11 nov 2017

El riesgo real para la economía global

 El riesgo real para la economía global/Christopher Smart is a senior fellow at the Carnegie Endowment for International Peace and the Mossavar-Rahmani Center for Business at Harvard University’s Kennedy School of Government. He was a special assistant to the US president for International Economics, Trade, and Investment (2013-2015) and Deputy Assistant Secretary of the Treasury for Europe and Eurasia (2009-13).
Project Syndicate, 11 de noviembre de 2017...
Uno de los grandes misterios de los mercados globales de hoy es su entusiasmo irreprimible, aun si el mundo a su alrededor parece al borde del caos o del colapso. Y, sin embargo, los inversores pueden ser más racionales de lo que parece cuando se trata de calcular los riesgos políticos. Si invertir tiene que ver, ante todo, con descontar flujos de caja futuros, es importante centrarse precisamente en qué afectará o no esos cálculos. Las potenciales crisis que pueden ser más dramáticas o violentas son, irónicamente, aquellas que al mercado le lleva menos tiempo registrar.
Mucho más peligrosos son los cambios graduales en las instituciones globales internacionales que cambian totalmente las expectativas sobre cómo se comportarán los actores clave. Esos cambios pueden surgir de manera lenta, pero pueden cambiar fundamentalmente el cálculo para registrar los riesgos y los potenciales retornos.

El mercado de hoy es fácil de explicar en términos de factores fundamentales: las ganancias están creciendo, se ha mantenido a raya la inflación y la economía global parece estar atravesando una expansión amplia y sincronizada. En octubre el Fondo Monetario Internacional actualizó su perspectiva global y predijo que sólo un puñado de países pequeños sufrirá una recesión el año próximo. Y, si bien los principales bancos centrales están planeando ajustar la política monetaria, si es que ya no han empezado a hacerlo, las tasas de interés se mantendrán bajas por ahora.
Es poco probable que las crisis políticas, por más sensacionales que puedan ser, cambien el cálculo económico de los inversores. Inclusive después de las mayores calamidades del siglo XX, los mercados se recuperaron bastante rápido. Después del ataque de Japón a Pearl Harbor, los mercados bursátiles de Estados Unidos cayeron el 10%, pero se recuperaron en el lapso de seis semanas. De la misma manera, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, las acciones estadounidenses se desplomaron casi el 12%, pero se recuperaron en un mes. Tras el asesinato del presidente John F. Kennedy, los precios de las acciones cayeron menos del 3% y se recuperaron al día siguiente.
Es verdad, cada crisis política es diferente. Pero en la mayoría de ellas, observa el inversor experto en mercados emergentes Jens Nystedt, los participantes del mercado pueden contar con una respuesta de parte de los responsables de las políticas económicas. Los bancos centrales y los ministros de Finanzas casi siempre se apresurarán a compensar las crecientes primas de riesgo ajustando las tasas de interés o las políticas fiscales, y los inversores vuelven a comercializar los activos a los valores que tenían antes de la crisis.
Hoy, un conflicto con Corea del Norte por sus programas nucleares y de misiles encabeza la mayoría de las listas de crisis potenciales. Una guerra abierta o un incidente nuclear en la Península de Corea desataría un desastre humanitario, interrumpiría el comercio con Corea del Sur -la décimo tercera economía más grande del mundo- y generaría una conmoción política en todo el mundo. Y, aun así, un desastre de esas características muy probablemente sería breve, y su resultado sería evidente casi de inmediato. Las principales potencias del mundo seguirían más o menos alineadas, y los flujos de caja futuros de la mayoría de las inversiones seguirían sin alteraciones.
Lo mismo puede decirse de Arabia Saudita, donde el príncipe de la corona Mohammed bin Salman acaba de purgar al gobierno y al aparato de seguridad para consolidar su poder. Aún si un repentino levantamiento en el reino transformara el equilibrio de poder en Oriente Medio, el país querría seguir manteniendo sus exportaciones. Y si llegara a producirse una interrupción en los suministros globales de petróleo, estaría amortizada por la competencia entre productores y por las nuevas tecnologías.
De la misma manera, un colapso político o económico de gran escala en Venezuela tendría serias implicancias regionales y hasta podría resultar en una crisis humanitaria aún más grave allí. Pero muy probablemente no tendría un impacto mayor, y mucho menos sistémico, en los mercados energéticos y financieros.
Estos escenarios suelen aparecer en los titulares, de manera que, si suceden, es menos probable que causen sorpresa. Pero inclusive cuando estalla inesperadamente un ataque cibernético o una epidemia, la alteración subsiguiente de los mercados dura sólo el tiempo que a los inversores les lleva revaluar las tasas de descuento y los futuros flujos de ganancias.
Por el contrario, es mucho más factible que los cambios en las presunciones económicas ampliamente compartidas provoquen una liquidación, al instar a los inversores a revaluar la posibilidad de efectivamente convertir en dinero los flujos de caja proyectados. Podría haber una naciente conciencia entre los inversores de que las tasas de crecimiento se están desacelerando o de que los bancos centrales una vez más no percibieron el surgimiento de la inflación. O el cambio podría producirse más repentinamente, con el descubrimiento, por ejemplo, de grandes volúmenes de créditos tóxicos que, poco probablemente, sean saldados.
Como bien saben los inversores en mercados emergentes, los cambios políticos pueden afectar las presunciones económicas. Pero, una vez más, el riesgo no surge tanto de las crisis impredecibles como de la lenta erosión de las instituciones en las que los inversores confían para que un mundo incierto se vuelva más predecible.
Por ejemplo, los inversores en Turquía saben que el hecho de que el país le haya dado la espalda a la democracia lo ha distanciado de Europa y ha introducido nuevos riesgos para los retornos futuros. Por otro lado, en Brasil, a pesar del actual escándalo por corrupción que derribó a un presidente y podría poner fin al mandato de otro, los inversores reconocen que las instituciones del país funcionan -aunque de manera torpe- y han calculado los riesgos en consecuencia.
El mayor riesgo político para los mercados globales hoy, por ende, es que los actores clave que moldean las expectativas de los inversores sufran un realineamiento fundamental. Lo más preocupante de todo es Estados Unidos, que hoy intenta inventarse un nuevo rol en la presidencia de Donald Trump.
Al retirarse de acuerdos internacionales e intentar renegociar los acuerdos comerciales existentes, Estados Unidos ya se ha vuelto menos predecible. De cara al futuro, si Trump y los próximos líderes de Estados Unidos siguen interactuando con otros países a través de transacciones de suma cero en lugar de fortalecer conjuntamente las instituciones, el mundo no podrá ofrecer una respuesta conjunta para el próximo período de agitación de los mercados globales.
En definitiva, un Estados Unidos menos confiable exigirá una tasa de descuento más alta casi en todas partes. A menos que intervengan otros ciclos económicos antes de que cambien las expectativas de los inversores, ese será el fin del actual auge de los mercados.



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