- El
calvario del próximo Papa/ANNE MARIE MERGIER
Revista
Proceso
No. 1897, 10 de marzo de 2013
Ante
una Iglesia que se halla empantanada en el descrédito, el cónclave reunido
actualmente en Roma deberá elegir muy bien al próximo Papa católico, pues los
retos del sucesor de Benedicto XVI no serán menores ni tersos. Los crímenes
sexuales cometidos por sacerdotes, la ordenación de mujeres, el celibato
sacerdotal, el fin de la supuesta infalibilidad papal, las bodas homosexuales…
Ya son muchos los asuntos que religiosos y vaticanistas han puesto sobre la
mesa en esta coyuntura, una de las más estremecedoras y cismáticas desde la
fundación de la Iglesia católica.
PARÍS.-
“Mientras más tiempo duren las congregaciones, mejor será el cónclave”, declaró
el martes 5 Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston.
La
mayoría de los cardenales “extranjeros” recién llegados a Roma para elegir al
próximo Papa comparten esa opinión, que dista de convencer a un núcleo de
cardenales “italianos”, nacidos o no en Italia, todos miembros de la
nomenclatura del Vaticano
“Necesitan
conocerse y debatir sobre temas importantes, como la actividad de la santa
sede, la nueva evangelización, la situación de la Iglesia, su renovación a la
luz del Concilio Vaticano II”, aclaró prudentemente el mismo día Federico
Lombardi, vocero vaticano.
En
realidad los retos que deberá enfrentar el nuevo pontífice son más numerosos y
espinosos que los mencionados por Lombardi.
Como
Henri Tincq –reconocido vaticanista francés–, los expertos en asuntos
religiosos insisten en la urgencia de descentralizar el poder romano.
“Reformar
la curia es el leitmotiv de todos los periodos que preceden un cónclave; pero
una vez elegido, el pontífice nunca logra hacerlo. Durante los papados de Juan
Pablo II y Benedicto XVI la hipertrofia del poder romano no permitió que
funcionaran realmente los contrapoderes creados por el Concilio Vaticano II,
que afirmaba la necesidad de dar más peso y autonomía a las iglesias locales”,
recalcó Tincq en un amplio análisis publicado por el diario electrónico francés
Slate el domingo 3.
Luego
precisó:
“Un
sentido agudo de la ‘primacía’ de Roma, una concepción misionera del ministerio
del Papa, que se manifestó en los múltiples viajes de Juan Pablo II y en menor
medida de Benedicto XVI y el sueño de una ética universal desembocaron en un
ejercicio del poder romano más personalizado y centralizado que nunca.”
El
vaticanista plantea uno de las interrogantes que divide a los cardenales en
vísperas de la elección del Papa:
“¿Se
debe seguir o romper con ese sistema de papado universal basado en la primacía
y la ‘infalibilidad’ del obispo de Roma, quien se apoya en un gobierno central
alejado de las realidades locales, un gobierno dividido por intrigas
representado en cada país por nuncios y obispos nombrados en Roma como si
fueran prefectos, un gobierno cimentado alrededor de un magisterio normativo?
“Parte
de la respuesta dependerá del lugar que se dará a la curia siempre dispuesta a
ampliar el campo de sus intervenciones, a monopolizar poderes, a bloquear la
resolución de problemas sensibles y a oponerse al espíritu de colegialidad que
el Concilio Vaticano II había querido promover para beneficio de las iglesias
locales.”
Los
vaticanistas insisten: El próximo Papa tendrá que reestructurar el
funcionamiento de los sínodos que parecen ahora “la caricatura” de lo que
preconizaba el Concilio Vaticano II en su ambición reformadora.
Recalca
Tincq: “El sínodo sigue siendo una cámara de registro en la que nunca hay
debates para seleccionar el tema alrededor del que se articulará esa importante
asamblea, sin hablar de las propuestas e intervenciones que hacen los delegados
durante el sínodo mismo y que siempre deben ser confidenciales”.
Todos
los males
En
una entrevista póstuma publicada el 1 de septiembre de 2012 –un día después de
su fallecimiento– por el diario italiano Corriere della Sera, el cardenal
jesuita Carlo Maria Montini habló de todos los males que gangrenan a la
Iglesia.
Apodado
El Antipapa, el carismático arzobispo de Milán conocido por su desparpajo al
hablar, lanzó su último grito de alarma:
“Nuestra
cultura envejeció. En Europa y Estados Unidos nuestras iglesias son grandes
pero nuestras casas religiosas están vacías; el aparato burocrático de la
Iglesia crece, nuestros ritos y nuestros vestidos son pomposos. ¿Acaso todo
esto expresa lo que somos hoy?
“La
Iglesia se ha quedado 200 años atrás. ¿Cómo puede ser que no se mueva? ¿Tenemos
miedo? ¿Miedo en lugar de valor?”
¿Lograrán
los cardenales elegir a un Papa capaz de reformar el sistema piramidal que
prevalece en la Iglesia y la aleja del mundo contemporáneo, en el que las
sociedades civiles van imponiendo cada vez más su fuerza, su participación, su
capacidad de reflexión e intervención? Éstas son las preguntas que flotan en el
ambiente.
El
divorcio entre Iglesia y modernidad, que se agudizó en los 35 últimos años con
Juan Pablo II y Benedicto XVI –ambos demasiado apegados al dogma y a la
tradición– es otro tema de controversia.
Los
anatemas lanzados por los dos pontífices contra los anticonceptivos, los
preservativos, el aborto, la procreación médicamente asistida, el matrimonio
homosexual y el divorcio agudizaron el malestar de millones de fieles que
optaron por desobedecer o abandonar la Iglesia.
El
Antipapa Montini denunció casi hasta la hora de su muerte “la discriminación de
la Iglesia para con las parejas homosexuales”, abogó en favor de su matrimonio,
aprobó las manifestaciones del orgullo homosexual en nombre de la libertad de
expresión y defendió a los divorciados.
La
curia romana hizo oídos sordos. Y de igual forma finge no oír los llamados a
favor de más tolerancia y apertura lanzados por cardenales de América Latina,
África y Asia. Por si eso fuera poco, numerosos católicos manifiestan un
escepticismo creciente ante la fe tradicional.
Afirma
Tincq:
“Muchos
sondeos muestran que los fieles cuestionan dogmas como el de la resurrección.
Hoy día lo que fundamenta la fe y el acto moral ya no son los dogmas o las
normas impuestas por una autoridad exterior ni una ley divina, sino una
libertad de conciencia cada vez más reivindicada. La Iglesia ya no pretende
tener el monopolio de la verdad.
“Uno
de los primeros retos que tendrá que enfrentar el sucesor de Benedicto XVI es
el de la secularización masiva; esa evolución se expresa a través del
individualismo creciente, la indiferencia y el ‘relativismo’ que Benedicto XVI
vilipendió a lo largo de su papado.”
La
mayoría de los vaticanistas coincide: La Iglesia tiene que repensar en serio
algunos de los principios fundamentales sobre su moral sexual y familiar.
Y
también debe interrogarse sobre el celibato de los sacerdotes. En muchos países
europeos la crisis de las vocaciones alcanza niveles alarmantes, incluso en
países tan católicos como España e Italia.
El
ejemplo de Francia es impactante. A mediados del siglo XX se ordenaban anualmente
mil sacerdotes. Hace 20 años que esa cifra bajó a 100. Tanta es la escasez de
sacerdotes que es preciso importarlos de Polonia o de África.
¿Aceptará
por fin la Iglesia ordenar mujeres? ¿Renunciará a su dogma del celibato?, se
preguntan los analistas. El tema era tabú para Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Pero no lo es para un número creciente de obispos que intentan en vano llamar
la atención de la curia romana sobre el problema.
Muchos
enfatizan que una de las trágicas consecuencias del dogma del celibato fue la
multiplicación de agresiones pedófilas y homosexuales que la Iglesia intentó
tapar durante décadas.
Tincq
recuerda: “El estatuto del sacerdote empezó a ser codificado a principios del
siglo V. Sin embargo hasta el siglo XII se siguió ordenando sacerdotes y
obispos a hombres casados. Fue el Concilio de Letrán (1123-1139) el que
invalidó los matrimonios contratados por diáconos y sacerdotes después de su
ordenación.
“Pero
hay actualmente sacerdotes casados en todas las iglesias de Oriente, inclusive
en las que están bajo la jurisdicción de Roma. Además, iglesias latinas suelen
acoger a sacerdotes orientales casados, así como a ministros luteranos y
sacerdotes anglicanos casados que se convirtieron al catolicismo.”
Esa
política de doble rasero se vuelve cada vez más polémica. Los obispos que se
enfrentan a diario con la escasez de sacerdotes están dispuestos a interpelar a
la curia y luego al nuevo pontífice sobre el celibato de los prelados; en
cambio ninguno parece deseoso de movilizarse a favor de la ordenación de
mujeres.
Todos
se apegan a la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis que Juan Pablo II
escribió en 1994 y en la que prohibió drásticamente el acceso de las mujeres al
ministerio sacerdotal.
Explica
Tincq: “Muchos altos prelados afirman que la ordenación de hombres casados es
un problema de disciplina eclesiástica y que en cambio la de las mujeres es un
problema de dogma y tradición. El sacerdote celebra la eucaristía in persona
Christi y, por lo tanto, sólo puede ser hombre”.
Pifias
de Benedicto XVI
Dar
más impulso a la política ecuménica de Juan Pablo II y Benedicto XVI –que se
movilizaron a favor de un acercamiento entre catolicismo y ortodoxia,
anglicanismo y confesiones nacidas de la reforma protestante– también tendrá que
ser una prioridad del nuevo Papa.
Juan
Pablo II no fue muy exitoso con los ortodoxos. En cambio Benedicto XVI logró
destrabar las relaciones con Bartolomé I, patriarca de Constantinopla y primado
de toda la ortodoxia, y con el patriarca Kirill I de Moscú, cabeza de los
ortodoxos rusos.
Las
jerarquías ortodoxas y la católica tienen el mismo objetivo: Frenar la
secularización que se extiende por Europa. Pero hasta ahora no han logrado
sellar una alianza.
Las
relaciones entre la santa sede y la Iglesia anglicana, calificadas de
“satisfactorias” por Roma, no lo son tanto. En realidad la curia romana está
traumada por la modernidad de esa Iglesia, por sus muy dinámicas sacerdotes
mujeres y obispas, y más aún por parejas de sacerdotes homosexuales que ejercen
su ministerio.
El
Vaticano lanzó una iniciativa que chocó profundamente con la jerarquía
anglicana: En 2011 creó un ordinariato católico especial para acoger a los
prelados anglicanos que desaprueban la evolución liberal de su Iglesia.
Como
enfatizan varios vaticanistas europeos, el diálogo con los protestantes quedó
estancado en la época de Juan Pablo II y en la de Benedicto XVI. Las distintas
corrientes protestantes, mucho más progresistas que Roma, reprochan a la santa
sede su distanciamiento del Concilio Vaticano II, que preconizaba actitudes muy
cercanas a las suyas: Autoridad de las iglesias locales, gobierno colegiado y
respeto a la libertad de conciencia.
Igual
que los ortodoxos, los protestantes no aceptan la “infalibilidad” del Papa ni
“la primacía universal del obispo de Roma”.
Protestantes
y ortodoxos tampoco reconocen la primacía de una Iglesia sobre otra y abogan
por una “eclesiología de comunión” para poder echar a andar un proceso de
reunificación con los católicos, lo que no está dispuesta a aceptar la santa
sede.
El
cisma de los católicos integristas, seguidores del arzobispo francés Marcel
Lefebvre –excomulgado en 1988 por haber ordenado a cuatro obispos a pesar del
veto de la santa sede, y fallecido en 1991– es un asunto que Benedicto XVI tomó
muy a pecho, causando revuelo en la Iglesia y fuera de ella.
El
ahora pontífice emérito levantó la excomunión de los cuatro obispos ordenados
por Lefebvre, incluso la de William Richardson, quien defiende abiertamente
tesis negacionistas (las que niegan que el Holocausto haya ocurrido). Semejante
decisión indignó a los judíos.
También
entabló pláticas con las corrientes más integristas de la Iglesia. Pero no
logró la reconciliación que tanto ansiaba porque esos tradicionalistas
recalcitrantes, que consideran al Concilio Vaticano II una herejía, siguen
radicalmente opuestos al diálogo con las otras Iglesias y con las religiones no
cristianas.
Muchos
cardenales tomaron su distancia del empeño de Benedicto XVI de volver a
integrar en el seno de la Iglesia a esos sectores católicos minoritarios y
distan de considerar el tema como prioritario. En cambio aplaudieron los
esfuerzos de Juan Pablo II y Benedicto XVI para ampliar el diálogo con el mundo
judío y con el Islam.
Juan
Pablo II abrió el camino al convocar la asamblea interreligiosa de Asís en
1986. Benedicto XVI siguió sus pasos, pero a tropezones. Hubo tres de ellos con
sus interlocutores judíos.
Explica
Tincq: “El primero fue haber rehabilitado una oración para la ‘conversión’ de
los judíos, el segundo fue la reintegración en el seno de la Iglesia del
negacionista Richard Williamson, y el tercero fue su discurso sobre las
‘virtudes heroicas’ de Pío XII, cuyo silencio ante el Holocausto sigue haciendo
correr bastante tinta”.
Enfatiza:
“Con los musulmanes los primeros pasos de Benedicto XVI fueron también
difíciles. Fue muy desafortunado el discurso en la Universidad Ratisbona, en
septiembre de 2006, en el que el Papa analizó la relación entre violencia y
religión y se refirió al Islam con una cita poco adecuada, que provocó un
escándalo en todo el mundo musulmán”.
Benedicto
XVI logró salvar la situación durante su viaje a Turquía en junio de 2012. Pero
el nuevo Papa deberá estar muy pendiente de los atentados que se multiplican
contra los cristianos en los países musulmanes.
“Los
crímenes cometidos en nombre de un Islam pervertido y las discriminaciones para
con las minorías cristianas en los países musulmanes refuerzan el escepticismo
de las corrientes de la curia que opinan que el diálogo interreligioso
incomoda”, reconoce Tincq.
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