El
narco y los gobernadores priistas/JESÚS
CANTÚ
Revista Proceso # 1954, 12 de abril de 2014
Los
tres exgobernadores mexicanos (uno interino) acusados de estar involucrados con
cárteles del narcotráfico son priistas, y dos de ellos gobernaron en entidades
sacudidas por la violencia, los altos índices delictivos y la inseguridad.
El
primer exmandatario vinculado a las organizaciones de la delincuencia
organizada fue Mario Villanueva Madrid, quien gobernó Quintana Roo de 1993 a
1999 y estuvo prófugo de la justicia más de un año hasta que fue detenido en
2001, para ser extraditado a Estados Unidos en mayo de 2010. En el vecino país,
el pasado 28 de junio de 2013 fue condenado a 131 meses de prisión tras declararse
culpable de lavado de dinero; en México recibió también sentencia condenatoria
por el mismo delito en junio de 2008. (La entidad peninsular es la única de las
tres gobernadas por mandatarios inculpados por presuntos vínculos con la
delincuencia organizada que no figura entre las más convulsionadas por la
violencia y la inseguridad.)
A
principios de 2012, al inicio del proceso electoral presidencial de dicho año,
se filtró a la opinión pública la presunta persecución de tres exgobernadores
tamaulipecos. Sin embargo, poco tiempo después quedó claro que el único
expediente que logró integrarse en Estados Unidos fue en contra de Tomás
Yarrington, a quien acusan de introducir al vecino país, a través de
prestanombres, más de 7 millones de dólares, entre 2008 y 2012, presuntamente
provenientes del Cártel del Golfo.
De
acuerdo con información difundida en el noticiario de Carmen Aristegui, en MVS,
el pasado 21 de marzo, después de dos años de acusaciones, el fiscal Kenneth
Magidson, del sur de Texas, firmó la solicitud para que la Corte con sede en
Brownsville gire la petición de arresto con fines de extradición del
exgobernador mexicano.
El
más reciente caso es el de José Jesús Reyna García, exgobernador interino y
exsecretario de Gobierno del estado de Michoacán, quien fue arraigado desde el
sábado 5 de abril por presuntos vínculos con el cártel de Los Caballeros
Templarios. Jesús Murillo Karam, procurador general de la República, confirmó
el 7 de abril que, de acuerdo con las investigaciones, podían tener la certeza
de que Reyna había tenido reuniones con líderes de las organizaciones que
operan en el estado, y “hasta con el líder más importante”.
Los
señalamientos de que el PRI había establecido algún tipo de convenio con el
principal cártel asentado en la entidad se hicieron públicos desde el mismo
2011, durante el convulsionado proceso electoral para la renovación de la
gubernatura. El 2 de noviembre de ese año, 11 días antes de la jornada
electoral, fue asesinado el alcalde panista de La Piedad, y el mismo día de los
comicios apareció en el periódico AM de dicho municipio un desplegado firmado
por el cártel advirtiendo: “A toda la población le queremos decir que no
queremos más PAN en ningún nivel de gobierno, ya que tienen pactos con grupos
que roban, extorsionan, violan y secuestran a gente inocente. No usen playeras
ni propaganda del PAN, no queremos confundirlos y que haya muertos inocentes”.
Dichos
acontecimientos movieron al mismo presidente Felipe Calderón a denunciar, el 6
de diciembre de ese mismo año, la presencia del crimen organizado en los
procesos electorales. Posteriormente, los señalamientos se fueron centrando en
Reyna, y entre las denuncias públicas que se hicieron se encuentran las de José
Manuel Mireles, uno de los líderes de las autodefensas, y la filtración de un
supuesto informe del entonces secretario de Seguridad Pública estatal, Elías
Álvarez, que consignaba dos reuniones de Reyna con Servando Gómez, La Tuta,
durante el proceso electoral.
Lo
cierto es que, hoy, dos (Michoacán y Tamaulipas) de las tres entidades (la
tercera es el Estado de México) que concentran la atención del gobierno federal
en materia de seguridad, también comparten el presunto involucramiento de
exmandatarios tricolores con los grupos del crimen organizado.
En
Michoacán y el Estado de México, el gobierno federal ya decidió, aunque por
vías muy distintas, asumir directamente el control de las fuerzas policiacas;
mientras que en el caso de la entidad fronteriza es inexplicable la pasividad
que han mostrado frente a las repetidas olas de violencia e inseguridad. La
última oleada comenzó el 31 de marzo con enfrentamientos y narcobloqueos en
Matamoros; continuó al día siguiente en Reynosa; y sus más recientes
expresiones se dieron la semana pasada en Tampico, es decir, en el extremo sur
de la entidad, con tiroteos y persecuciones que causaron la muerte de 28
personas, de acuerdo con el mismo gobierno.
Sin
embargo, Tamaulipas vive bajo fuego prácticamente desde 2007, un par de años
después de que concluyó su periodo (1999-2005) Yarrington y cuando Alejandro
Sáenz, entonces dirigente estatal del PAN, denunció que era el narcotráfico el
que quitaba y ponía candidatos. La lista de crímenes va desde los casi 300
cadáveres localizados en diversas narcofosas en San Fernando; los asesinatos,
secuestros y desapariciones de periodistas; los atentados contra medios de
comunicación; los desalojos masivos de municipios; los secuestros de camiones
de pasajeros repletos, y hasta el asesinato del candidato priista a gobernador
una semana antes de la elección en 2010.
A
pesar de esto, el gobierno federal se ha limitado a enviar más tropas federales
y a apoyar con los operativos por las vacaciones de primavera. Aun cuando las
condiciones de violencia e inseguridad (como se muestra en Proceso 1953) son
iguales o peores que las que prevalecían en Michoacán (enero) y en el Estado de
México (marzo), cuando la Secretaría de Gobernación decidió tomarlas bajo su
control.
El
crimen organizado controla amplias regiones del territorio tamaulipeco desde
hace casi una década, pero inexplicablemente nunca ha sido motivo de una
intervención especial del gobierno federal, como sí lo fueron Chihuahua
(particularmente Ciudad Juárez, durante el sexenio de Calderón) y ahora
Michoacán y el Estado de México. Una intervención mayor en la entidad
fronteriza eventualmente evidenciaría complicidades todavía más graves que la
que hoy se presume en Michoacán.
Probablemente
por eso el gobierno federal optó por una vía distinta en el Estado de México y
por la inacción en el caso de Tamaulipas; prefiere tolerar la violencia y la
inseguridad que descubrir más vínculos de sus mandatarios o exmandatarios con
el crimen organizado. Seguramente estos vínculos y complicidades no son
exclusivos de los gobernadores tricolores, pero hasta el momento sus entidades
son las que muestran estas coincidencias: altos niveles de inseguridad e
investigaciones judiciales en marcha.
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