9 jul 2013

Vivir del pobre/José Félix Pérez-Orive Carceller

  • Vivir del pobre/José Félix Pérez-Orive Carceller, escritor
ABC | 7 de julio de 2013
En la época de Marx no existía la clase media. Por eso los revolucionarios mucho antes de la caída de la URSS se habían aburguesado. No es cierto que la Guerra Fría la ganaran los americanos. La realidad es que la nomenclatura soviética hacía tiempo que había percibido que vivir para el pobre no traía cuenta y que era mejor vivir de él dinamitando el sistema. Por eso, en su ocaso, no hubo exilados como en la época de los zares, y Putin, de príncipe del KGB, pasó a presidir Rusia en poco tiempo. Aprovecharse del necesitado podía ser una profesión como otra cualquiera, exigía desparpajo moral y unas reglas que ahora voy a intentar enunciar.
Primera: para vivir del pobre este no puede dejar de serlo, o sus patrocinadores lo perderán. Lo ilustraba el viaje de Kruschev a Suecia, allá por los setenta, amonestando al secretario de los comunistas suecos por sus resultados en las últimas elecciones. Este, llevándole a un puerto deportivo, señaló los veleros a modo de excusa: «No son de ricos, son de trabajadores». Kruschev replicó: «Si estas cosas les alienan, es labor suya que las pierdan y entonces le votaran» (sic). Opinión parecida fue la de Fidel Castro antes del referéndum de la Constitución Venezolana. Pronosticó la posible derrota de Hugo Chávez, porque los venezolanos todavía seguían pensando en «coches y cosas materiales». Para ambos, la llegada de los pobres a la clase media los hacía irrecuperables.
Segunda: para vivir del pobre, hay que convencerle de que el mérito y el esfuerzo son elementos que agreden su derecho natural a una vida regalada. Obsérvese cómo se reacciona vehementemente cuando se pretende introducir mérito o esfuerzo en el sistema educativo. Saben que de no impedirlo será la forma más rápida de que el pobre pierda su condición, y ellos su voto. No hay nada más ilustrativo que una portavoz socialista, con escasos estudios, pontificando sobre lo poco que debemos exigir a los españoles para que triunfen en la vida. Es como si aconsejara: «Sed como yo, que he llegado hasta aquí sin dar ni golpe». Los pobres no conocen la parábola de Adam Smith del carnicero benevolente, pero muchos observan su versión reciente de asaltar supermercados o el piso desahuciado del vecino. Observan más: que los empresarios, sus pretendidos explotadores, sin regalarles nada y actuando de forma egoísta y exigente, pueden serles de mayor utilidad en sus aspiraciones de progreso.
Tercera: la enseñanza gratuita. Ha sido uno de los argumentos para convencer al pobre de permanecer varado en una existencia letárgica, pero hoy es un commodity. Además sin ambición, libertad y excelencia no vale de nada. Ya no se educa solo para saber, se educa para competir. Junto a ella, la sanidad servía de complemento secular para someter a los desheredados; pero perdió fuelle: como publicidad resultaba onerosa, la ofrecían los países del primer mundo sin necesidad de venderles el alma, y para los dictadores era menos efectiva que la inversión en armamento para controlar a las masas.
En mis años de Antibióticos S. A., me llamó el embajador de una república centroamericana. Precisaba estreptomicina para una epidemia que afectaba a los niños. Ante nuestro asombro, el señor embajador nos pidió un precio simbólico en reconocimiento a su Revolución. No pudimos complacerle, pero le ofrecimos, no sin cierto rubor, producto caducado que todavía no habíamos enviado al molinillo para su destrucción; medicinas inocuas que requerían con frecuencia los misioneros y que, contando con el margen de un año de seguridad, en muchos casos les servirían. El señor embajador contestó que tenía que consultarlo. Al final: entre pagar la estreptomicina normal u obtener gratis la caducada, optaron por la del «molinillo».
Cuarta: el pobre por mor de prestaciones gratuitas queda reducido a sujeto patrimonial en virtud de un contrato que nunca firmó y que le impide progresar. El pobre, los ejemplos abundan, ha dejado de ser un cliente para convertirse en un producto, y su benefactor ha pasado de ser colega a ser ameba. Le han desprovisto de su bien más preciado: la dignidad, y si ven que aun así lo pierden, recurrirán a argumentos emocionales que involucren a sus hijos, como el reciente de Izquierda Unida: ¡hay que dar de comer a los niños!
Esta profesión de vivir del pobre tiene adeptos en España. Porque, si bien es justo reconocer que la socialdemocracia ha creado amplias clases medias de manera encomiable, también lo es que ni el socialismo de izquierdas ni el comunismo, por su propio bien, lo han intentado. Que el pobre no haya dejado de serlo es el logro más indiscutible de la Junta de Andalucía después de treinta años en el poder. Que los méritos sean anatema es olvidar la realidad global en la que vivimos. Que una idea de cultura vacía sea oponible a la moderna tecnología es no ver la ausencia de patentes e innovación a la que su filosofía conduce. Que la sanidad sin medicinas o con productos caducados se jalee más que una pletórica de medios, pero con gestión privada (a la que los dicharacheros llevan a su familia a la hora de la verdad), es otra prueba de la existencia de esta profesión.
El escándalo de los ERE no es un escándalo más de corrupción, como Filesa, Gürtel, Nóos, Palau, Campeón o Bárcenas…, en que nos robaron a todos. Ese el escándalo más grave de la democracia porque se robó a los más débiles, a los que se habían ganado previamente con dádivas y expropiaciones de modo que no tenían fuerza ni para protestar. Por cierto: con el dinero de los ERE se daría de comer a los niños pobres españoles durante una generación.
Me pregunto qué pensará Cayo Lara cuando, después de desvivirse tanto por los pobres, constata que le siguen dando la espalda. Imagino que será dificil que encuentre una justificación más allá de la ingratitud. La razón es sencilla: los pobres no quieren luchas de clase. A ver si nos enteramos, quieren ser clase media, y saben que con él nunca lo serán.

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