Soberbios,
prepotentes, sabios por naturaleza, creemos que nuestra forma de vivir es la
que vale Máscaras de la vida moderna que nos engañan y dificultan la
posibilidad de seguir creciendo
Infelicidad
digital
El País Semanal, 13 JUL 2014
La
gran mayoría estamos convencidos de que nuestra forma de ver la vida es la
forma de ver la vida. Y que quienes ven las cosas diferentes que nosotros están
equivocados. De hecho, tenemos tendencia a rodearnos de personas que piensan
exactamente como nosotros, considerando que estas son las únicas “cuerdas y
sensatas”. Pero ¿sabemos de dónde viene nuestra visión de la vida? ¿Realmente
podemos decir que es nuestra? ¿Acaso la hemos elegido libre y voluntariamente?
Desde
el día en que nacimos, nuestra mente ha sido condicionada para pensar y
comportarnos de acuerdo con las opiniones, valores y aspiraciones de nuestro
entorno social y familiar. ¿Acaso hemos escogido el idioma con el que hablamos?
¿Y qué decir de nuestro equipo de fútbol? En función del país y del barrio en
el que hayamos sido educados, ahora mismo nos identificamos con una cultura,
una religión, una política, una profesión y una moda determinadas, igual que el
resto de nuestros vecinos. ¿Cómo veríamos la vida si hubiéramos nacido en una
aldea de un pueblo de Madagascar? Diferente, ¿no? Y entonces, ¿por qué nos
aferramos a una identidad prestada, de segunda mano, tan aleatoria como el
lugar en el que nacimos? ¿Por qué no cuestionamos nuestra forma de pensar? ¿Y
qué consecuencias tiene este hecho sobre nuestra existencia?
El
orgullo es un albañil especializado en la construcción de murallas que cuanto
más nos protegen, más a la defensiva nos hacen vivir” Irene Orce
Para
responder a esta última pregunta tan solo hace falta echar un vistazo a la
sociedad. ¿Vemos a seres humanos felices al volante de los coches en medio de
un atasco de tráfico? ¿Vemos a personas que se sienten en paz saliendo por la
tele? ¿Vemos mucho amor en los campos de fútbol o en las empresas? La
ignorancia es el germen de la infelicidad. Y ésta, la raíz desde la que
florecen el resto de nuestros conflictos y perturbaciones. No existe ni un solo
ser humano en el mundo que quiera sufrir de forma voluntaria. Las personas
queremos ser felices, pero en general no tenemos ni idea de cómo lograrlo. Y
dado que la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos, en vez
de cuestionar nuestro sistema de creencias e iniciar un proceso de cambio
personal, la mayoría nos quedamos anclados en el victimismo, la indignación, la
impotencia o la resignación.
Muchos
estamos perdidos en el arte de vivir plenamente. ¿Y quién no lo está? Demasiada
gente nos ha estado confundiendo durante demasiados años, presionándonos y
convenciéndonos para que hagamos cosas que no nos conviene hacer para tener
cosas que no necesitamos tener. Observemos los resultados que estamos
cosechando en las diferentes dimensiones de nuestra existencia. ¿Qué vemos? Si
nuestra vida carece de sentido, reconozcámoslo. No nos engañemos más. Si nos
sentimos vacíos, asumámoslo. Dejemos de mirar hacia otro lado. El autoengaño es
un déficit de honestidad. Esta cualidad nos permite reconocer que nuestra vida
está hecha un lío porque nosotros nos sentimos así en la vida. A menos que
admitamos que tenemos un problema, nos será imposible solucionarlo. Lo único
que conseguiremos será crear nuevos problemas, cada vez más sofisticados.
La
honestidad puede resultar muy dolorosa al principio. Pero a medio plazo es muy
liberadora. Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo
nos relacionamos con nuestro mundo interior. Así es como iniciamos el camino
que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional. Cultivar esta virtud provoca
una serie de efectos terapéuticos. En primer lugar, disminuye el miedo a
conocernos y afrontar nuestro lado oscuro. También nos incapacita para seguir
llevando una máscara con la que agradar a los demás y ser aceptados por nuestro
entorno social y laboral.
Eso
sí, el gran generador de conflictos con otras personas se llama orgullo.
Principalmente porque nos incapacita para reconocer y enmendar nuestros propios
errores. Y pone de manifiesto una carencia de humildad. Etimológicamente, esta
cualidad viene de humus, que significa tierra fértil. Es lo que nos permite
adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello
que todavía no sabemos.
La
humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, debilidades y
limitaciones. Nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado
por cierto. En el caso de que además seamos vanidosos o prepotentes, nos
inspira simplemente a mantener la boca cerrada. Y solo hablar de nuestros
éxitos en caso de que nos pregunten. Llegado el momento, nos invita a ser
breves y no regodearnos. Es cierto que nuestras cualidades forman parte de
nosotros, pero no son nuestras.
La
humildad nos permite silenciar nuestras virtudes, permitiendo que los demás
descubran las suyas" Clay Newman
La
paradoja de la humildad es que cuando se manifiesta, se corrompe y desaparece.
La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado.
La verdadera práctica de esta virtud no se predica, se practica. En caso de
existir, son los demás quienes la ven, nunca uno mismo. Ser sencillo es el
resultado de conocer nuestra verdadera esencia, más allá de nuestro ego. Y es
que solo cuando accedemos al núcleo de nuestro ser sabemos que no somos lo que
pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o conseguimos. Ésta es
la razón por la que las personas humildes, en tanto que sabios, pasan
desapercibidas.
Para cultivar la modestia
ILUSTRACIÓN DE JOÃO FAZENDA
LIBRO
‘El prozac de Séneca’
Clay Newman
(Debolsillo)
Concebido como un medicamento para el alma, este libro promueve la filosofía estoica para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En vez de aliviar los síntomas por medio de pastillas, este autor nos invita a cultivar la sabiduría que erradica de raíz el sufrimiento.
PELÍCULA
‘Siete años en el Tíbet’
Jean-Jacques Annaud
Relata los años que el famoso escalador austriaco Heinrich Harrer pasó en el Tíbet. Y de cómo sus valores y aspiraciones occidentales fueron desvaneciéndose tras conocer al actual Dalái Lama y los fundamentos filosóficos del budismo.
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