Regulación
del comercio sexual/MARTA
LAMAS
Revista Proceso # 1954, 12 de abril de 2014
El
escándalo en torno a la cloaca de Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre ha vuelto a
poner la atención mediática en lo que algunos llaman prostitución. Ese término
únicamente alude de manera denigratoria a quien vende, mientras que “comercio
sexual” se refiere también a quien compra. Ya en un artículo anterior (Proceso
1948, del 2 de marzo) hablé de los marcos conceptuales opuestos con los que se
ve a este milenario oficio hoy en día: uno que considera que la explotación, el
sometimiento y la violencia contra las mujeres son inherentes al comercio
sexual, y otro para el cual debieran reconocerse los derechos y obligaciones
laborales para con quienes ejercen dicha actividad.
A
lo largo de la última década y media se ha ido desarrollando una perspectiva
que ve como víctimas a todas las mujeres que trabajan en el comercio sexual,
con el propósito de “rescatarlas”. ¿Cómo ocurrió esto? Se recordará que desde
los años setenta las llamadas “prostitutas” empezaron a organizarse para que su
oficio fuera considerado un trabajo legal; en diversas partes del mundo armaron
conferencias y encuentros internacionales con el fin de debatir sobre las
condiciones de su regulación, e incluso algunas declararon la huelga y
amenazaron con dar a conocer los nombres de sus clientes. Hasta mediados de los
ochenta hubo un avance en distintos frentes: sindicalización, derogación de
leyes discriminadoras, debates sobre la libertad sexual y establecimiento de
alianzas con otros movimientos y grupos.
Pero
a partir de los noventa tal avance se frenó por distintas cuestiones: La
epidemia del VIH-sida desvió a muchas activistas hacia metas más urgentes; la
derecha religiosa en EU ganó influencia, y muchas feministas en contra de la
violencia hacia las mujeres se aliaron con la cruzada moral de Reagan, y luego
con la de Bush. Cuando este último proclamó la “US Global AID Act” en 2003,
mezcló conceptualmente comercio sexual y tráfico, bloqueó el apoyo a los
programas dirigidos a trabajadores sexuales y promovió la abstinencia antes del
matrimonio.
Por
otra parte, el hecho de que no se reconociera el carácter laboral de la
actividad impidió en algunos países la sindicalización de las trabajadoras,
mientras que en otros los dueños de burdeles y antros se opusieron a ella. A
todo esto se sumó la visibilización de la tragedia de las personas migrantes
indocumentadas, traficadas y forzadas a dar servicios sexuales. Así, la
preocupación por la gravísima situación de la trata con fines de explotación
sexual desplazó el debate sobre el comercio sexual. En conjunto, todos estos
acontecimientos impactaron las políticas de muchos gobiernos sobre el comercio
sexual, marginando los procesos de autoorganización de las trabajadoras del
sexo.
El
comercio sexual ha sido –y sigue siendo– una forma importante de subsistencia
para muchas mujeres. Si la compraventa de sexo es una práctica que implica
explotación, ¿acaso no lo es también lo que pasa con las demás formas de venta
de fuerza de trabajo en el capitalismo? ¿En qué radica la diferencia entre el
comercio del sexo y otro tipo de situaciones que tienen amplios márgenes de
explotación y que se permiten? ¿Por qué la mayoría de las personas no se
indigna ante formas aberrantes de explotación de la fuerza de trabajo y sí con
el trabajo sexual?
Cuando
las mujeres recurren al comercio sexual es porque constituye el trabajo mejor
pagado que pueden encontrar. Se cuestiona si las sexoservidoras son
“verdaderamente libres” de elegir ese oficio, pero no se reflexiona si las
obreras, las empleadas del hogar, las barrenderas y tantas otras lo son. Los
constreñimientos económicos, la falta de oportunidades, la brutal desigualdad,
afectan a todas ellas por igual. Pero con los salarios de hambre que hay en México
no debería causar sorpresa que algunas mujeres prefieran ganar en un día la
misma cantidad de dinero que ganarían en varias semanas. Para una gran mayoría,
que no es engañada ni drogada ni secuestrada, la venta de servicios sexuales es
valorada como la mejor opción disponible en el contexto de salarios miserables
y desempleo.
Algunas
personas consideran denigrante que las mujeres tengan sexo con “desconocidos”,
pero este rechazo se da cobren o no. O sea, hay un estigma que se nutre de la
doble moral: se rechaza la actividad sexual de las mujeres, y la de los hombres
no. Si por el estigma las “transacciones sexuales” son de un orden distinto a
otras transacciones, ¿no habría entonces que eliminar el estigma y regular el
comercio sexual?
En
México es necesario debatir sobre esto, pues se está filtrando una mezcla
conceptual entre comercio sexual y trata con fines de explotación sexual. Dicha
confusión se difunde en los medios y configura actos discursivos que logran un
cierto efecto en la sociedad y en el gobierno. Reiterar las historias de
mujeres víctimas de trata sin aludir también a las historias de las
trabajadoras sexuales favorece posturas fundamentalistas, que evitan un debate
serio sobre el comercio sexual. Hay que luchar contra la trata, y respetar y
apoyar a las personas que se dedican al comercio sexual. La regulación de éste
mejora las condiciones de trabajo y la seguridad de la mayoría de las
sexoservidoras. El tema da para mucho más, y seguiré hablando de él
próximamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario