Autodefensas:
ni locos iremos a registrarnos a Apatzingán
El
jefe en el retén de Loma de Hoyos es un cuarentón güero, dueño de una tienda
que los templarios visitaban cada mes para recoger la cuota por cada una de las
máquinas de juegos electrónicos. Vendió un coche para comprar el cuerno de
chivo que carga: Me costó 35,000 pesos, pero ’orita ya andan hasta en 50,000".
El jefe sabe del acuerdo firmado ayer en Tepalcatepec. Unos habrá que quieran
ser defensas rurales y otros policías, dice. Pero él y sus hombres no irán, ni
de locos, a registrarse a Apatzingán. No desarmados. "¿Para que nos maten?
Ni locos".
Arturo
Cano, Enviado
Periódico
La Jornada, Miércoles
29 de enero de 2014, p. 12
Apatzingán,
Mich., 28 de enero.
El
jefe en el retén de Loma de Hoyos es un cuarentón güero, dueño de una tienda
que los templarios visitaban cada mes para recoger la cuota por cada una de las
máquinas de juegos electrónicos. Vendió un coche para comprar el cuerno de
chivo que carga: “Me costó 35 mil pesos, pero ’orita ya andan hasta en 50 mil”.
El
jefe sabe del acuerdo firmado ayer en Tepalcatepec. Unos habrá que quieran ser
defensas rurales y otros policías, dice. Pero él y sus hombres no irán, ni de
locos, a registrarse a Apatzingán. No desarmados. ¿Para que nos maten? Ni
locos.
Vive
en Cenobio Moreno, la ranchería que sigue ahí derechito, a cinco minutos. Ahí
se alzaron en armas hace como cinco meses, el día que la Policía Federal detuvo
al comandante conocido como El Americano. Se los quitamos a los federales, se
jacta.
Algunos
vecinos ayudan a las autodefensas a rellenar costales y armar la barricada en
medio del cruce de dos caminos. Los choferes son interrogados, y en rápidos
intercambios de miradas los lugareños dicen si los conocen o no.
Loma
de Hoyos es una de las cinco rancherías que están a cinco o 10 minutos de la
cabecera municipal de Apatzingán y que fueron tomadas por las autodefensas
entre el domingo y el lunes (las otras se llaman Cagüinas, Presa el Rosario,
San Fernando y Puerta de Alambre).
Son
unos 30 hombres con armas largas, que lo mismo montan su barricada que se
reúnen con los pobladores para explicar sus razones y pedir que se sumen a la
causa de un Michoacán libre.
La
escena se repite, con más hombres, en los municipios de Peribán y Los Reyes,
con lo cual las autodefensas ya no sólo cierran la dona sobre Apatzingán, sino
avanzan hacia Zamora.
El
jefe güero afirma que aquellos que no quieran registrarse deberán entregar las
armas y reconocer que también están de acuerdo en que las autodefensas nos
registremos como policías.
Sabe
que tendrá que ir a la zona militar en Apatzingán a registrarse, y dice que lo
hará, pero tiene sus condiciones: “Que primero agarren a las cabezas –del
cártel– y que la ciudad esté limpia de esos cabrones (los templarios)”.
Mientras
organiza a sus hombres para ir a hacer un mandadito, sigue hablando: Claro que
queremos pasear en el centro de Apatzingán, es nuestra ciudad. Pero si voy
desarmado me matan ahí, enfrente de un federal.
Los
hombres del jefe güero detienen a un taxista porque, dicen, les hacía
trabajitos a los templarios, del tipo de echar gente en la cajuela, gente que
se iban a despachar.
Al
hombre, que se ríe de miedo, le quitan el celular (cosa que hacen con muchos
taxistas, pues los integrantes del noble gremio de los chafiretes solían ser
halcones) y revisan los mensajes.
–Él
fue templario y te reconoció, no te hagas pendejo –dice uno con más cargadores
que dientes.
–Sí,
fue el peor error que cometí –dice el ex templario, un treintañero regordete
que se niega a hablar por más que se le busca la cara.
“Mi
papá es templario y te va a tocar levantón”
¿Treinta
hombres, se dijo? Bueno, 27. Porque aquí con el jefe güero andan tres chamacos
de 17, 16 y 13 años. El más chico porta un arma que parece cuerno de chivo
recortado.
No
quiere dar su nombre, pero acepta decir que anda aquí con su tío, que dejó la
escuela en segundo de secundaria. Qué bullying ni que nada. Lo rudo era ser
compañero de banca del hijo de un templario. Nomás porque sí, te ponían una
putiza.
Mirándolo
ahora con su cuernito no se imagina nadie el día en que un compañero de escuela
le dijo: “Mi papá es templario y te va a tocar levantón”.
Interrumpe
un vecino de Puerta de Alambre, que llega a ponerse a las órdenes de las
autodefensas. Como todos, tiene información privilegiada (El Tío vivió en su
ranchería en mayo pasado) y una historia de horror. “A mí me levantaron un
muchacho, cuando fue el pleito entre El Chango Méndez y El Chayo Moreno, porque
desconfiaban de todos. Nos tuvimos que ir para Guadalajara, pero luego nos
perdonaron”.
El
chamaco de 16 años se metió a las autodefensas porque no le dejaron de otra.
Los templarios de su pueblo le dieron tres levantones porque lo querían de
halcón. Era eso o irse con los contrarios.
Ahora
que las cosas se calmaron en su pueblo, su mamá le dice que ya deje todo esto.
Y él le replica: No, amá, vamos a liberar más pueblos.
A
unos tres kilómetros, en Presa el Rosario, la encargada del perifoneo hace su
trabajo. En la casa de fulano tienen pollo asado y en la de zutano hay cerdo
gordo y tiernito.
Suelta
el micrófono y hace una relato que da idea de cómo funciona la renovada alianza
entre el gobierno y las autodefensas.
Dice
que los comunitarios llegaron el domingo, que aquí nomás anduvieron tanteando
dónde se pueden instalar. Eso sí, la noche anterior los helicópteros del
gobierno zumbaron largo rato arriba de las rancherías a las que ingresaron las
autodefensas poco después.
Antes
de autodefensa fue regador en los campos. Ahora, el hombre de aspecto pobrísimo
hace guardia en un retén a la salida de Nueva Italia. Sabe del acuerdo y le
parece bien, porque así se evitará que porten armas los que les gusta
emborracharse y drogarse.
No
son esas debilidades humanas el problema principal de las autodefensas.
Movimiento horizontal, bola desordenada en apariencia, cada destacamento carga
con la historia de su nacimiento, con las broncas de su municipio y con las
virtudes y debilidades de los muchos jefes.
Por
ejemplo, a pesar de que José Manuel Mireles es el más conocido de los
dirigentes de Tepalcatepec, acá en la Tierra Caliente muchos aseguran que el
médico sólo es la cara pública y que los verdaderos mandones son otros: varios
de los hombres más adinerados de un municipio rico y una facción del PRI que
rompió con el ex alcalde priísta Guillermo Valencia (de hecho, Mireles tuvo
fugaces incursiones políticas en el PRD y Movimiento Ciudadano).
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