25 nov 2009

Mujeres seguras

Este miércoles 25 de noviembre Fernando Gómez-Mont inauguró en el Museo Nacional de Antropología el Seminario internacional Mujeres seguras en las ciudades futuras | Discurso
Doña María Isabel, doña Laura, Demetrio, doña Ana;
Invitados que vienen de fuera, de la ciudad y del país;
Señoras y señores:
Es para mí un privilegio concurrir hoy con ustedes en este espacio, a reflexionar sobre estos temas.
No es un acto trivial o coincidental que hoy, en el Museo Nacional de Antropología, convocados con una distinguida antropóloga, reflexionemos sobre un elemento central de la cultura como es la relación entre hombres y mujeres, y la vulnerabilidad tradicional de las mujeres frente a los hombres y de las condiciones sociales, estructurales, que no permiten superar condiciones de subordinación, de estigmatización, de victimización de las mujeres frente a los hombres.
Este es un tema central de los temas; es un tema mediante en el cual mi generación ha vivido y ha sido testigo de transformaciones profundas y, si me lo permiten afirmar, de las transformaciones más profundas de la cultura universal en este sentido.
Podemos hablar que la globalización implica grandes transformaciones en la existencia diaria y que los modos de producción y la aceleración histórica son los grandes signos de los tiempos. No; yo no coincido.
Yo creo que uno de los elementos centrales de la transformación de la cultura en el mundo en el siglo XX y XXI devino de la desvinculación de las prácticas de la intimidad.
Cuando sexualidad y reproducción se distinguen se modifican profundamente los roles entre hombres y mujeres, y surgen nuevas equivalencias que ya no están sometidas a esa óptica.
Entender que desde la intimidad se modifica la vida; entender que estos cambios obligan a los hombres a ver en las mujeres a un sujeto distinto; a asumir que los hombres tenemos que modificar nuestra relación con las mujeres, porque ya se construyen sobre bases distintas a los roles de la reproducción.
Asumir que las mujeres salen del hogar y de cumplir ese estereotipo, para volverse aliadas y compañeras de la consolidación de procesos sociales, políticos y económicos.
Asumir un cambio de roles en la hombría y en los hombres respecto a las prácticas domésticas mismas, así como en las prácticas sociales, esas son las transformaciones profundas de una sociedad moderna.
Entender que hoy la erradicación de la violencia contra las mujeres también pasa por una modificación profunda de los roles masculinos.
Asumir condiciones distintas para la hombría como una condición de modernidad, de respeto, de democratización de las instituciones públicas y privadas en México y en el mundo, es decir verdades con claridad.
Hoy los viejos arquetipos del proveedor y la mujer resignada; del que trabaja y provee y de la mujer como crisol del hogar tienen que ser profundamente modificable.
La modernidad lo exige y una visión más justa, más sensata, más respetuosa y más digna de hombres y mujeres lo demandan.
Esta es una generación que ha podido salir de la presión de estos roles tradicionales, para construir nuevos roles donde nos identificamos unos y otros desde un lugar distinto y desde una mejor manera. Y eso está bien.
Yo puedo decir que eso no es ajeno para mí. La presencia de mujeres fuertes en mi vida ha sido una condicionante que me ha llevado a respetarlas amorosísimamente y convencidísimamente de que son un elemento central del desarrollo de la cultura, del país y del mundo.
A mí me toca ser criado por una mujer que a los 50 años se queda viuda con 13 hijos, y no fue menos, sino que más mujer cuando nos sacó adelante.
Tener una esposa mía que a la fecha trabaja junto conmigo, ella en lo suyo y yo en lo mío, y juntos compartimos las labores de la intimidad doméstica.
Hoy si quieren encontrar al Secretario de Gobernación después de las ocho, búsquenlo en su casa porque es el día que le toca dormir a su hija; y los sábados lo encuentran en el súper con su familia, y sepan que allí es muy feliz y se siente muy hombre.
Debemos admitir que la violencia contra las mujeres deriva de la inseguridad que los hombres tienen sobre su propio rol y del reaprendizaje que tienen que asumir, para vivir mejor en una sociedad más tolerante, más equilibrada, más dinámica, más respetuosa.
El programa para erradicar la violencia contra las mujeres es un programa de emancipación de los hombres, es un programa de emancipación del humano.
Las diferencias culturales que siguen sometiendo a las mujeres en este país no es un problema nada más de una diferencia entre la cultura africana, la cultura latinoamericana y la cultura europea.
En este país hay razones culturales que siguen generando condiciones de discriminación y violencia contra la mujer que son inaceptables.
Yo convoco a que hombres y mujeres nos comprometamos nuevamente con este esfuerzo, porque es una obligación de los dos.
Les exijo a mis compañeros, los hombres, que abandonen sus inseguridades y que se atrevan a ser mejores seres humanos, y que eso empieza en su trato con las mujeres.
Que reconozcan que hoy la posibilidad de construir un mejor nivel de vida pasa de una alianza de la pareja para producir y para cuidar la casa, bajo regímenes mucho más similares y semejantes.
Que reconozcamos que las diferencias de género son para complementarnos mejor, pero que son mucho más las similitudes y que es un enanismo poder competir con hombres, pero no poder competir con mujeres por mejores espacios y en esa competencia complementarnos.
Estoy convencido que esta es una lucha esencial por la democracia mexicana y por la democracia universal.
Que cualquier proceso colectivo que pase por un discurso que no toque estos puntos, no puede construir y consolidar una mejor sociedad de México.
Que la violencia en este país es condición de dos hechos fundamentales: O la sicopatía de no poder conectar razones y experiencia de las emociones, que es un caso verdaderamente extraordinario; el que es violento porque no tiene el menor sentido de empatía con el otro, son casos clínicos, son los menores o el miedo como factor de violencia; el matar para no morir; el vejar para no verse vejado, y superar la dinámica de la violencia implica reconstrucción social.
Hoy, como ustedes saben, el Gobierno de la República ha estado comprometido en un esfuerzo más que aparente, para que la fuerza del derecho y la fuerza legal puedan contener a la violencia social que se produce por las presiones del crimen organizado.
Pero eso no puede agotar el esquema de seguridad; eso sólo da margen de maniobra; cuida las fronteras de la sociedad para abrir los espacios de maniobra a otras políticas que son el verdadero simiente de la seguridad.
Una política social que busque el desarrollo comunitario, una política económica que genere condiciones para el crecimiento y una política cultural que consolide el respeto de unos a otros entre hombres y mujeres, entre hombres y hombres, y entre mujeres y mujeres, superando aquellos roles que sólo han provocado violencia y discriminación.
Esa es una labor profundamente cultural que también genera seguridad para todos.
Reconocer la discriminación que existe frente a las mujeres y las causas culturales que la producen, es fundamental para corregir ciertas prácticas sociales y ya no perpetuarlas.
Pero hacer de estas prácticas, a su vez, una nueva manera de discriminación que separe a hombres y mujeres, que separe los roles por género, es un riesgo que debemos prevenir.
Esta es una lucha por la dignidad, por la equidad, por el encuentro, por la paz.
Estoy seguro que sus reflexiones serán fructíferas.
Espero que sean valientes; necesitamos que sean honradas y que sean posibles.
Somos un país joven que puede modificar sus prácticas y mejorar su calidad de vida y reforzar su modo de vivir en la paz y en la prosperidad. Yo estoy absolutamente convencido de eso.
La vida ha sido generosa con su servidor, porque le ha dado la oportunidad de trabajar, de que ese trabajo sea fructífero y de entrar en la política a impulsar aquellos cambios en los que cree, para que su país sea mejor.
Estas son posibilidades que deben democratizarse al mayor número posible de personas y sólo es posible en un esfuerzo social bien integrado y bien coordinado; sólo es posible en la comunicación entre todos nosotros.
Despejemos el temor que da la ignorancia, despejemos el temor que genera violencia, reconstruyamos las relaciones sociales sobre las bases de la dignidad, de la solidaridad, de la empatía.
Esa es la liberación a la que aspiramos todos: A no temer al otro, sino encontrarnos en el otro; a crecer con el otro; a que nuestros proyectos de vida nos vinculen con otros proyectos de vida y nuestra vida sea más rica en experiencias, en emociones y en progreso material.
Porque esto es posible, yo hago los mejores augurios para que los frutos de este seminario nos sirvan a hombres y mujeres, para que en este país encontremos más rápido los cauces de la paz, de la libertad y de la prosperidad.
Por ello es mi honor, siendo las 10 horas con 30 minutos del día 25 de noviembre del año 2009, declarar inaugurado el presente seminario, en la espera que su trabajo sirva a todos los demás y que este sea un escenario de optimismo, de verdad, de honestidad, que mucho urge a México y al mundo.
Muchas gracias y felicidades.

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