16 dic 2006

El "coloquio" de Teheran


Hace unos dias 150 expertos e investigadores de 30 países, incluidos europeos e islámicos, celebraron en Teherán una conferencia sobre el holocausto.
El ministro iraní de Asuntos Exteriores, Manusher Muttaki -cuyo país no reconoce el Estado judío-, afirmó en la sesión inaugural que la reunión "no busca negar o confirmar el Holocausto, sino permitir que los intelectuales se expresen libremente sobre este asunto". "Con esta iniciativa, Irán prepara la posibilidad para que los intelectuales y los investigadores puedan reflexionar con libertad sobre el Holocausto ya que en Occidente, que pretende defender las libertades, no existe la posibilidad de hablar sobre ese tema", dijo.
El primer ministro israelí Ehud Olmert condeno de inmediato el coloquio al calificalro como "un fenómeno enfermizo". "La negación del holocausto (Shoá) indica cuán profundo es el odio y el extremismo del Gobierno iraní", agrego.
El viceprimer ministro Simón Peres tachó esa reunión como "un simposio de mentirosos", e invitó a quienes niegan ese genocidio durante la Segunda Guerra Mundial a visitar los campos de trabajos forzados y exterminio en distintos puntos de Europa convertidos en museos.
El coloquio supuestamente era para que los "especialistas" de la existencia del Holocausto presentaran sus teorías. Sin embargo, sólo ofrecieron los testimonios de los participantes que ponen en duda el holocausto o que critican la utilización que de éste hacen en la actualidad los sionistas.
Robert Faurisson, catedrático de la universidad parisina de la Sorbona, dijo a la televisión iraní que "las cámaras de gas y la matanza de los judíos son una mentira histórica". Por su parte, Nabil Suleiman, el ministro sirio de Donaciones, dijo que "el verdadero Holocausto es la matanza de los palestinos". "Nadie hace caso al Holocausto de ahora", recalcó el responsable sirio participante en la conferencia de Teherán al subrayar que "si muere un sionista es un delito imperdonable, pero si mueren miles de palestinos nadie mueve el dedo". En esta línea se mostró el secretario general de la conferencia internacional para el apoyo de la "intifada", Ali Akbar Mohtashemipur, que aseguró que "los sionistas tienen que presentar pruebas sólidas y fehacientes de que ha sucedido el holocausto", según la agencia oficial IRNA.
En el evento también estuvo presente el investigador austríaco, Wolfgang Froehlich, quien rechazó ofrecer su discurso "por miedo a ser perseguido en Austria", según informo la agencia iraní Fars. "Me encarcelaron dos años en Austria por haber expresado mis ideas sobre el Holocausto y ahora mi abogado ha insistido en que volveré a la cárcel si ofrezco mi articulo", dijo.
Recomiendo dos texto sobre el tema; la editorial del periodico colombiano El Tiempo Negando el Holocausto (16/12/2006) y el de Serafin Fanjul publicado en el periodico español ABC.
  • Negando el Holocausto
Una delirante convención en Teherán atrae a políticos enemigos de Israel y a toda suerte de curiosos elementos.
Según la leyenda, el concejo de un municipio colombiano, agitado por debates religiosos, puso a consideración de los ediles la existencia de un Ser Supremo, y Dios se salvó por un voto. Si no fuera porque el asunto que se debatió en Teherán (Irán) esta semana es mucho más serio, habría podido pensarse que la reunión internacional promovida por el presidente Mahmoud Ahmadinejad pertenece al enajenado mundo del anterior ejemplo.
Pero no. Los delegados de los treinta países invitados a discutir sobre el Holocausto no han hecho otra cosa que aplicar la negación de una evidencia histórica a sus propósitos políticos contemporáneos. El año pasado, Ahmadinejad declaró que el exterminio de 6 millones de judíos durante la II Guerra Mundial era una patraña y, a renglón seguido, propuso "borrar del mapa a Israel". La verdad histórica, aceptada por miles de especialistas e investigadores, avalada por una infinidad de pruebas y recogida en numerosos testimonios personales, revela cómo el gobierno de Hitler diseñó un proyecto construido en torno a la raza aria y, en el ensayo de la "solución final", encerró en campos de concentración, torturó y dio muerte a millones de judíos, gitanos, homosexuales y opositores. Parte de la estrategia nazi consistía, por supuesto, en negar esta certidumbre, que afloró, sobre todo, cuando los aliados consiguieron derrotar a Alemania y liberar a Polonia, Holanda y Austria.

Muchos de los modernos enemigos de Israel han echado mano al recurso nazi de la negación y afirman ahora que nunca existió semejante genocidio y que todo ha sido una colosal mentira.

Acuden a distintos argumentos, pero nunca han podido explicar cómo miles de gobernantes e historiadores a lo largo de 60 años habrían fraguado tan extraordinaria conspiración para fabricar el que ellos llaman mito y ocultar la realidad.
La delirante "convención negacionista" de Irán no solo atrae a políticos interesados en atacar a Israel, sino a toda suerte de curiosos elementos y supuestos gurúes de la inteligencia marginal.
Allí llegaron Bendikt Frings, psicólogo alemán que considera a Ahmadinejad "un hombre honesto y directo"; Fredrick Toben, un australiano según el cual el tema del Holocausto "aqueja moral e intelectualmente a la sociedad occidental" (¿?); George Thiel, escritor francés que fue procesado por negar el Holocausto, y David Duke, célebre racista estadounidense del Ku Klux Klan que defiende la supremacía de los blancos. Las conferencias de estos y otros personajes han sido apoyadas por una exposición fotográfica que sostiene la tesis de que los muertos no fueron víctimas de la represión nazi sino del tifo, y variada literatura antisionista.

Semejante congreso ofrece algunas similitudes con ciertos simposios de amigos de los platillos voladores, donde también abundan las fotografías enderezadas a demostrar que los seres de otros planetas nos han invadido. La diferencia es que tras la reunión de Teherán hay un propósito político, que utiliza por igual a los historiadores despistados y a los teorizantes lunáticos. Ya lo manifestó Ahmadinejad: perseguir a Israel. Por torpe que parezca la tesis expuesta, sirve para alimentar a grupos neonazis, fomentar el odio hacia los judíos y despojarlos de la condición de víctimas que les dejó el exterminio.
Tanta insensatez, sin embargo, no puede contrarrestarse con otra que sostienen algunos países europeos, donde el hecho de negar el Holocausto es crimen pagadero con cárcel. Una democracia no puede convertir en delito una opinión, sea esta tan absurda como se quiera, y semejante error ha servido para otorgar un halo heroico a individuos procesados por su torpe punto de vista. Lo lógico es descriminalizar el negacionismo y combatirlo con las armas de la historia, la razón y la evidencia.
editorial@eltiempo.com.co

  • Teheran dicta la historia/Serafín Fanjul
ABC, 15/12/2006;
Segun la Escuela de Berkeley (Dobyns, Cook, Borah) la población del continente americano en 1492 rebasaba de largo los cien millones de habitantes; mientras, otros historiadores como Kroeber o Rosenblat argumentan sobre cifras mucho más reducidas (entre 8 y 13 millones). El asunto no es baladí ni se circunscribe a mera discusión entre especialistas: dependiendo del número aceptado -más bien enarbolado- el «genocidio» (verdadero, falso, parcial o discutible) perpetrado por los europeos habría sido mayor o menor, aunque los inculpados generalmente son los españoles. Recordamos este ejemplo para llamar la atención sobre la trascendencia o veracidad reales de acontecimientos del pasado, controvertidos por razones, de ordinario, poco inocentes. Podríamos agregar otros casos similares (v.g. la revisión de la versión progre y ya canonizada sobre la última Guerra Civil española), pero el aducido basta para mostrar cómo el afianzamiento, la negación o las dudas en torno a lo pretérito sirven a fines muy concretos del presente, una de las más severas críticas que se formulan contra la Historia -o más bien contra su utilización-, de forma desmesurada e injusta a nuestro juicio.

En Teherán se ha celebrado en estos días un congreso -«mundial» lo llaman sus organizadores- para negar la realidad del Holocausto que padecieron los judíos en la Europa de los años 30 y 40. Que un evento de tal naturaleza busque un fin concreto, más allá del conocimiento, ya lo pone en solfa, máxime si la otra meta perseguida, a bombo y platillo, es la desaparición de Israel. La intendencia, pródiga ella, ha convidado y reunido a 150 «especialistas» y gentes de muy varia condición: desde judíos ultraortodoxos contrarios, por alambicadas motivaciones religiosas, a la existencia del estado hebreo, hasta simpatizantes más o menos encubiertos del nazismo que inciden especialmente en uno de los puntos cruciales del asunto (la existencia de cámaras de gas), pasando, como es natural, por el anfitrión Ahmad ed-Din Eyad y sus secuaces musulmanes, fieles continuadores de los viejos y nunca aminorados odio y desprecio contra los judíos que han acompañado al islam a lo largo de toda su historia y que tan estupendamente documentó Bernard Lewis en su obra Los judíos del islam.

Hostilidad reflejada -incluso en colaboración práctica con el nazismo- en las andanzas del muftí Amin el-Huseini o en la división Janyar de las Waffen SS compuesta por musulmanes bosniacos. Que los mismos nazis no tomaran muy en serio a estos entusiastas aliados y colaboradores no resta importancia al hecho de que los árabes y musulmanes del tiempo veían amigos en los enemigos de sus enemigos. El cómo les hubiera ido, de ganar Hitler la contienda, es un capítulo en que prefieren no escarbar, en especial si los objetivos de Teherán son exterminar a los israelíes y volver irreversible la posesión de armas nucleares y, de tal guisa, afianzar su liderazgo en el mundo musulmán. Los chiíes, eternos hermanos pobres, siempre despreciados, perseguidos y aplastados por los sunníes, ocupando el lugar de honor al frente de la umma islámica: expansionismo político, hegemonía militar, imposición violenta de su propio fanatismo son los móviles del régimen de los ayatollahs, en la línea de la exposición de dibujos insultantes sobre el Holocausto o las muy agresivas manifestaciones recientes contra Dinamarca o contra el Papa, en sintonía y rivalizando con los asesinatos esporádicos de cristianos desde Indonesia a Marruecos o con la monotemática propaganda anticristiana de la editorial egipcia At-Tanwir. Y tanto ha gustado el género congresual a los dueños de casa que -en gesto tal vez humorístico, aunque con la obligada asistencia, modositos y sumisos, de representantes de Rodríguez (Zapatero) y su Alianza de Civilizaciones- convocan a una Conferencia sobre «Derechos Humanos y Religión», a celebrar en Qom los días 16 y 17 de mayo de 2007. Los temas que se desarrollarán son : La Religión y las bases de los Derechos Humanos; Los Derechos Humanos, la Concordia entre religiones y la paz mundial; La Religión y la aplicación de los Derechos Humanos; Los Derechos de la religión en el Sistema internacional de Derechos Humanos… Los interesados en viajar pueden escribir y mandar currículo.

Sin embargo, como sucede en otros terrenos de la actual confrontación sociorreligiosa y cultural provocada por el islam, el auténtico problema no reside en las alharacas o fintas más o menos bufas, a veces trágicas y criminales, desplegadas por los islamistas: el conflicto lo alimentamos nosotros mismos, europeos, por no haber sido capaces, pese al tiempo transcurrido, de digerir, racionalizar y limitar a la discusión histórica el fenómeno del nazismo. Las cosas están superadas cuando se puede hablar de ellas sosegadamente, pero mantener el tabú -por ejemplo, mediante legislaciones represivas- sólo conduce a su explotación nociva y hostil por desaprensivos dispuestos a obtener algo aireando lo innombrable, como es el presente caso iraní. Bien es cierto que aun viven algunas de las víctimas directas y pedirles objetividad y distanciamiento es demasiado, mas el Foro de Teherán sólo debería concitar nuestra risa si Alemania en primer término y detrás los otros países involucrados hubieran vencido el trauma que el nazismo infligió a todo el continente. Porque, a diferencia de la lejana historia de América, aquí los sucesos son cercanos, los testimonios próximos y las evidencias excesivas, como para temer a un grupo de turistas revisadores o rabinos despistados (¿Qué habrán dicho éstos ante las intervenciones de sus compañeros de pupitre?).

Con cámaras o sin ellas, la persecución antijudía fue algo tan lacerante como injusto. Más que los grandes -y siniestros- números a mí me conmueven imágenes objetivamente de gravedad menor: fotografías de judíos obligados a limpiar suelos o retretes con las manos o la boca, otras de mujeres alemanas flanqueadas por miembros de las S.A. y exhibidas con carteles infamantes al cuello por mantener relaciones sexuales con judíos, discriminaciones en servicios públicos, cines, colegios, contra niños y adultos. La deshumanización de las víctimas, su humillación, expolio de propiedades, deportación, utilización de trabajo esclavo y, finalmente, matanzas masivas están bien probados, por tanto no hay razones de fondo para seguir hurtando la discusión sobre la actuación de las «Tropas y comandos especiales de las SS»: ¿quién puede defender en serio sus crímenes?
Europa y Alemania no han digerido el nazismo, quizás por los muchos apoyos y connivencias con que contó dentro y fuera del Reich, complicidades que luego se han tratado de ocultar con varia fortuna y cuya denuncia tanto incomoda en Inglaterra, pero también en Noruega, Suecia, Francia, Austria… La ingenua bobería de Von Papen y Hugenberg, propiciadores del ascenso de Hitler a la Cancillería y persuadidos de que domarían al «pequeño cabo de Bohemia» -como le llamaba Hindenburg- y en pocos meses desplazados ellos mismos, se mestura en un feo cóctel con la megalomanía visionaria del personaje, «presto a sacrificar dos millones de alemanes» para lograr el espacio vital, se entrevera con la sebosa y corrupta glotonería de Goering o la minuciosa frialdad asesina de Himmler, ahíto de folklóricasfantasías raciales. Es difícil distraer la atención de todo eso y de una de sus consecuencias más dramáticas, los asesinatos masivos de judíos. Ante todo ello es innecesario inventar testimonios, como hicieron los heroicos republicanos españoles Enric Marco y Antonio Pastor, que jamás pisaron Flossenburg y Mauthausen respectivamente. Pero tampoco hay que temer los tíovivos que organicen unos defensores de los Derechos Humanos como los ayatollahs del Irán.

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