“Desde que se liberó a Florence Cassez bajo el principio de que se habían violado las garantías que existen en nuestro sistema procesal (…), se ha liberado a un gran número de secuestradores, pederastas y homicidas…“
La debida transición (en la justicia penal)/Luis
Rubio
Reforma, 31
Jul. 2016
"Las
transiciones son largas, inciertas y complejas", afirma Joaquín
Villalobos. Peor, escribe la novelista australiana Nikki Rowe, "Una
transición no es bonita, pero el estancamiento es de terror". En ese limbo
se encuentra el proceso de reforma penal en el país: avances significativos en
algunos aspectos pero sin haberse consolidado el puerto de arribo.
El
país asumió una transformación extraordinariamente ambiciosa en materia penal
pero no se dedicó a crear las condiciones para poder llevarla a buen puerto;
como en tantas otras cosas, saltamos al río sin un mapa que guiara el arribo a
la ribera opuesta. Sin embargo, de acuerdo a la legislación aprobada hace años,
al menos en la interpretación que ha predominado en el poder judicial, los principios
del nuevo sistema entrarían en operación de inmediato, impactando las malas
herencias del pasado. Con esto, los riesgos de una transición inacabada podrían
tornarse inconmensurables.
La
principal preocupación en torno a la instrumentación de la reforma se reduce a
la aplicación del debido proceso. Desde que se liberó a Florence Cassez bajo el
principio de que se habían violado las garantías que existen en nuestro sistema
procesal (para evitar que se violen los derechos de todos, culpables o inocentes),
se ha liberado a un gran número de secuestradores, pederastas y homicidas. El
fallo respectivo de la Suprema Corte estableció el principio del debido proceso
y éste ha sido empleado por innumerables abogados para obtener la libertad de
sus clientes, a pesar de que la mayoría había reconocido su culpabilidad. El
nuevo sistema está acelerando este proceso de liberación.
La
disputa al respecto no se ha hecho esperar. Las víctimas (y sus familias) de
secuestros, homicidios, extorsiones y toda clase de delitos argumentan que no
es posible aplicar un principio de manera retroactiva y que, en todo caso, el
nuevo sistema debe aplicarse a delitos futuros y no a los pasados. Una de las
demandantes más articuladas, y madre de un joven secuestrado y asesinado, Isabel
Miranda de Wallace, escribió que "El debido proceso tiene que ser
integral, es decir, todas las partes deben contar con igualdad de armas...
Diversas voces se pronuncian por los derechos de los imputados, pero te
pregunto ¿quién voltea a ver a las víctimas? ¿Quién defiende sus derechos
humanos que son los primeros que se violentan por los delincuentes cuando son
torturadas o mutiladas?".
El
planteamiento es moralmente indisputable y descubre el corazón del dilema que
el país tiene frente a sí en este asunto. La pregunta es cómo llevar a cabo la
transición que el país requiere a partir de las cenizas del viejo sistema
político autoritario y corrupto, pero que sigue siendo la norma, a la
construcción de una nueva plataforma de civilización, democracia y justicia.
Dada la corrupción, disfuncionalidad y, por lo tanto, impunidad que caracteriza
al sistema de procuración de justicia, es perfectamente explicable y entendible
la virulencia de quienes han sufrido por la delincuencia. Igual de lógico es
que los ciudadanos -desde los más modestos hasta los más encumbrados- prefieran
ver a un presunto delincuente en la cárcel -o lincharlo- que confiar en las
promesas inherentes al debido proceso. La burra no nació arisca...
El
punto de partida en materia penal son los bajos mundos de la corrupción donde
quienes gobiernan la justicia no son los jueces sino los ministerios públicos y
sus peritos y policías, quienes carecen del profesionalismo, laboratorios,
capacidades e incentivos para realizar investigaciones profesionales y
jurídicamente irreprochables. El énfasis del sistema no se encuentra en la
procuración de justicia sino en el procesamiento de quienes los propios
ministerios determinan ser culpables; el proceso es tan viciado que
inevitablemente entraña violaciones a derechos y procedimientos que son la
esencia del debido proceso. Un abogado al que consulté no pudo ser más
elocuente: "el debido proceso es un regalo venido del cielo para los
abogados defensores porque no hay forma que las procuradurías actuales hagan
una buena chamba; siempre es posible encontrar fallas procesales".
Es
claro que sólo una transformación cabal del sistema de justicia podría hacer
posible que, al llegar al otro lado del río, tengamos procesos abiertos y
transparentes, ministerios públicos profesionales y jueces a cargo del proceso.
Como en una nación civilizada. El problema es cómo llegar ahí.
El
furor que está generando la liberación de personas acusadas de homicidio y
secuestro obliga a los políticos a responder. La transición contemplada en la
reforma se debió iniciar en 2008 pero, a la mexicana, nunca se dio. La pregunta
ahora es qué hacer: congelar la reforma, preservando el sistema de (in)justicia
actual, como muchos proponen o crear un mecanismo sancionado por la SCJ que
separe al viejo sistema del nuevo, con lo que se crearían incentivos para la
pronta implementación del nuevo. Es decir, no sobreponer el nuevo sobre el
viejo, sino crear un proceso de transición paralelo.
Lo
responsable es no cejar ni por un instante en lo medular: llegar al otro lado
del río, al lugar de la justicia profesional e impoluta por medio del debido
proceso.
@lrubiof
No hay comentarios.:
Publicar un comentario