Angela, la eterna/Dirk Schümer es corresponsal de Die Welt en Italia.
Traducción de News Clips.
El País, 13 de diciembre de 2016..
El mismo procedimiento de siempre: Angela Merkel, que ya lleva 11 años en el cargo, ha vuelto a ser designada candidata a canciller por su partido, la Unión Cristianodemócrata. En Alemania, no es raro estar años y años en el candelero político. Al contrario. Helmut Kohl gobernó desde 1982 hasta 1998, superando incluso al fundador de la República Federal, el mítico Konrad Adenauer. Cuando este último se convirtió en primer ministro del nuevo Estado en 1949, después del periodo nacionalsocialista, había cumplido 73 años. Pero Adenauer, que durante varios años asumió también la cartera de Exteriores, era un viejo más duro. Tardó 14 años en retirarse, en contra de su voluntad y presionado por su partido. Si Angela Merkel se propone seguir sus pasos —suponiendo que goce de buena salud y que sea reelegida ininterrumpidamente—, seguirá abonada al cargo de canciller hasta 2041.
En todo caso, los democristianos —como demostró el júbilo de sus fieles ante la renovación de su candidatura— no serán quienes le pongan obstáculos en el camino. A pesar de todas las crisis, Merkel sigue siendo indiscutible y, tras las elecciones de septiembre de 2017, podrá elegir su socio de coalición. En Alemania continúa vigente el lema de Adenauer: nada de experimentos. A la democracia alemana —a diferencia, por ejemplo, de la británica— no le gustan los golpes contra los jefes de filas, y los electores alemanes son partidarios de la continuidad. El comodón electorado alemán no soportaría los mariposeos de una democracia como la italiana. En Italia ha habido 63 Gobiernos en los últimos 70 años. Ni siquiera los historiadores o los periodistas pueden saberse de memoria los nombres más importantes.
Desde el principio, los padres fundadores de Estados Unidos advirtieron los riesgos de permanecer demasiado tiempo en el Gobierno y, con buen criterio, limitaron la duración del mandato a una única reelección, es decir, a un máximo de ocho años. O sea, que, en Estados Unidos Angela Merkel habría tenido tiempo libre para escribir sus memorias desde hace tres años. ¿Podrá, acaso, acordarse de todos sus compañeros de viaje? Cada vez son más, porque fuera de Alemania las carreras de los políticos son todo lo contrario de estables. ¿Quién recuerda aún a Antonis Samarás, el primer ministro conservador griego, con el que Merkel quería resolver la crisis del euro hace algunos años? Pronto dejaron de votarle. No es el único. Tampoco Nicolas Sarkozy, el viejo amigo de Merkel, va a tener una segunda oportunidad en la presidencia de Francia. Incluso su sucesor, François Hollande, ha sufrido el desgaste del cargo. A diferencia de Merkel, en 2017 ni siquiera se presentará a las elecciones porque no tendría ninguna posibilidad.
También al canciller austríaco, Werner Faymann —junto con el que Merkel abrió la ruta de los Balcanes para los emigrantes y los refugiados el año pasado—, le ha llegado su hora. Su propio partido lo ha destituido. Hasta David Cameron, el amigo personal de la primera ministra, no tardó en asumir las consecuencias del Brexit que él mismo había impulsado con un referéndum, y dimitió. Tras lo cual, a Merkel le quedó principalmente Matteo Renzi, el presidente del Gobierno italiano, como aliado fiel para los asuntos europeos comunes. Lo malo es que, a raíz de la sonora derrota de su reforma de la Constitución, el lunes pasado anunció su dimisión. Y todo esto, mientras Angela Merkel se dirige imperturbable hacia sus duodécimo a decimosexto años de mandato.
Merkel los sobrevive a todos. No obstante, no hay que pasar por alto a dos viejos compañeros de la canciller que aún siguen a bordo. Donald Tusk y Jean-Claude Juncker llegaron a sus puestos de presidente del Consejo y presidente de la Comisión de la Unión Europea gracias a la protección personal de Merkel. Pero el partido de Tusk sufrió en Polonia una derrota electoral tan estrepitosa como la de Juncker en Luxemburgo, su país natal. Actualmente, los dos perdedores sobrellevan sus carreras en Bruselas, donde no se pregunta a los electores. Pero es como un maleficio: la vida de los socios políticos de Angela Merkel es peligrosa. Y es que, en la época de la globalización y de Internet, la política se ha convertido en una ocupación efímera. Esta observación es válida para cualquier país, excepto para Alemania.
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