Lunes 31 de octubre de 2016…
Homilía del papa Francisco en Lund, Suecia, en la catedral en la
que fue fundada la Federación Mundial y en donde se llevó a cabo la oración
común con los luteranos para conmemorar los 500 años de la Reform.
«Permaneced
en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Estas palabras, pronunciadas por Jesús en
el contexto de la Última Cena, nos permiten asomarnos al corazón de Cristo poco
antes de su entrega definitiva en la cruz. Podemos sentir sus latidos de amor
por nosotros y su deseo de unidad para todos los que creen en él. Nos dice que
él es la vid verdadera y nosotros los sarmientos; y que, como él está unido al
Padre, así nosotros debemos estar unidos a él, si queremos dar fruto.
En
este encuentro de oración, aquí en Lund, queremos manifestar nuestro deseo común
de permanecer unidos a él para tener vida. Le pedimos: «Señor, ayúdanos con tu
gracia a estar más unidos a ti para dar juntos un testimonio más eficaz de fe,
esperanza y caridad». Es también un momento para dar gracias a Dios por el
esfuerzo de tantos hermanos nuestros, de diferentes comunidades eclesiales, que
no se resignaron a la división, sino que mantuvieron viva la esperanza de la
reconciliación entre todos los que creen en el único Señor.
Católicos
y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación.
Ahora, en el contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos
una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido conformándose
durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico entre la Federación
Luterana Mundial y la Iglesia Católica. No podemos resignarnos a la división y
al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros. Tenemos la
oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando
controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos
unos a otros.
Jesús
nos dice que el Padre es el dueño de la vid (cf. v. 1), que la cuida y la poda
para que dé más fruto (cf. v. 2). El Padre se preocupa constantemente de
nuestra relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él (cf.
v. 4). Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar nuestro pasado y a
trabajar en el presente para hacer realidad ese futuro de unidad que tanto
anhela.
También
nosotros debemos mirar con amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el
error y pedir perdón: solamente Dios es el juez. Se tiene que reconocer con la
misma honestidad y amor que nuestra división se alejaba de la intuición
originaria del pueblo de Dios, que anhela naturalmente estar unido, y ha sido
perpetuada históricamente por hombres de poder de este mundo más que por la
voluntad del pueblo fiel, que siempre y en todo lugar necesita estar guiado con
seguridad y ternura por su Buen Pastor.
Sin
embargo, había una voluntad sincera por ambas partes de profesar y defender la
verdadera fe, pero también somos conscientes que nos hemos encerrado en
nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un
acento y un lenguaje diferente. El Papa Juan Pablo II decía: «No podemos
dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino
únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser
portadores de la verdad» (Mensaje al cardenal Johannes Willebrands, Presidente
del Secretariado para la Unidad de los cristianos, 31 octubre 1983).
Dios
es el dueño de la viña, que con amor inmenso la cuida y protege; dejémonos
conmover por la mirada de Dios; lo único que desea es que permanezcamos como
sarmientos vivos unidos a su Hijo Jesús. Con esta nueva mirada al pasado no
pretendemos realizar una inviable corrección de lo que pasó, sino «contar esa
historia de manera diferente» (COMISIÓN LUTERANO- CATÓLICO ROMANA SOBRE LA
UNIDAD, Del conflicto a la comunión, 17 junio 2013, 16).
Jesús
nos recuerda: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Él es quien nos sostiene
y nos anima a buscar los modos para que la unidad sea una realidad cada vez más
evidente. Sin duda la separación ha sido una fuente inmensa de sufrimientos e
incomprensiones; pero también nos ha llevado a caer sinceramente en la cuenta
de que sin él no podemos hacer nada, dándonos la posibilidad de entender mejor
algunos aspectos de nuestra fe.
Con
gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la
Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. A través de la escucha común de la
Palabra de Dios en las Escrituras, el diálogo entre la Iglesia Católica y la
Federación Luterana Mundial, del que celebramos el 50 aniversario, ha dado
pasos importantes. Pidamos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos, porque
ella es fuente de alimento y vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.
La
experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no
podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esta
es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de
la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe,
Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado,
muerto y resucitado.
Con
el concepto de «sólo por la gracia divina», se nos recuerda que Dios tiene
siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo
que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto,
expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.
Jesús
intercede por nosotros como mediador ante el Padre, y le pide por la unidad de
sus discípulos «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Esto es lo que nos
conforta, y nos mueve a unirnos a Jesús para pedirlo con insistencia: «Danos el
don de la unidad para que el mundo crea en el poder de tu misericordia».
Este
es el testimonio que el mundo está esperando de nosotros. Los cristianos
seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la
renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros.
Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la
misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona. Sin
este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta.
Luteranos
y católicos rezamos juntos en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios
no podemos hacer nada; pedimos su auxilio para que seamos miembros vivos unidos
a él, siempre necesitados de su gracia para poder llevar juntos su Palabra al
mundo, que está necesitado de su ternura y su misericordia.
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