
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