5 sept 2008

PML, hoy

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Porfirio: de regreso al autoritarismo
Publicado en Excelsior (www.excelsior.com.mx), 5 de septiembre de 2008;
Muchas veces se ha dicho que el mayor enemigo de Porfirio Muñoz Ledo es él mismo. Un hombre inteligente, culto, pero que se cree a sí mismo con una sagacidad política que ya no tiene y que lo ha llevado a perder, con los años, hasta el sentido del decoro político. Su última ocurrencia, para tratar de convertirse en el “ideólogo” de un López Obrador que no lo toma en serio, ha sido la del derrocamiento del gobierno. En forma vergonzosa, Muñoz Ledo ha tratado de desdecirse de lo que declaró en varias oportunidades y de jugar con las palabras para darle otro sentido a las suyas: habla de una destitución constitucional, de una remoción, pero lo que ha dicho y lo que ha escrito se traduce en lo que es el corazón y la única razón de ser del lopezobradorismo en este momento: tirar al gobierno y, como lo reconoció el propio Muñoz Ledo, con su “20 por ciento de la población” (en realidad es mucho menos y menor aún el número que seguiría esa aventura), iniciar, ahora sí, la verdadera transición política del país. Porfirio, además, ha insistido en varias entrevistas con la consigna “Calderón no termina”, pero lo mismo ha dicho López Obrador (de eso hablaba desde que se proclamó presidente legítimo), lo ha deslizado Manuel Camacho, lo ha declarado con toda la brusquedad que la caracteriza Dolores Padierna y lo ha proclamado Fernández Noroña cada vez que alguien le acerca un micrófono. Es, literalmente, una actitud golpista, que no se plantea ganar el poder en un proceso electoral, sino hacerlo por un golpe de fuerza. Y como la gran mayoría de los golpes en América Latina, se presenten de derecha o de izquierda, con un indiscutible sello autoritario.
La historia de Porfirio merecía terminar mejor, pero su oportunismo lo ha perdido. Le tocó ser una de las mentes más brillantes que acompañaron en su momento a Luis Echeverría y, apoyando su candidatura, le tocó defender públicamente y en representación de los “jóvenes priistas”, hace ya 40 años, la masacre de Tlatelolco. Quiso ser candidato, no pudo y llegó el poder a López Portillo. Subestimó siempre a Miguel de la Madrid y tuvo aquel bochornoso incidente como representante de México ante la ONU en Nueva York, que provocó su salida del cargo y que el gobierno británico no otorgara el placet para convertirlo en embajador en ese país. Parecía que su carrera había concluido y apoyó, originalmente, la precandidatura de Manuel Bartlett con un grupo que tendría una trascendencia nacional mucho mayor que la que muchos de ellos pensaban: algo que comenzó siendo llamado corriente democrática dentro del PRI para oponerse a la posibilidad de que Carlos Salinas fuera presidente y que terminó siendo el embrión de lo que hoy conocemos como el PRD, con la candidatura presidencial en 1988 de Cuauhtémoc Cárdenas. En esa ocasión, al influjo del cardenismo, Muñoz Ledo ganó la senaduría del DF y ese año, por primera vez, interrumpió el último Informe presidencial de Miguel de la Madrid, en un hecho que quedó en la historia.
Vinieron luego años oscuros para Porfirio: errores políticos, falta de confianza mutua entre los principales dirigentes del naciente partido; paradójicamente, Muñoz Ledo se presentaba entonces como una opción negociadora ante la dureza de Cárdenas y finalmente decidió invocar el “derecho de sangre” para ser candidato a gobernador en Guanajuato. Era 1991, allí conoció a Vicente Fox y comenzó a distanciarse cada vez más del PRD para acercarse a quien era una de las posibilidades a futuro en la política nacional. Le fue mal, Medina Plascencia terminó como gobernador interino, Fox estaba enredado en su propio divorcio y parecía que tanto él como Porfirio desaparecían de la escena. En la elección de 1994, ya muy alejado de Cárdenas, no tuvo protagonismo alguno. Tres años después le disputó a Cárdenas la candidatura para el DF y éste ganó la interna y la elección por abrumadora mayoría. En ese momento Porfirio ya estaba en la esfera de Vicente Fox. Dejó el PRD, aceptó la candidatura presidencial del PARM y en el momento oportuno dejó ese partido para apoyar a Fox. Muchos recuerdan, no sin cierta ironía, la noche de aquel 2 de julio de 2000, en el festejo en la sede nacional del PAN, cuando Porfirio, que acababa de sumarse a esa candidatura, acabó junto al presidente electo festejando su triunfo.
No obtuvo lo que quería. Esperaba por lo menos la Secretaría de Educación Pública, pero en cambio recibió una encomienda diplomática de lujo: la representación de México ante la Unión Europea, donde se mantuvo durante cuatro años. Intentó, todavía, después de las elecciones de 2003, tener una posición en el gabinete foxista. No lo logró y, en 2005, rompió también con el gobierno y se sumó a quien había sido uno de sus principales adversarios en los largos años del perredismo: López Obrador. Y como ocurrió antes con Echeverría, con Cárdenas y con Fox, lo hizo presentándose como el más comprometido y leal de los suyos, hasta lograr, en un maniobra de López Obrador para desplazar a Camacho y a Jesús Ortega, convertirse en el coordinador del Frente Amplio Progresista y en uno de los impulsores de un nuevo partido que le dé sustento (y registro) a López Obrador y que convierta a Porfirio en 2009 en diputado. Su declaración sobre el derrocamiento del gobierno, su insistencia en que “Calderón no termina”, le pueden hacer perder, ahora, incluso esa oportunidad. Por supuesto, los “ignorantes” siempre son los otros, que no supieron comprenderlo.
La verdad, es triste que un hombre con un enorme talento natural, hecho para la política, se haya convertido en una caricatura de sí mismo. Es triste que quien fue un aporte cierto, tangible, a la transición democrática, termine como empezó: defendiendo las visiones más autoritarias de la política mexicana.

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