¡Y la Alianza de las Civilizaciones?/Santiago Petschen
Publicado en EL PAÍS, 31/12/2007;
Después de que el 21 de septiembre de 2004, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, presentara ante la Asamblea General de Naciones Unidas un proyecto para trabajar a favor de una Alianza de las Civilizaciones, los medios de comunicación se refirieron a ella de forma frecuente y esperanzadora. Tiempo después, el silencio se ha impuesto sobre la cuestión.
¿Se puede aplicar a dicho contraste, una expresión de los labradores de ciertos pueblos de España, diciendo que tuvo un arranque de caballo y una parada de mula? Creemos que no. Se trata de un proyecto tan necesario que en modo alguno se puede aceptar que se detenga. Y tan complejo que para acertar con él no hay más remedio que pasar por numerosas vacilaciones, intentos e, incluso, tropiezos.
Con la Unión Europea ocurrió lo mismo. Hubo propuestas que no se pudieron ni aplicar. Recordemos las de Coudenhove-Kalergi, Briand y Churchill durante la II Guerra Mundial; también las de la planificación internacional o la de la unión aduanera de la OECE. Otras se descafeinaron como la del Consejo de Europa y otras fracasaron como la de la Comunidad Europea de Defensa. Fue necesario encontrar la genialidad de la concreción: la idea de la CECA y el método de las solidaridades de hecho. Una vez hallada, se pudo llevar a cabo con entusiasmo. Su aplicación fue inmediata y exitosa.
Lo que se hizo con Europa debe hacerse con la Alianza de las Civilizaciones, empresa más ambiciosa y compleja. Y no desilusionarse ni perder la paciencia si se trata de esperar, repetir, fracasar, volver a empezar o seguir buscando. Entre tanto, una de las maneras de aprovechar el tiempo es eliminar planteamientos distorsionantes. Vamos a referirnos a tres de ellos.
Un planteamiento distorsionante es dar la imagen de una alianza de civilizaciones a escala planetaria. Eso tendría la característica de la inconcreción, la generalidad, la dispersión y la ineficacia. Rodríguez Zapatero no lo planteó así. Lo que propuso el presidente del Gobierno español fue hacer una alianza de civilizaciones entre el mundo occidental y el islámico. Ni más ni menos. Algo bien concreto: “cayó un muro; debemos evitar ahora que el odio y la incomprensión levanten otro”. La expresión que utilizamos normalmente, que encabeza con interrogante este artículo, es totalmente inadecuada. Debe decirse: Alianza de civilizaciones occidental e islámica. Y propalar el nombre preciso que construya la imagen correcta que debe ser aceptada con normalidad en la vida cotidiana.
Está bien valorar la dimensión de la laicidad. Pero ello no debe dar a entender que se margina a la religión considerándola un espécimen de menor valor, que sólo siendo reducido a la vida privada arreglará los problemas. Para la mayor parte del islam dicha posición es totalmente rechazable. Los valores religiosos deben ser un importante elemento de integración en la formación de la Alianza occidental-islámica. Cristianismo e islam son dos religiones que tienen un amplísimo fondo de creencias comunes. Su base religiosa ha sido fundamento de varias civilizaciones: la occidental, la eslavo-ortodoxa, la latinoamericana (si se acepta la ambigua sugerencia de Huntington), la islámica… Tan grandiosos elementos deben ser aprovechados a favor de la construcción de una obra común. Las declaraciones anuales que se emiten desde la Santa Sede con motivo de la fiesta del Ramadán, dan materia de reflexión para ello.
Los judíos han sido y son uno de los pueblos más listos de la tierra. Siendo de exiguas dimensiones, sobrevivieron a las grandes civilizaciones egipcia y babilónica que les habían envuelto. Las evoluciones de su religión (pasando de la magia a la razón y del politeísmo al monoteísmo) marcaron la diferencia en los dos mundos en que la Humanidad se halla dividida: el occidental y el oriental. En la actualidad, el 20% de los premios Nobel han ido a parar a manos judías y el pequeño Estado de Israel, en sus 60 años de existencia, ha conseguido (sin contar los de la paz), nada menos que seis Nobeles.
Los judíos no pudieron construir una civilización de larga duración para la que estuvieron germinalmente preparados en tiempos pasados. Su capacidad para ello, debido a la dispersión, se perdió desgraciadamente, en la Historia. Ahora, sin embargo, tienen un peso importante en la civilización occidental. En los Estados Unidos, cierta teología de la derecha cristiana esta tomada del judaísmo. Hay quienes creen que para que tenga lugar la segunda venida del Mesías es necesario que se restablezca Israel en la totalidad de su territorio. ¿De dónde tan abstrusa mescolanza en una teología sobre un reino que como el de Jesús no es de este mundo? Y en Europa hallan favor en el ambiente que produce la repetición de la expresión “judeocristiano” aplicada tanto a lo que toca como a lo que no.
La expresión “judeocristiano” tiene una dimensión real. La destacada por Juan Pablo II reconociendo a los judíos como los hermanos mayores de los cristianos. Pero a nivel de civilización la cuestión es muy diferente. La civilización judía sería una de las del mundo actual distinta de la occidental de no haber sido por la diáspora y por la vida en guetos. Por ello los judíos, en un determinado momento de la Historia, en la Ilustración, que ellos llaman ashkalà, se integraron en una civilización, la occidental, que ya tenía varios siglos de existencia. El nombre de “judeocristiano” no puede estarse repitiendo una y otra vez para aplicarlo a todas las cuestiones, como hacen algunos alumnos cuando en los exámenes se les preguntan cosas relacionadas con este tema. Donde antes siempre decían cristiano ahora van poniendo cada vez más, por automatismo irreflexivo, “judeocristiano”. Hubo quien quiso llevar la expresión a la Constitución europea.
En el esfuerzo por hacer una alianza entre la civilización occidental y la islámica, vincular con el nombre y con la imagen lo occidental de base cristiana con lo judío, es altamente negativo. La expresión “judeocristiano” sólo puede ser acrecentadora de la hostilidad que origina la irresuelta cuestión de Israel y Palestina. Entre lo occidental y lo islámico hay que buscar motivaciones para el acercamiento y la simpatía. Y a ello pueden aportar mucho, como pueblo verdaderamente grande, los judíos. Vinculados a una civilización que ellos no fabricaron, pueden ser un factor muy importante en la formación de una alianza, al igual que en el pasado construyeron una religión de base tan racional como la que se apoya en los Diez Mandamientos y de fundamento tan personal como el aportado por el monoteísmo. La solución del problema Israel-Palestina abriría las puertas de esa gran alianza esperada occidental-islámica y el agradecimiento a los judíos se viviría perdurablemente en la historia futura de la Humanidad. Mientras ello no se produzca, la expresión “judeocristiana” debe ser mirada con muchísima prevención y su extrapolación, cuidadosamente evitada. Tiene el valor de una imagen que confunde y que para los islámicos resulta cargada de hostilidad.
Lo que valoramos de los judíos de la antigüedad son sus grandes planteamientos religiosos y humanos de repercusión universal. No el que desalojaran madianitas o mataran filisteos. Lo que ahora tendrá peso en el futuro no será el que defiendan asentamientos o construyan un muro-valla que entra ilegalmente en un territorio ocupado. Serán sus geniales aportaciones a la solución de los grandes problemas del mundo. Es lo que hay que tener en cuenta para construir entre todos la alianza de las civilizaciones occidental e islámica.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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