13 jul 2008

La crítica de Sánchez Susarrey a Trejo

El profesor (Raúl) Trejo/Jaime Sánchez Susarrey
Publicado en Reforma, 05-Jul-2008;
"Inquietos intelectuales", así titula Raúl Trejo su artículo en La Crónica, el pasado 3 de julio. Contra su estilo parsimonioso y prudente, el profesor de la UNAM elaboró en esta ocasión una diatriba para descalificar el amparo que han solicitado 15 intelectuales a la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra la reforma electoral aprobada el año pasado. La irritación lo llevó, incluso, a desempolvar un viejo mecanismo mental y argumentativo que usaba recurrentemente la izquierda comunista en la era stalinista. Pero, además, hay una serie de aberraciones, imprecisiones y confusiones en el texto que merecen un examen detallado.
El profesor Trejo inicia su alegato con un señalamiento malicioso: "No les ha inquietado (a los 15 intelectuales) -dice- los nada desinteresados respaldos que esa causa ha encontrado en los consorcios comunicacionales. Tratándose de ciudadanos tan inteligentes y atentos a los asuntos públicos, esa coincidencia tendría que estarles preocupando pero no parece que ocurra así".
¡Exacto! No importa lo que se reclama, sino quién apoya y a quién le favorece. Stalin redivivo. Es lo mismo que se decía de las críticas a la URSS y, luego, al régimen de Fidel Castro en los años sesenta y setenta. Las consecuencias políticas de denunciar los crímenes y la opresión bajo el socialismo real beneficiaban al imperialismo yanqui. No verlo y no pensar en las consecuencias políticas de semejantes posicionamientos era, en el mejor de los casos, un acto de ingenuidad y, en el peor, una forma de complicidad.
Fue, justamente, con ese tipo de razonamientos que Octavio Paz fue calificado como un intelectual de derecha que estaba al servicio del imperialismo. Por eso su efigie fue quemada en un acto de protesta en 1984 frente a la embajada de Estados Unidos al grito de "¡Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz!". Y poco antes esa misma izquierda, que defendía la estatización de la banca en 1982, señaló a Paz y a quienes se opusieron a la medida, como cómplices de los banqueros y enemigos del Estado y del pueblo mexicano.
Pero el profesor Trejo no sólo recicla este mecanismo mental totalitario, también innova y lleva más lejos su argumentación: "El apartado que inquieta a Los Quince, lejos de trastocar los valores de esa democracia los solidifica. Se trata de que el peso del dinero de quienes podrían contratar espacios en radio y televisión no se convierta, como ya ha sucedido en México, en un factor disruptivo de tal equidad". Y más adelante: "A los quejosos no se les limitan sus posibilidades de expresión en ningún medio. Lo único que no podrán hacer es pagar dinero por opinar en medios electrónicos".
Hay que señalar, de entrada, la imprecisión. El que a algunos de los "quejosos", como dice el profesor, que laboran en medios de comunicación no se les limite la libertad de opinar, no modifica el hecho de que ese derecho se le conculca al resto de los ciudadanos. Y si, por alguna razón, esa relación contractual de algunos de los "quejosos" con los medios se rompiera, los intelectuales en cuestión perderían el privilegio de manifestar sus ideas en la radio y la televisión.
Y eso, justamente, es lo que resulta inaceptable. ¿Con qué derecho la partidocracia confisca el debate político intelectual en tiempos electorales y deja a los ciudadanos en calidad de sujetos pasivos y mudos? No menos falaz es la idea de que el dinero será el que rompa la equidad. Las elecciones recientes demuestran que los empresarios, como todos los ciudadanos, son plurales y no se alinean en un solo sentido.
Pero eso no es lo peor. La ley que el profesor Trejo defiende le hubiera conferido a Hitler en Alemania completa impunidad. Y algo más. Porque esa misma ley prohíbe que otros partidos y candidatos lancen acusaciones y críticas contra sus adversarios. Así que en 1933 nadie hubiera podido decir pío contra la afirmación de la supremacía de la raza aria ni contra la existencia de una conspiración mundial de los judíos. De hecho, cualquier spot en el radio (dado que no había televisión) del partido socialdemócrata, o de la comunidad judía, denunciando el peligro que Hitler representaba para Alemania y el mundo hubiese sido sacado del aire por violar la Constitución.
Pero Trejo no reconoce ni percibe ninguno de esos peligros. Muy al contrario, él se erige a sí mismo en el censor de lo que es bueno y malo para la democracia: "Y en los espacios -dice- que no se podrán contratar podría haber no sólo mensajes edificantes y nobles, sino, antes que nada, de acuerdo a la experiencia mexicana reciente, muy lejanos de los principios democráticos".
Don Raúl no tuvo el espacio suficiente, o la bondad, para comunicarnos cuáles son esos principios democráticos que deben regir el contenido de la propaganda política. Supongo que entre ellos está, como lo señala la ley, que ningún partido puede deslustrar (nótese bien: quitarle brillo) a los otros candidatos o al resto de los partidos. Pero el contrasentido de semejante disposición cae por su propio peso: para que haya debate y confrontación de proyectos y programas debe quitársele lustre al adversario y denunciar que su propuesta no sirve o es inviable.
Y ya en el colmo del delirio, el profesor hace un reconocimiento y formula un reproche: "Es una pena que demeriten indirectamente ese notable trabajo (que han hecho los 15 notables, JSS) al sostener que la falta de spots en la televisión y radio impedirá la circulación de ideas en la sociedad mexicana: como si las ideas y la creatividad que varios de ellos han aportado a la cultura y la deliberación mexicanas pudieran reducirse a 20 segundos en la televisión".
¡Wow! Don Raúl no puede ser más severo, pero tampoco más obtuso. Porque no en 20 segundos, sino en menos, se puede decir: E=mc al cuadrado, Hitler consumó el holocausto, Stalin asesinó a millones de kulaks, Hugo Chávez es un peligro para América Latina, las FARC son una organización terrorista vinculada al narcotráfico, Octavio Paz tenía razón: el socialismo real fue una experiencia monstruosa, la estatización de la banca en 1982 fue una estupidez, etcétera, etcétera y etcétera. Ninguna de esas frases es falsa, si bien todas son breves. Pero aun cuando fueran falsas, ni los profesores ni un grupito de burócratas (atrincherados en el IFE) tienen el derecho de impedir que los ciudadanos las escuchen, las vean y disciernan por sí mismos la verdad o mentira que encierran.
En suma, el profesor Trejo tiene convicción de que los ciudadanos deben ser tutelados por la autoridad. No entiende ni entenderá jamás el derecho a la libertad de expresión.

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