5 abr 2009

Carta al Granma

Carta que ‘Granma’ no publicará (de momento)/Joaquín Roy, catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami
Publicado en EL PAÍS, 05/04/09;
Sr. Lázaro Barredo Medina,
Director, Granma, La Habana, Cuba
Estimado Sr. director:
En la edición del pasado miércoles 25 de marzo, con plena circulación al día siguiente en media docena de lenguas, el diario que usted dirige publicó una carta-reflexión del comandante Fidel Castro Ruz, secretario del Partido Comunista de Cuba, ex presidente del Consejo de Estado y ex presidente de la República. Usted y yo coincidiremos en que ese hecho editorial no debiera ser noticia. Desde hace varios meses, el comandante Castro ha venido publicando una serie de Reflexiones, ampliamente leídas en todo el mundo que se interesa por Cuba.
La novedad en este caso es que la nueva reflexión (titulada Las mentiras al servicio del imperio) trata directamente sobre unas declaraciones que yo hice en Washington, en la sede del Centro Wilson, al final de una conferencia sobre las relaciones entre la Unión Europea y Cuba. La referencia a mi humilde persona convierte este escrito en verdaderamente antológico para mi modesta experiencia académica. Confieso que me siento abrumado por la atención. Pero el comprensible toque de vanidad no me impide la siguiente meditación.
El comandante Castro se muestra en desacuerdo con la cautelosa y posible sintonía entre el Gobierno español, la Unión Europea y la nueva Administración norteamericana en lo que respecta a una nueva política que facilite, primero, la mejora de las relaciones entre las partes y, más tarde, la transición pacifica hacia la democracia de Cuba. La Unión Europea lo ha repetido hasta la saciedad: se opone al embargo norteamericano, insiste en que el diferendo entre Cuba y Estados Unidos se debe resolver bilateralmente y afirma que, si Cuba quiere un mejor trato de Bruselas, más allá de la Posición Común, debe cumplir ciertas condiciones. De ahí su compromiso con el “diálogo constructivo”.
El comandante Castro califica el papel de España como resultado de “las ideas del viejo imperio español en muletas, tratando de ayudar al corrupto, tambaleante y genocida imperio yanqui”. Estaremos de acuerdo en que la referencia a Estados Unidos no es ninguna novedad. Pero también asentiremos en que la creatividad y la originalidad del etiquetado de España es notable. Viene a enriquecer el repertorio de calificaciones a esa “minipotencia”.
En las vísperas de la conmemoración del Quinto Centenario, el comandante aderezó la ocasión como “fecha infausta y nefasta”. Los políticos españoles han sido objeto de ingeniosas descripciones por su parte: al presidente socialista del Congreso español, Félix Pons, lo abofeteó como “tipejo fascistoide”; al fallecido ministro de Exteriores en el gabinete de Felipe González, Francisco Fernández Ordóñez, lo llamó “cabo colonial”. Pero la palma se la llevó el presidente José María Aznar, al que llamó “caballerito” y luego “führer con bigotito”. Aunque su distanciamiento de González es notorio, no hay registros de insultos.
Curiosamente, el comandante siempre se ha mostrado encomiásticamente hacia las dos máximas autoridades del “imperio con muletas” en los últimos 70 años: Franco y el rey Juan Carlos I. Al primero siempre le agradeció que mantuviera la mutuamente conveniente relación económica entre España y Cuba; al segundo, quizá como contraste con los políticos electos, lo ha convertido en objeto de reverencia y trato casi paternal.
Me pregunto qué dirían ahora dos personas íntimamente ligadas a nuestras diferentes existencias (la del comandante y la mía). Las vicisitudes del “imperio en muletas” hicieron que mi abuelo materno y el padre de Fidel y Raúl Castro fueran reclutados obligatoriamente para servir en la guerra 1895 a
1898. Sobrevivieron a la malaria y los mambises, y fueron repatriados una vez el “imperio corrupto” se inmiscuyó en un pleito de familia. No optaron por la vía clandestina como más de 200.000 personas (según cálculos del historiador Moreno Fraginals) que se quedaron en Cuba.
Pero mientras mi abuelo permaneció en su Soria natal, Ángel Castro optó en 1901 por emigrar a Cuba, como ese medio millón de españoles a lo largo del primer tercio del siglo XX convirtieron al país recién independizado en más español que bajo el verdadero imperio colonial. Curiosamente, numerosos descendientes de inmigrantes españoles pueden ahora “recuperar” la nacionalidad española en virtud de la Ley de Memoria Histórica. Es una de las medidas de reparación por los daños sufridos por la emigración y exilio hechas por el actual Gobierno del “imperio en muletas”.
Ignoro si la historia lo absolverá, pero intuyo que mi abuelo y su padre no serían tan generosos. La reflexión afirma en su final que “nada han aprendido la superpotencia de Estados Unidos y la minipotencia española de aquella heroica resistencia de Cuba a lo largo de más de medio siglo”. Quizá nos podamos poner de acuerdo sobre la política de Washington. Pero disentimos con respecto a la segunda: mucho ha aprendido España. Por eso está ahí, gobierne quien gobierne, en La Habana.
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