Presidente
Trump/Bill Emmott fue jefe de Redacción de The Economist.
Traducción: Esteban Flamini.
El
País, 20 de mayo de 2016
Amigos
y aliados de Estados Unidos observan con estupor la perspectiva casi segura de
que la elección presidencial de noviembre sea una competencia entre Hillary
Clinton y Donald Trump. Pero con la ansiedad no se gana nada. Hay que esperar
lo mejor y empezar a prepararse para lo peor.
Hay
dos clases de preparativos para lo peor que los aliados y amigos de Estados
Unidos pueden y deben hacer. Una es hacerse más fuertes para mejorar su
capacidad de enfrentarse a los hostigamientos. La otra es apoyarse mutuamente,
previendo que lo de “Estados Unidos primero” provoque una ruptura de las viejas
alianzas y del orden internacional liberal predominante desde los años
cuarenta.
Un
Japón débil y una colección mal avenida de 28 países en la Unión Europea serían
blancos tentadores para el presidente Trump. Pero un Japón que en los próximos
12 meses realmente haya adoptado la estrategia de liberalización para el
crecimiento que a menudo prometió el primer ministro Shinzo Abe estaría en una
posición más fuerte. Lo mismo ocurriría si los países europeos abandonan su
obsesión con la austeridad fiscal y usan la inversión pública para estimular el
crecimiento y reducir el desempleo.
Esas
decisiones (necesarias en todo caso) facilitarían la tarea de crear alianzas
más sólidas, que bien podrían volverse esenciales.
Si
un eventual Gobierno de Trump intenta anular el NAFTA, Canadá y México tendrán
que hacer causa común. Si decide descartar el Acuerdo Transpacífico (ATP)
negociado por el Gobierno de Obama con 12 economías de Asia y el Pacífico,
estos países, tal vez liderados por Japón o Australia, deben estar listos para
seguir con el acuerdo, o algo parecido, entre ellos (Clinton también se pronunció
en contra del ATP, pero en su caso puede considerarse una mera maniobra
táctica; en el de Trump, no hay garantías de que ese sea el caso).
Algo
similar puede aplicarse a Europa. Los miembros de la UE y la OTAN deben
prepararse para estar unidos y evitar así que Trump los maneje a su antojo en
asuntos relacionados con el comercio o la seguridad. Tal vez eso implique
gastar más en su propia defensa (una demanda de Trump que no deja de ser
razonable). También implica estar lo suficientemente unidos para no convertirse
por separado en víctimas de abusos de Estados Unidos.
Pero
la solidaridad europea está debilitada (por decir poco) por la crisis de los
migrantes y las consecuencias económicas de la debacle financiera de 2008. El
23 de junio los votantes británicos pueden empeorar mucho la situación si el
resultado del referendo es abandonar la UE. Para fortalecer a Gran Bretaña —y a
la UE misma— en preparación para Trump sería aconsejable que voten por la
permanencia.
Asia
no se destaca por la solidaridad. Ha dependido (tal vez demasiado) de la
influencia de Estados Unidos para equilibrar sus rivalidades. Japón, por
ejemplo, tiene estrechos vínculos con países del sudeste asiático, pero ninguna
relación de defensa formal. Japón y su vecino más cercano, Corea del Sur,
tienen desde hace mucho tiempo tratados de defensa con Estados Unidos, pero son
hostiles entre sí.
Dada
la posibilidad de que en los próximos 9 a 12 meses se desaten guerras
comerciales y de divisas, y se abandonen históricas alianzas defensivas, es
hora de poner la solidaridad regional por encima de viejas enemistades y de las
fuerzas de la fragmentación. Los amigos y aliados de Estados Unidos deben
empezar a prepararse para un Estados Unidos menos amistoso.
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